martes Ť 27 Ť marzo Ť 2001
Marco Rascón
Entre San Andrés y la tribuna
El mayor valor político de los acuerdos de San Andrés no es su contenido, sino su incumplimiento. Se discutieron y suscribieron cuando el país era otro y las resistencias despóticas llenaban las decisiones del gobierno y los medios. Ante las limitaciones y ambigüedades, los mismos zapatistas definieron los acuerdos de San Andrés como "el piso". Hoy están rebasados, pues el régimen que los suscribió está en otras manos y, aunque la retórica anímica asegura que aquí no ha cambiado nada, es obvio que hay una realidad nueva.
Tomando como base esos acuerdos, hoy existen las condiciones necesarias y es el momento de alcanzar una reforma de Estado y no sólo la del artículo 4Ɔ constitucional, que contiene los derechos de los marginados. Es ésta una oportunidad para situar el punto central de la reforma en favor de los pueblos indios, más allá de la visión antropológica que los convirtió en mera consigna de la que todos hablan, pero nadie explica.
Lograr las definiciones fundamentales sobre la integración cultural de la nación mexicana abriría el proceso de reformas para reconquistar la tierra perdida: el reconocimiento para educar y ser educado, el derecho a la modernidad y la tecnología, la expansión de las lenguas indígenas, el ejercicio de los usos y costumbres en todo lugar y no sólo en el de origen.
Desde la fuerza de la tribuna el discurso debe aludir a los viejos acuerdos para traerlos al México de hoy, que no podemos dejar de ver asombrados y llenos de expectativas.
El discurso del EZLN en la tribuna será el que defina alcance, programa y fundamentos de los derechos de los pueblos indios. No sólo deberá fijar posición, sino convencer y atravesar con argumentos y propuestas el ancestral racismo criollo y mestizo, legitimado por liberales y conservadores desde la fundación del Estado nacional.
Ese discurso es definitivo, porque representa no sólo el universo indígena de Chiapas, sino de todo el país, y aun el de fuera de México. Genera expectativas, porque no sólo representa la historia del EZLN, sino la de todos. En ese discurso radica la base de la construcción de una nación, orgullosa de su diversidad cultural y con derechos plenos e igualdad.
El EZLN ya logró representar a las 56 naciones indias; tiene esa batalla ganada. Tiene además la nueva realidad política a su favor; de hecho, esto le permitió llegar a la tribuna del Congreso. Y está en el lugar y en el tiempo exactos; es, pues, el momento de dirigirse al país con un discurso en el que se muestre como heredero del Plan de Ayala luego de la primera Declaración de la selva Lacandona.
Debe ser un discurso político muy por encima del que ofrece la decadencia de la clase política. Su interlocutor no será sólo la Cámara, sino la nación entera a través de cámaras y micrófonos de medios electrónicos.
El punto nodal es fundamentar la autonomía, no desde la delimitación de territorios, sino la que garantice la unidad cultural y los derechos de los pueblos desde el artículo 2Ɔ de la Constitución y de todas las instituciones de la República.
Si el discurso del EZLN logra destrabar el reduccionismo antropológico y presenta la iniciativa desde una visión jurídica de estadista; si en vez de pedir ayuda, exige el lugar que corresponde a las 56 naciones indias para compartir el futuro con todo el país; si habla no sólo al México convencido de sus derechos, sino a todos y logra destrozar los argumentos de los adversarios, no sólo habrá ganado la guerra, sino que el zapatismo se convertirá en una corriente histórica victoriosa y el país tendrá una de las Constituciones más avanzadas del mundo, ejemplo para Europa, Estados Unidos, Africa y toda América Latina.
El pueblo de México acumula muchas derrotas y hacer uso de la tribuna es de muchas maneras parte de la victoria. Un discurso puede cambiar la historia, cuando se dice en el lugar y en el tiempo exactos. Si con las armas de palo y el rostro cubierto llegaron a la tribuna sin ceder ni las armas ni el rostro, esto puede motivar un cambio en la correlación de fuerzas y alentar al pueblo de México a luchar, a definirse y a defenderse; construir nuevas organizaciones, organizarse políticamente y transformar la cultura política de la derecha y el viejo régimen. Esto significaría una victoria popular.
Llegaron a la tribuna porque están armados y demostraron que disuadir con la palabra tiene tanta fuerza como las armas. Los adversarios piensan que su discurso puede ser su derrota y que entonces podrán pasar a la ofensiva; eso los tiene expectantes, divididos, desconcertados y confusos, pero beligerantes.
El discurso debe recoger la historia; los pueblos indios ya no deben ser la representación del pasado, sino fuerza vital, presente y futuro. Ser indio deberá dejar de ser sinónimo de pobre, un lastre para la civilización liberal y neoliberal.
Escuchémoslos, luego regresarán a su selva y con sus armas, mientras el Congreso deliberará y resolverá, pues queda en sus manos la responsabilidad de la paz futura.