POR LA CARRETERA DE SINTRA
Tiene razón Francisco Cervantes cuando considera a la biografía como una de las más feas artes. Las biografías de los poetas a veces se llenan de tonos enfáticos, lugares comunes y juicios de valor que sus autores convierten en inapelables. Así Eduardo Lourenco, nos dice Francisco, afirma que indudablemente, Fernando Pessoa es el más grande poeta habido en Portugal. Tiene y no tiene razón y, por lo tanto, Camões y José Régio, poetas más nacionales que Pessoa en lo que se refiere a lo llamado por Cervantes conformación emotiva portuguesa, se hacen a un lado y contemplan con admiración al lisboeta, sudafricano, sebastianista y, por muchos años ignorado, Fernando Pessoa y sus muchos y muy distintos heterónimos.
Esta magnífica antología publicada por el Fondo de Cultura Económica tiene, para nuestra fortuna, un extraordinario prólogo del traductor, el poeta Francisco Cervantes.
No es un lugar común asegurar que los poetas son los mejores traductores de los poetas. Los académicos logran, gracias a un conocimiento de la cosmovisión implícita en la otra lengua, traducciones muy correctas y, generalmente, fieles al texto general, pero se trata de un juego de emociones y de sensibilidades que sólo pueden cumplir los que se dedican al cultivo de las palabras concebidas como el instrumento indispensable para expresar las sensaciones originales e intransferibles. En esto radica la dificultad mayor del proceso de traducción que, en el caso de Cervantes, se supera gracias a su conocimiento profundo del portugués, lengua en la cual ha escrito directamente algunos de sus poemas.
El prólogo de Francisco Cervantes constituye un acercamiento original, admirativo y humorístico a la vez, al universo de Pessoa. Destaca su amor por los niños que sólo se explica, tomando en cuenta el carácter nihilista de la poesía de Fernando Pessoa, en la pureza radical que vive en el alma infantil. Nos habla, además, de su amor por la música heredada del padre que ejerció la crítica musical en Lisboa. En otra parte del prólogo, Cervantes nos hace notar la bilingüidad de Pessoa, circunstancia que le permitió ganar en Durban el premio Reina Victoria y escribir en lengua inglesa su hermoso poema sobre Antinoo, el efebo deificado por el emperador Adriano.
Pessoa, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis son los poetas traducidos por Francisco Cervantes. La fidelidad de este trabajo sólo es comparable a la pericia formal de todos estos poetas en sus respectivas lenguas. Además, la traducción se ve enriquecida por el amplio conocimiento de las obras de Almeida Garret, el padre Vieira y de los amigos de Pessoa, Sá Carneiro, Casais Montero y Joao Gaspar Simoes. Tengo para mí que el misterio que late en el fondo de este óptimo trabajo de traducción se dio gracias a la idea de que la vida y la obra de Pessoa sucedieron bajo las indicaciones de los Hados mayores de la creación literaria.
Los reyes conquistadores y navegantes, celebrados por Pessoa, inician la andadura de la antología. El canto a la locura del Rey Don Sebastián explica el milenarismo sebastianista de nuestro poeta, la ilusión del retorno del rey joven y hermoso desaparecido en la batalla de Alcazarquivir. Ese retorno traería un siglo dorado para el Portugal que, en el poema dedicado al Infante, aún no se cumple: Se cumplió el mar, y el Imperio se deshizo. ¡Señor, falta que se cumpla Portugal! El mar es una presencia constante en los poemas de Pessoa, es la extensión en la que Portugal realizó sus grandes hazañas. El mar color de vino de los griegos se limita al Mediterráneo oriental, el mare nostrum romano se detiene en las columnas de Hércules, el mar sin fin es portugués... ¡Oh mar salado, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal!
Una de las más notables traducciones es la del poema Lluvia oblicua: El puerto que sueño es sombrío y pálido/ y este paisaje está lleno de sal de este lado... El esoterismo, el aliento metafísico de Pessoa se manifiesta en todo su oscuro esplendor en este poema largo de lluvias constantes y de viajes al pasado egipcio, a la gracia de Andalucía, a la música y al viento de la infancia. Un momento de apasionada lucidez se enciende en el poema Abdicación: Toma-me, ó noite eterna, nos teus braços/ e chama-me teu filho... Tómame, oh noche eterna, en tus brazos/ y llámame tu hijo.
Uno de las nivolas más ingeniosas de don Miguel de Unamuno, entre otras muchas cosas, admirador y traductor de Antero de Quental, se titula Amor y pedagogía. Nuestro Salvador Novo, en uno de sus más burlones y serios poemas, nos dice: pero si tengo un hijo no quiero que nadie le enseñe nada. Quiero que sea tan perezoso y feliz como a mí no me dejaron ser mis padres, ni a mis padres mis abuelos, ni a mis abuelos, Dios. Estas preocupaciones encuentran en Pessoa un tratamiento igualmente humorístico y trágico: Leer es una burrada. Estudiar es nada. El sol dora sin literatura. En este poema reconoce la grandeza de la poesía y de la literatura en general, pero afirma su credo vitalista: Pero lo mejor del mundo son los niños,/ flores, música, el claro de luna, y el sol que peca/ sólo cuando en lugar de criar, seca.
Cervantes antologa uno de los poemas principales de Alberto Caeiro, El cuidador de rebaños. La transparencia del poema nos entrega una amable visión de la naturaleza y de la espontánea sabiduría de los pastores: Me siento recién nacido a cada momento a la eterna novedad del mundo... La égloga de Caeiro exalta la sencillez de la creación: ¡Ah, cómo los más sencillos de los hombres/ son enfermos y confusos y estúpidos/ junto a la clara sencillez/ y salud que tienen al existir/ los árboles y las plantas! Caeiro, tan distinto de Pessoa, de Campos y Reis, se burla de la metafísica a la cual opone las fuerzas de la vida: ¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?/ La de ser verdes y tener copa y ramas/ y la de dar frutos a su hora.
La poesía de Ricardo Reis muerto, en la novela de Saramago, teniendo frente a sus ojos la estatua de Adamastor, el coloso venido de la imaginación de Hesiodo y Ovidio y visto por Camões en Os Luisiadas en la roca desde la cual se domina todo el mar de los portugueses navegantes, muestra una aspiración por la placidez y la armonía, destrozada a veces por el desasosiego de muchos y desconocidos orígenes: Más vale saber pasar silenciosamente/ y sin desasosiegos grandes. Su amor por las cosas pequeñas y esenciales de la vida se hace patente en su poema sobre la patria: Prefiero las rosas, amor mío, a la patria,/ y antes amo las magnolias/ que la gloria y la virtud. Su deseo de quietud y de calma es de origen epicureista y hay en él los movimientos tranquilos y cargados de tensión interior de los jugadores de ajedrez.
Cierran la antología las odas de Álvaro de Campos. En esta sección brilla la revisada y afinada traducción de la Oda Marítima. En ella, Francisco Cervantes alcanza momentos sublimes de unión y compenetración entre las dos lenguas mayores de la península ibérica, ambas deudoras de las bellezas lingüísticas del galaico portugués.
Tenemos aquí una bella antología de uno de los poetas mayores de todos los tiempos. Agradecemos a Francisco Cervantes su trabajo de selección, prologación y traducción, y al Fondo de Cultura Económica el hermoso diseño de la portada y la publicación y distribución de estos textos capaces de mejorar los días del mundo. Vamos con Pessoa y Cervantes a recorrer en nuestro modesto Chevrolet la carretera de Sintra. Hay un claro de luna y un camino desierto ante nuestros ojos. Debemos seguir sin parar, perdernos en la carretera futura, estar en la carretera de Sintra cada vez más cerca de Sintra, en la carretera de Sintra cada vez menos cerca de mí...
ANTESALA
De Onán, puestos de periódico
y otras cosas. Este humilde aporreateclas se sintió muy orgulloso
de ver y oír al señor Carlos Abascal, secretario del Trabajo
en la actual administración del presidente Vicente Fox, al ser entrevistado
el pasado lunes 19 en el noticiero del Canal 40, conducido por Denise Maerker
y Ciro Gómez Leyva. En este espacio noticioso se le cuestionó
al político y empresario, entre otras cosas, su visión paternalista
y cursilona de las mujeres de este país. Él respondió
con santa indignación que sus esfuerzos desde que ocupa la Secretaría
del Trabajo han estado encaminados a promover la igualdad frente a la ley
de todos los trabajadores sin importar sexo, edad o condición social.
Además, la indignación le alcanzó para dar a entender
que sus tareas y su puesto son mucho más trascendentes que cuestionar
si su visión de las mujeres es cursi o no; él, como todos,
vive en un país libre donde cada quien puede tener su propia opinión,
y que la suya, por lo demás, se basa en la percepción de
la mujer mexicana por excelencia: la Virgen de Guadalupe. Al menos debe
uno reconocer que esta nueva horneada de caballeros criollos que han
llegado al actual gobierno están a punto de cerrar el periodo independentista
iniciado en 1810 e interrumpido malamente cuando se derribó el imperio
del criollo por excelencia, Su Ídem don Agustín de Iturbide.
El que esto escribe se apresura a aclarar el motivo de su contento, y externar,
también libremente, su opinión. Cuando veía en la
tv a don Carlos, la memoria de este antesalista lo remontó a su
primera adolescencia, hasta el primer año de secundaria, en el cual
conoció a su (del secretario) hermano mayor, Salvador Abascal hijo,
quien fue su (del antesalista) profesor de esa materia inexistente (hasta
hace poco) en las escuelas de enseñanza privada asistidas por religiosos(as):
la clase de moral. Salvador hijo se presentó en el Instituto Fray
Juan de Zumárraga ante los recién ingresados a la secundaria
como un hombre moderno, cuyas ideas religiosas no se basaban en la ignorancia
o la superstición, sino en los más recientes descubrimientos
científicos; por ejemplo, la masturbación (el tecnicismo
apenas había sido mencionado en voz baja por algún sacerdote;
tan baja, que la mitad del salón no sabía lo que quería
decir: ¿Masturbaqué?). Bueno, pues resulta que la
masturbación (popularmente conocida como chaqueta o chaira,
y al acto como jalársela o restirársela) no
producía el abominable estigma de sacar pelos en la palma de la
mano cómplice, no. Esto era un invención popular, un mito
sin sustento. Estaba comprobado científicamente que el onanismo
(¡Ónane, manestro!), su abuso (y ya una sola era un abuso),
producía, según los estudios más modernos, ¡epilepsia!
Échese ese trompo a la uña, mi querido(a) lector(a) de palmas
impecablemente lampiñas. Con esto condenó al compañero
que padecía del mal mayor a ser visto no con piedad o simpatía
sino con repulsión y sarcasmo. // Pero no sólo por estos
conceptos a todas luces modernos es que admiro a los Abascal. Con respecto
a su concepción de las mujeres, y aunque Denise no lo crea, don
Carlos Abascal parece haber evolucionado mucho. Porque también llega
a la mente de quien esto escribe otro recuerdo, un poco más cercano
en el tiempo. Debe haber sucedido en los tempranos setenta, en un famoso
para aquella época programa televisivo de entrevistas, Anatomías,
conducido por Jorge Saldaña. En uno de esos programas, dedicado
a la condición de la mujer mexicana, participó la familia
Abascal. Este antesalista recuerda a Salvador hijo, por la anécdota
narrada arriba; a sus (de Salvador) hermanas menores, de quien no sabe
(el antesalista) sus nombres porque prácticamente no las dejaron
hablar; vagamente se perfila en su memoria (de quien esto escribe) la figura
de otro hermano, quizá el propio Carlos, presente para defender
su visión (de los Abascal) del mundo y de la vida. // (Salvador
y Carlos son hijos de la figura más radical de los cristeros, Salvador
Abascal padre, quien fuera desterrado, junto con su familia y otros compañeros,
al antiguo territorio de Quintana Roo cuando se firmó la paz entre
gobierno federal y autoridades eclesiásticas. Por ello se entiende
que hayan crecido en la tradición familiar de defender sus creencias
con vigor y absoluta convicción. Aventuro la hipótesis de
que todavía se sienten todos ellos soldados de Cristo, en el sentido
literal de las palabras. Tienen la voluntad y la entereza del fanático,
al igual que la honestidad y la perseverancia del católico-apostólico-y-romano.)
// En fin, Saldaña intentó y logró mostrar no sólo
la fe inquebrantable de los Abascal, sino su talante autoritario. El antesalista
cree recordar que fue Salvador quien explicó que a sus hermanas,
criadas en un internado para señoritas, cuando debían decidir
si continuaban sus estudios en alguna universidad, su padre las llevó
al puesto de periódicos más cercano y le ordenó leer
todos los encabezados de los diarios y revistas y libros-vaqueros y casos-de-Alarma
y playboyes que se encontraban en él. Luego, les dijo que ese era
el mundo que había allá afuera; les preguntó si
querían formar parte de él, o renunciar a sus pompas y
a sus obras. Y ellas, ruborizadas y temerosas, supone este redactor,
decidieron no aventurarse a ser atrapadas por la vorágine demoniaca
de un mundo pecador y lejano, sino permanecer en su casa dedicadas a las
labores propias de su género, si las hay. Los Abascal expusieron
brillantemente su postura teológica; sin embargo, no era ésta
la que los balconeaba, era la mise en scène de una familia
ultraconservadora la que quedaba al descubierto. // Por todo esto afirmo
que el señor Carlos Abascal, quien me parece un fiel representante
de la escatología familiar, ha avanzado en sus posiciones respecto
de la mujer hasta el punto de llegar a principios del pasado siglo XX.
¡Felicidades!