Luis Tovar
Veintisiete de Muestra
Nuestro hombre en Guadalajara, Luis Tovar, cumplió con gusto y rigor sus funciones críticas y nos entregó esta reseña completa de lo que pasó y lo que debió pasar en la ya bien consolidada Muestra tapatía. Desde la interesante película Las caras de la luna que no recibió premio alguno, hasta las muy premiadas Sexo por compasión de Laura Mañá y De la calle de Gerardo Tort, Luis Tovar analiza, estudia y, sobre todo, admira los hallazgos que, año con año, brillan en la Muestra.
El pasado jueves 15 de marzo concluyeron las actividades de la XVI Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara. En la ceremonia de clausura, realizada con todo el fasto que permite un teatro de la importancia del Degollado, se entregaron los principales premios en disputa, llamados Mayahuel, por el que compitieron diez largometrajes y diecisiete cortos, en sus respectivas categorías. Previamente se habían anunciado otros premios que suelen acompañar a la Muestra: el de la Crítica, el de la Organización Católica Internacional de Cine y el del Público, que se determina por votación. En la cena de clausura, último evento de la Muestra, se entregaron los Guerreros de la Prensa, premios fuera de programa que desde hace tres años damos un grupo de periodistas acreditados en este evento.
Lo que se vio
Los cortometrajes en competencia fueron, por orden de exhibición, Malos hábitos, de Tony Wakefield, breve y eficaz cuento sobre una infidelidad muy peculiar; Beso nocturno, de Boris Rodríguez, mal hilado relato sobre la última voluntad de un moribundo un Roberto Cobo muy desaprovechado; Los zapatos de Zapata, de Luciano Larobina, interesante documental con imágenes inéditas y restauradas del entierro de Zapata lástima la fallida inclusión de la calaca de Posada y el final en el Metro; Azar, de Oliver Castro, minirreflexión sobre la injusticia del destino; La mesa servida, de Kenya Márquez, donde el deseo de comer carne y el afecto luchan en el personaje encarnado por Damián Alcázar además, último trabajo fílmico de Luis de Icaza, recientemente fallecido; Mala pata, de Ulises Guzmán, animación tradicional que peca de histerismo en el tratamiento de su mínima anécdota; El duende del reloj, de Tomás Fárkas, con factura de comercial y pocos recursos para solventar un tema tan recurrente como el regreso en el tiempo; Rogelio, de Guillermo Arriaga, debut tras la cámara del guionista de Amores perros, que sabe armar historias pero a quien todavía se le siente inseguro manejando actores; El camino de las ceibas, de Fernando Capetillo y Gustavo Moheno, filmado en Yucatán, con Damián Delgado en el papel de viudo que cae en las redes de Xtabay da la sensación de que es un largo metido en un traje un tanto estrecho; Me la debes, de Carlos Cuarón, más un chiste filmado que un relato breve; Hasta los huesos, de René Castillo, impecable animación en plastilina sobre la asimilación de la muerte propia; Benjamín, de Julio Fons hijo de Jorge, relato sobre la soledad y la forma de afrontarla; Señor X, de Valentina Leduc, efectista juego con la idea del hombre como posible paridor; Cerebro, de Andrés León Becker y Javier Solar, mezcla de narcos, extraterrestres y sectas misteriosas, donde sólo faltó el convertible del Santo; El valor de la amistad, de José Luis Aguilar, rápido cuento donde se pone a prueba la solidaridad de dos compadres; Bala bala-bum!, de Gustavo Loza, que no logró hacernos entender el verdadero conflicto entre los personajes de Plutarco Haza y María Reneé Prudencio, y Un brinco pallá, en el que Dominique Jonard vuelve a hacer (y muy bien) lo que sabe: una animación de técnica mixta, apoyado en el trabajo de un grupo de niños, esta vez de la frontera norte. Hasta los huesos lo ganó todo: el Mayahuel, el premio de la crítica nacional, el nuevo galardón de Cinemared y el Guerrero de la Prensa.
Los largometrajes fueron, en el mismo orden, Perfume de violetas, de Marisa Sistach; Piedras verdes, de Ángel Flores; Demasiado amor, de Ernesto Rimoch; Las caras de la luna, de Guita Schyfter; Sexo por compasión, de Laura Mañá; Un mundo raro, de Armando Casas; Pachito Rex, de Fabián Hofman; Corazones rotos, de Rafael Montero; De la calle, de Gerardo Tort, y Sin dejar huella, de María Novaro.
Perfume de violetas, con guión de José Buil y la propia Marisa Sistach, cuenta la contundente historia real de dos amigas adolescentes, Yéssica y Miriam (Ximena Ayala y Nancy Gutiérrez, respectivamente), cuyo implacable entorno urbano las hace recorrer un arco dramático que va de la amistad a la tragedia. Combinando el trabajo de las jóvenes mencionadas con el de actrices experimentadas (Arcelia Ramírez y María Rojo), Sistach logró una crudísima historia cuyo impacto puede hacer voltear el rostro a más de uno. Esta cinta obtuvo el premio del jurado de la crítica nacional (en el que, por cierto, no están todos los que son ni etcétera), el Guerrero de la Prensa a la mejor película, y el Mayahuel (compartido) para Ximena Ayala a la mejor actriz.
De Piedras verdes, ya reseñada en la columna que firma este autor, acaso reste solamente decir que fue una de las cintas que casi nadie mencionó, ni para bien ni para mal, en el marco de la Muestra.
Demasiado amor, basada en la novela homónima de Sara Sefchovich, con Ari Telch y Karina Gidi en los protagónicos, busca con regular éxito replantear el tema del amor platónico, su imposibilidad y los sucedáneos que lo reemplazan. Karina Gidi obtuvo, compartido, el Mayahuel a la mejor actriz.
En algún momento, Las caras de la luna dejó caer una trama interesante (las cuitas de un jurado cinematográfico femenino en plena deliberación, en primer término, más la persecución contra una vieja activista política) para recalar, con monotonía, en una larga y poco clara exposición de motivos feministas, para desperdicio de un elenco que incluye a Diana Bracho, Carmen Montejo y Geraldine Chaplin. Esta es otra de las cintas que no obtuvo premio ni mención alguna.
Coproducida por México y España, Sexo por compasión, de la ibérica Laura Mañá, es una rareza por donde se le vea: iba a concursar en la Muestra del año pasado pero no estuvo a tiempo; comienza en sepia y acaba en color (mera coincidencia con Pleasantville); el ceceo va y viene, aun en un mismo personaje; pero, pese a la sensación de que hay algo en ella que no funciona, conduce con éxito la historia de cómo Dolores (Elisabeth Margoni) salva a su pequeño pueblo cuando quiere pecar y no puede, pues en su alma buena hasta la prostitución se convierte en un acto virtuoso. La cinta ganó, compartido, el premio del Público, obtuvo una mención de la crítica nacional, y Mañá ganó el Mayahuel a la mejor dirección.
Un mundo raro tiene al menos tres virtudes: el debut protagónico de Víctor Hugo Arana, estupendo actor joven; la parodia del podrido mundo de la televisión comercial (encarnado sobre todo en el repulsivo Tolín un Stanley de cuerpo completo encarnado por Emilio Guerrero y la corrupta cabezahueca Dianita, modelo metida a actriz como hay tantas, protagonizada por Ana Serradilla); y un guión ágil y sin demasiadas pretensiones. La ocic y la crítica nacional le dieron sendas menciones, y Arana ganó, compartido, el Guerrero de la Prensa al mejor actor.
Pachito Rex, con Jorge Zárate al frente del reparto, es dispareja y poco eficiente al desmadejar sus tres hilos anecdóticos principales: el de un chivo expiatorio (Ernesto Gómez Cruz) recién salido de prisión, a quien se acusó de matar a Pachito, político y cantante que aspiraba a la presidencia de algún país; el de un policía metido a detective investigando la desaparición de un cuerpo (el de Pachito) en formol, que le quedó a deber todo a Philip Marlowe, Filiberto García y demás sabuesos de ficción; y el de un arquitecto frustrado (Alcázar) a quien se le encomienda el mausoleo de Pachito (vivo en esta parte de la historia... cosas de la realidad virtual). Si usted vio la argentina La sonámbula, agárrese, porque esta es por el estilo pero peor, y el silencio resultaría su mejor premio.
Corazones rotos quiere ser una metáfora sobre la crisis económica de la clase media, pero al filme le quedaron demasiado recargadas las tintas en varios aspectos: fotografía, ambientación, edición y, quizá, demasiadas historias contadas en poco espacio, con la consecuencia de llevarlas a la carrera y resolverlas (casi todas) de manera abrupta.
Junto con la cinta de Marisa Sistach, De la calle es, con mucho, lo mejor de la Muestra. Basado en la obra de Jesús González Dávila, conocida por el sonado montaje de Julio Castillo, el primer largometraje de Gerardo Tort conjunta eficacia técnica, atrevimiento formal y un muy buen olfato narrativo para contar esta historia urbana de la búsqueda del padre y la lucha por la sobrevivencia en un medio hostil e implacable. De la calle ganó el Mayahuel a la mejor película, el mismo premio para Luis Fernando Peña como mejor actor (que también obtuvo el Guerrero de la Prensa), y Gerardo Tort se llevó este último galardón al mejor director, lo mismo que Maya Zapata, que compartió el de mejor actriz.
Finalmente, Sin dejar huella, recién estrenada en cartelera, cuenta la historia de Aurelia (Tiaré Scanda) y Ana (Aitana Sánchez-Gijón), cada una escapando de sus propios fantasmas, tanto de carne y hueso como psicológicos, juntas en un viaje desde Ciudad Juárez hasta Cancún. María Novaro demuestra aquí un amplio dominio de su oficio, premiado por el público y por la ocic; Scanda compartió el Guerrero de la Prensa a la mejor actriz.
Lo demás no es lo de menos
La Muestra se completó con una retrospectiva de Fernando Trueba, una miscelánea selección de cintas iberoamericanas, una probada de lo que filmó María Félix (que iba a ir a su homenaje pero nomás habló por teléfono), otra probada de cine alemán contemporáneo, y un programa de videos del Columbia College de Chicago, que resultaba casi imposible ver ante tan vasto programa fílmico.
Nunca la Muestra le ha dado gusto a todo mundo,
pero lo cierto es que, comparado con la anterior edición, la producción
y la calidad presentadas aumentaron, y este esfuerzo guadalajareño
sigue siendo el mejor indicador de cómo anda nuestro (todavía)
débil cine.