VIERNES Ť 23 Ť MARZO Ť 2001
Leonardo García Tsao
Muy aguado para chocolate
La voracidad de la industria hollywoodense por dominar todos los mercados la ha llevado a imitar cualquier modelo popular. La productora Miramax ilustra bien ese proceso: después de haber comprado para su exitosa distribución películas extranjeras como El cartero o La vida es bella, ahora ha decidido ahorrarse el trámite y elaborar la versión doméstica del producto.
Chocolate es, en ese sentido, un ejemplo acabado de cómo puede seguirse una receta infalible. Lo primero es comprar los derechos de una novela popular y adaptarla con miras a conseguir una empalagosa mezcla entre El festín de Babette (Axel, 1987) y Como agua para chocolate (Arau, 1991). Así, un pequeño pueblo francés a fines de los 50 es trastornado por la llegada, con el viento del norte, de la misteriosa Vianne Rocher (Juliette Binoche) y su pequeña hija Anouk (Victoire Thivisol), pues la mujer subvierte la puritana tranquilidad del lugar con su arte para confeccionar chocolates especialmente diseñados para satisfacer diferentes gustos y personalidades. El principal antagonista es el conde de Reynaud (Alfred Molina), quien intenta boicotear a esa versión pagana de Mary Poppins, capaz de endulzar la vida de los habitantes en plena Cuaresma. Por supuesto, ningún obstáculo podrá detener a esa fuerza liberadora de lo mejor en cada persona.
Lo único meritorio de la cinta es su certera reproducción de la película europea de falso prestigio, ni mandada a hacer para colarse entre las candidaturas al Oscar (de puro milagro no fue incluida en la 37 Muestra de la Cineteca). La cocina de los hermanos Weinstein es muy eficaz: de base hay una capa de filosofía bienpensante, contraria a prejuicios sociales sin posibilidad de controversia. El villano Reynaud es la caricatura del criterio estrecho, sin ningún otro matiz que vestir siempre de negro.
Sobre eso se añade un elemento de exotismo: Vianne es en realidad hija de un francés y la indígena maya Chitza (Ƒapócope de Chichén Itzá?), quien ha legado su receta secreta de hacer chocolate con una dosis de chile piquín. Por eso también, la chocolatería se llama Maya y está adornada con figuras precolombinas (la anciana arrendadora lo califica como "estilo de burdel mexicano", o "hispano" según los diplomáticos subtítulos).
La cocción se envuelve en una pintoresca recreación de época, con cromos de tarjeta postal, y se le esparce una pizca de cosmopolitismo por vía de un reparto multinacional que habla inglés con un acento vagamente europeo (sólo Binoche, curiosamente, se esfuerza por pronunciar como gringa). Eso no obsta para que la gente se salude con frases como Bonjour, Monsieur, en honor a las convenciones. Para acentuar la variedad, se incluye a Johnny Depp como un galán gitano con aspecto digno de los Red Hot Chili Peppers, y a la esposa del realizador, Lena Olin, cuyo reencuentro con Binoche confirma la insoportable levedad de volverse hollywoodense.
El cocinero también se ha elegido con acierto. Después de emigrar a Hollywood desde comienzos de los noventa, el realizador sueco Lasse Hallström se ha especializado en maquilar películas como chocolates de Pascua: decorativos, de acentuado sabor dulzón pero totalmente huecos por dentro. Espectadores intolerantes a la sacarina, absténganse.
CHOCOLATE
(Chocolat)
D: Lasse Hallström/ G: Robert Nelson Jacobs, basado en la novela de Joanne Harris/ F. en C: Roger Pratt/ M: Rachel Portman/ Ed: Andrew Mondshein/ I: Juliette Binoche, Judi Dench, Alfred Molina, Lena Olin, Johnny Depp/ P: David Brown Production para Miramax. EU, 2000.