MARTES Ť 27 Ť MARZO Ť 2001

Carlos Montemayor

Legisladores de ayer y hoy

En el siglo XIX el indio fue considerado ante la ley tan igual como cualquier otro ciudadano, pero esta aparente igualdad dejó a los pueblos indígenas más inermes que en la Colonia. El siglo XIX fue uno de los periodos más intensos de socavamiento de la base territorial indígena. El liberalismo mexicano destruyó más comunidades en un siglo de las que la Colonia destruyó a lo largo de 300 años. La paradoja entre la igualdad jurídica formal y la desigualdad social real ayudó al encumbramiento de un nuevo hacendado y latifundista liberal que llegó a su plenitud durante el régimen de Porfirio Díaz.

Esta igualdad formal de los indios ante la ley se llegó a establecer mediante un procedimiento peculiar. En febrero de 1824, en las sesiones iniciales del Congreso Constituyente, José María Luis Mora insistió en que sólo se reconocieran en la sociedad mexicana diferencias económicas y que se desterrara la palabra indio del lenguaje oficial; por tanto, que se declarara por ley la inexistencia de los indios. Varios de los participantes en los debates de ese Congreso, para congraciarse con Mora, empezaron a emplear la frase "los antes llamados indios". El 3 de noviembre de 1824 Carlos María Bustamante propuso en el Congreso que se erigiera un monumento a José María Morelos y Pavón en la iglesia de Loreto, considerada como parroquia "indígena"; Mora desaprobó la sugerencia recordando que por ley ya no existían los indios. Mora pedía que por decreto desapareciera el concepto legal de indio y que se le considerara con igualdad ante la ley, pero en realidad declaró que los indios en su estado actual y hasta que no hayan sufrido cambios considerables, no podrán nunca llegar al grado de ilustración, civilización y cultura de los europeos ni sostenerse bajo el pie de igualdad con ellos en una sociedad de que unos y otros hagan parte.

Como los indios eran de condición inferior a los blancos, argumentaba que estos "cortos y envilecidos restos de la antigua población mexicana", aunque despertasen "compasión", no podían ser la base de una sociedad progresista.

Sin embargo, no importaba tanto declarar inexistente en el lenguaje legal la palabra indio, como derivar de ello la inexistencia de las propiedades de los pueblos indios. El pensamiento liberal se oponía frontalmente a la orientación comunal de la propiedad; por tanto, el apoderamiento de las tierras de estos pueblos fue el camino a seguir. Esto también determinó la resistencia de las comunidades indígenas en múltiples formas a lo largo del siglo y fundamentalmente en las grandes sublevaciones del norte del país y del estado de Yucatán.

Estas concepciones sobre la condición inferior del indio alentaron, repetimos, una devastadora acción política en el siglo XIX que pudo destruir más comunidades durante ese siglo de las que la Colonia destruyó en 300 años, porque sin la base territorial, la estructura de la comunidad indígena se torna particularmente vulnerable.

Casi 200 años después, el actual Congreso de la Unión tiene en sus manos la posibilidad de corregir estos errores iniciales y reconocer constitucionalmente la existencia de los pueblos indígenas y sus derechos. Además de la Federación, estados y municipios debemos enriquecer la estructura política de México reconociendo el otro nivel olvidado: el de los pueblos indios como territorios de nuevas jurisdicciones y competencias a partir de su realidad social, política y cultural propia. No se trata de seguir multiplicando proyectos coyunturales de gobiernos sucesivos para apoyar a los pueblos indígenas como minusválidos o discapacitados de la nación, sino de encontrar una nueva relación entre Estado mexicano y pueblos indios. Sería un enriquecimiento político, no una balcanización. Sería la primera profunda y verdadera integración del país, no su debilitamiento. Es absurdo que ahora, casi 200 años después, haya legisladores con la misma miopía política que Mora. Es momento de corregir ese error inicial de nuestro constitucionalismo y reconocer que pueblos indígenas y sus derechos existen como realidad social y política. Es tiempo de que, a diferencia de Mora, veamos a estos pueblos. Sobre todo ahora, que se han cubierto el rostro para que los veamos con mayor claridad.