VIERNES Ť 23 Ť MARZO Ť 2001

observatorio ciudadano de la educación

Comunicado No. 52

Los jóvenes y la educación media

Menos de la mitad de la población de 15 a 19 años está en la escuela; hay graves problemas de retención; sólo 4.4 por ciento de las mujeres y 9.3 por ciento de los hombres, entre 15 y 19 años, estudian tiempo completo

En estas fechas están teniendo lugar reuniones y consultas ciudadanas y con especialistas para la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo y el correspondiente programa sectorial. Con esa perspectiva, nos ha parecido de interés abordar el tema del futuro de la educación media y de los jóvenes en edad de cursarla.

En los últimos 30 años la población joven (15 a 29 años) ha aumentado aceleradamente en México. Según datos de INEGI (Los jóvenes en México, 2000), pasó de poco más de 12 millones en 1970 a casi 30 en el 2000. En 1997 el segmento entre 15 y 19 años, de quienes nos ocuparemos en este comunicado, representaba 37.2 por ciento de la población joven del país, y tenía un promedio general de 7.7 años de escolaridad o inferior mientras más pequeño es el tamaño de la población en que el joven estudia. Aunque por rango de edad a este segmento le correspondería estar cursando la educación media (EM) y a los mayores la superior, su nivel de instrucción promedio no alcanza siquiera la educación básica completa (primaria y secundaria).

A principios del tercer milenio, los jóvenes de 15 a 19 años no tienen las oportunidades demandadas en un contexto de globalización y desarrollo tecnológico como el actual. Por eso, ahora que se plantean las propuestas de política pública del nuevo gobierno, hay que señalar los problemas principales y posibles vías de solución.

Quizás los dos problemas más graves que enfrenta el nivel medio son los elevados porcentajes de reprobación y la poca capacidad del nivel para retener a los jóvenes en la escuela. Es decir, la educación media refuerza la iniquidad social y propicia la exclusión. Los jóvenes de 15 a 19 años son los que en mayor proporción están en la escuela (44.7 por ciento) pero, visto desde otro ángulo, más de la mitad ya no estudia.

Si se consideran las políticas de los últimos dos sexenios constatamos que, a pesar de los esfuerzos realizados, aún hay mucho por hacer. Por ejemplo, los servicios de educación media tecnológica se incrementaron de manera significativa: en diez años se duplicó el número de planteles, aulas, laboratorios y talleres. La matrícula aumentó casi una tercera parte, la cual fue atendida por una planta docente que creció un 24 por ciento (SEP, SEIT:1998). En la EM general también hubo un crecimiento de la matrícula significativo y sólo durante 1997-1998 se crearon 35 Colegios de Bachilleres en los estados. Además, la tasa de absorción del nivel medio sobre los estudiantes de secundaria aumentó de 75 por ciento en 1991 a 95 por ciento en 1999. A pesar de esas cifras, a fines del siglo XX menos de la mitad del grupo de población pertinente cursaba estudios del nivel y se registraban porcentajes de reprobación (73 por ciento) y de deserción (46 por ciento) muy altos. Si comparamos estos datos con los de primaria (7.1 por ciento y 2.7 por ciento) y secundaria (21 por ciento y 9.2 por ciento), el panorama de la media es desalentador.

Las causas del abandono

No es aventurado pensar que la reprobación sea una de las principales causas de la deserción, que esté relacionada con los problemas de pertinencia del nivel, y que esté funcionando como tamiz ante jóvenes de distintos grupos sociales con intereses diversos. En el mundo actual quien no alcanza a cursar por lo menos un ciclo escolar posterior a la educación básica, será muy fácilmente sujeto de exclusión. De ahí la insistencia en no sólo promover el ingreso de los jóvenes a la educación media, sino sobre todo de buscar caminos para retenerlos respetando la diversidad de sus intereses, metas y destinos.

Según la fuente de INEGI consultada, entre los jóvenes de 15 a 19 años 2.2 por ciento no tiene instrucción alguna; casi dos terceras partes apenas alcanza escolaridad básica y sólo la cuarta parte estudia o terminó la educación media, de este último grupo 14 por ciento es alumno de una carrera técnico profesional y el resto cursa bachillerato. Sólo 2.5 por ciento de este grupo de edad está incorporado a la educación superior.

Muy pocos jóvenes de este grupo de edad dedica tiempo completo a los estudios y un buen número además de estudiar, realiza otras actividades (trabaja y/o ayuda en los quehaceres domésticos). No obstante, la mayoría de los jóvenes de 15 a 19 años no estudia, porque trabaja o ayuda en los quehaceres domésticos. Es decir, de la escasa mitad que logra continuar, más de la tercera parte no puede permitirse la posibilidad de ser alumno de tiempo completo.

El grupo de jóvenes que no sigue estudiando aduce como razones poca motivación hacia el estudio (60.6 y 54.3 por ciento, hombres y mujeres, respectivamente) y su necesidad de trabajar para ayudar al sostenimiento familiar o propio (29.2 y 18.6 por ciento, respectivamente). Mientras para las mujeres, la familia (12.4), el matrimonio y los quehaceres del hogar (9.3) son un impedimento significativo, entre los hombres no suelen ser motivos importantes de abandono (4.3 y 0.5 respectivamente).

En los dos sexenios anteriores, junto al crecimiento de la matrícula y de la infraestructura para atender a los estudiantes de la educación media, se llevaron a cabo algunas acciones para mejorar la calidad y la pertinencia de la educación media, entre las que destacan: la actualización de planes, programas y métodos educativos; la vinculación de las escuelas a los sectores productivos (en el caso de las modalidades tecnológicas); la desconcentración de los servicios (particularmente en el sistema Colegio de Bachilleres); y algunos cursos de formación para el personal docente y administrativo. Sin embargo, todo parece indicar que estas acciones han tenido un efecto muy limitado en términos de la capacidad de retención del sistema y sobre la calidad y pertinencia de la educación que se ofrece.

Reformar la educación media

La gran mayoría de los jóvenes que estudian la EM se orienta al bachillerato general o al tecnológico y muy pocos a la modalidad profesional. De estas tres opciones, la general y la tecnológica ofrecen una escolaridad eminentemente propedéutica y centrada en disciplinas generales. En cambio, la educación profesional-técnica, más instrumental, no está necesariamente vinculada con la cultura universitaria, pues se orienta hacia el sector laboral. En esta diferencia se apoya el generalizado prejuicio según el cual la enseñanza en la opción profesional es de calidad inferior al bachillerato general o al tecnológico, que fue diseñada para acoger a los jóvenes de rendimiento escolar pobre o con menores recursos económicos.

Aunque la evidencia indica que los jóvenes egresados de la opción profesional consiguen incorporarse a la fuerza de trabajo, es claro que dicha modalidad no es aún atractiva para la mayoría. Cabe preguntarse, ¿por qué si hay tantos jóvenes con necesidad de trabajar son tan pocos los que ingresan a la educación profesional técnica?

Desde luego, la solución no consiste en cerrar las modalidades orientadas al trabajo, sino en evitar sus connotaciones discriminatorias. Para ello es fundamental pasar de un concepto de "preparación para el trabajo" --cuyo sentido es instrumental y refiere al entrenamiento en destrezas técnicas y manuales específicas--, a otro de "preparación para la vida limagenaboral" que enfatiza un entrenamiento versátil y adaptable, concebido a mediano y largo plazos. En ese sentido, más que transmitir informaciones, la educación debe generar competencias de análisis, reflexión, capacidad de innovar, de resolver imprevistos y atender contingencias, privilegiar las materias generales y dar a los alumnos la posibilidad de seguir estudiando. Pero además, es indispensable idear procedimientos para que quienes concluyan el ciclo medio en la opción profesional puedan incorporarse a estudios superiores si así lo desean y cuentan con la capacidad académica requerida.

Las opciones de bachillerato general y de bachillerato tecnológico se caracterizan por niveles de eficiencia y pertinencia que debieran preocupar: menos de la mitad de los que inician estudios en este nivel consiguen concluirlos y aún menos son los que se incorporan a los estudios de licenciatura. En las instituciones de educación superior persiste la queja de la insuficiente preparación con que llegan los estudiantes y las alternativas de trabajo para los que interrumpieron el ciclo son mínimas. Es evidente así que los problemas de pertinencia se repiten en toda la EM, ya sea como instancias que preparan para los estudios universitarios o tecnológicos, ya sea como formadoras de competencias para el mundo del trabajo.

La flexibilidad y la evolución de los contenidos y de las estructuras son características indispensables si se desea ofrecer a los jóvenes itinerarios de formación diversificados y capaces de adaptarse a las posibilidades de continuar estudiando, reformular los contenidos de acuerdo a las demandas cambiantes del trabajo y reducir el número de especialidades de formación, concibiéndolas de manera amplia. Si bien la formación debe orientarse a atender las necesidades de la demanda originada en las empresas o en el trabajo mismo, la conexión oferta-demanda no es mecánica. La formación debe crear las condiciones necesarias para el trabajador, a partir de la transferencia de competencias que le sean útiles en su desempeño, con objeto de permitir que el individuo tenga una vida laboral más activa, atendiendo las diversas oportunidades laborales que se le presenten.

En el mundo actual ninguna formación inicial puede preparar a los jóvenes para la vida entera. El aprendizaje se ha reconocido como una necesidad, pues aunque no se puede afirmar que la formación garantiza el empleo, a la larga un país con trabajadores con buen nivel educativo podrá generar nuevas industrias, aplicar mejor los conocimientos en la producción de industrias generadoras de riqueza con base en el conocimiento y la información y no en importación de tecnologías para hacer maquila. Finalmente, en la medida en la que aumenta el nivel general de estudios, el número de jóvenes egresados sin una calificación mínima están cada vez más amenazados por la exclusión económica y social, de ahí la importancia de crear programas orientados a atender a esta población.

Algunas propuestas

Es necesaria una reforma de la educación media y para ello es importante formular con claridad políticas orientadas a: a) crear una instancia responsable de las necesidades del nivel (nada se ha vuelto a decir sobre la Subsecretaría de Educación Media); b) hacer de la educación media un nivel que procure el desarrollo de competencias útiles en el presente y en el futuro, que responda a los variados intereses y necesidades de los jóvenes: c)

renovar los enfoques pedagógicos tradicionales en el diseño de los métodos de enseñanza y los contenidos propios del nivel en sus distintas modalidades: d) continuar con los esfuerzos de aumentar la cobertura y abatir reprobación y deserción, a partir de estrategias enfocadas hacia los principales problemas: necesidad de trabajar y obligación de dedicar parte importante de su tiempo en actividades domésticas y laborales: e) vincular la educación media con el ámbito laboral, problema que involucra las dinámicas del sector laboral, cuya atención requiere que los empleadores (de los sectores público y privado) ofrezcan a los jóvenes perspectivas para hacer una carrera laboral al interior de las empresas, así como la posibilidad de desarrollar aptitudes y acumular conocimientos por medios distintos al escolar.

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