LUNES Ť 26 Ť MARZO Ť 2001
Ť Somos menos, única diferencia con el sureste, dicen
Confían etnias de Baja California en que la ley Cocopa les beneficie
Ť Demandan indígenas que la Carta Magna tenga un marco legal que haga valer sus "derechos ancestrales"
BLANCHE PETRICH
Gregorio Guadalupe Montes y Javier Ceceña, miembros de una etnia que cuenta apenas con 250 personas -los kumiai-, hallaron el camino para llegar de San José de la Zorra, a medio camino entre Ensenada y Tijuana, hasta la meseta purépecha para asistir al tercer Congreso Nacional Indígena de Nurio.
No se trataba sólo de salvar la distancia geográfica entre un punto y el otro, sino de remontar dificultades mayores: encontrar la sintonía con el movimiento indígena desde la muy inicipiente organización de los grupos indios de Baja California; resolver la falta de contactos desde la frontera norte con el resto del México indio; haber llegado a la conclusión de que ese tema tan sonado, el de la ley Cocopa, podía tener mucho que ver con los derechos de pesca del camarón de estero de los cucapá, o con el enconado pleito de los kumiai con la empresa vinícola Cetto por la posesión de 20 hectáreas de rica tierra en medio del desierto.
Los cucapá no son mucho más numerosos que los kumiai. En el valle de Mexicali y el delta de Río Colorado, Sonora, se ubican unas 15 o 20 familias de esa etnia. Hay algunas más en los desiertos de Yuma, Arizona.
Lorenzo Saiz, de la comunidad El Mayor, también hizo el camino hasta Nurio "para que la voz de los cucapá esté presente en este gran momento", expresa. Las redes del Frente Zapatista de Liberación Nacional fueron los hilos que los llevaron a conocerse entre los tres y que luego los jalaron hasta el CNI.
"Taloneamos para el avioncito de Tijuana a Morelia, boleto de ida nomás, porque la distancia sí está cabrón", aclaran. Después de la odisea de llegar en caravana hasta el Distrito Federal, la perspectiva de regresar por tierra tuvo ya otra dimensión. Los tres norteños se habían visto en el espejo de los otros y se habían encontrado. "Después de todo -dice Gregorio- la única diferencia entre ellos y los demás es que en Chiapas o Oaxaca son mayoría, y nosotros muy pocos. De ahí en fuera... estamos igual".
Para ellos, participar en congresos de este tipo fue una experiencia totalmente nueva. Gregorio alguna vez estuvo en una reunión regional del Instituto Nacional Indigenista, en Sonora, pero Nurio fue, asegura, su primer encuentro con indígenas de toda la República.
Los tres coinciden en que el estudio de los acuerdos de San Andrés Larráinzar y su iniciativa de ley les hizo ver que los lejanos ecos del levantamiento del sureste también tenían que ver con los problemas de tierras, pérdida de idioma, peligro de extinción y formas de vida de los ocho bolsones indígenas de Baja California.
En esta península, polo opuesto de Chiapas, son apenas mil 200 indios nativos: paipai, kumiai, kiliwa (quedan sólo 60 individuos) y cucapá. Dos de estas etnias ya se apuntaron en la batalla por la ley Cocopa.
Los kumiai, asalariados en sus propias tierras
Hasta donde tiene conocimiento Gregorio Montes, ya sólo quedan 10 kumiai que hablan el idioma originario, entre ellos su abuela, que es curandera. Señala que uno de los grandes pendientes de su pueblo es hacer un estudio serio sobre el árbol genealógico, por lo muy poco que se conoce de sus orígenes. Se sabe que hay kumiai en Juntas de Neji, San José de la Zorra, San Antonio Necua, La Huerta, Peña Blanca (cerca de Tecate) y Aguaje de la Tuna, en terrenos cada vez mas reducidos por la expansión de ranchos ganaderos y vinícolas que los despojan de sus territorios.
Los kumiai que no emigran sobreviven de la artesanía (cestería de sauce, junco y tule) o se emplean como vaqueros en los ranchos que se asientan en terrenos que antes eran de su propiedad. Comparada con la situación en otras latitudes, en el norte bajacaliforniano la lucha por la tierra está en pañales. Apenas en 1953 hubo un decreto que reconocía la existencia de tierras comunales, pero posteriormente otro decreto las declaró propiedad de la nación. También es incipiente la toma de conciencia de los derechos ancestrales. Pero han empezado. Cuentan ya con un primer catálogo de lugares sagrados y sitios arqueológicos que se ubican en tierras invadidas, convertidas en ranchos particulares. Y hace algunos años echaron mano de las invasiones para recuperar territorios robados. El Rancho de la Soledad, de mil 250 hectáreas, en San José de la Zorra, fue uno de los primeros casos.
Para Fondos Regionales de Nativos Indígenas de BC, la organización de los kumiai creada recientemente, la defensa de sus derechos territoriales ante la Procuraduría Agraria se ha hecho muy cuesta arriba, "particularmente por la falta de reglamentación del artículo 4 constitucional", explica Gregorio.
Otra pugna territorial en curso es la de San Antonio Necua, donde la empresa vinícola Cetto expandió sus plantaciones de vid sobre 20 hectáreas de las mejores tierras comunales. Durante años, los kumiai confiaron la defensa de ese predio a los asesores del Instituto Nacional Indígena, con sede en Tijuana, pero "al final nos traicionaron". Ahora ellos han emprendido su propia defensa.
"Ahí es donde hemos caído en cuenta -señala Ceceña- que la ley Cocopa nos sería de mucha utilidad. Precisamente de eso se trata. De que en la Constitución haya un marco legal en el que nosotros podamos hacer valer nuestros derechos ancestrales".
La pesca, modo de vida cucapá
El tercero del grupo bajacaliforniano es Loreno Saiz, un joven color cobre y larga cola de caballo. Fronterizo y veinteañero, sorprende el orgullo por su identidad. En sus tierras las nuevas generaciones ya están curadas de espanto ante el espejismo del norte, y no se van. "Al contrario, a los jóvenes es a los que más nos interesa la defensa del modo de vida cucapá". En esas latitudes, donde la temperatura fluctúa entre los 33 y los 40 grados, hay una sola opción para la sobrevivencia autónoma, la pesca del camarón de estero. "Es eso, o irnos de camineros a trabajar a la SCT". Así que su pleito de todos los días es contra la Semarnat (los asuntos pesqueron ya no son responsabilidad de esa dependencia) y la veda pesquera.
Sostiene que la veda poco o nada tiene que ver con la preservación del medio ambiente. Denuncia que las marinas de la Bahía de San Quintín, casi todas propiedad de estadunidenses, obtienen permisos de pesca con gran facilidad, mientras que para los pescadores locales los gastos para obtener esas licencias son prácticamente incosteables. En los esteros, cuando la marea baja, el camarón se pierde ante la mirada de los cucapá que tienen prohibido pescar. "Semarnat -comenta- no tiene interés en preservar nada. Cada año las carreras de autos off road, Baja 1000, causan enormes estropicios. Y nuestras quejas no sirven de nada, porque es un acto que deja mucho dinero".
Reconoce que a los pescadores cucapá aun les falta "leer bien los acuerdos de San Andrés" para usarlos en defensa de sus derechos de exploración de recursos y de comercio. "Pero en eso estamos".