martes Ť 27 Ť marzo Ť 2001

Luis Hernández Navarro

Seducido y abandonado

El PAN pagó un altísimo costo político el pasado jueves 22 de marzo al oponerse a que el EZLN y el movimiento indígena hablaran en la tribuna del Congreso de la Unión. Se empleó a fondo y perdió.

Amarga ironía para un partido que compitió en los pasados comicios con una propuesta de cambio. Los blanquiazules quedaron ante la opinión pública no como una corriente comprometida con la legalidad y el orden, sino como un partido racista, intolerante, conservador y enemigo de la paz, aislado de las principales fuerzas políticas del país. El PAN camina hoy, sin querer darse cuenta, a contracorriente de los votantes que lo llevaron al poder.

Su enfrentamiento con el Presidente, proveniente de sus filas, profundizó su esquizofrenia. Acción Nacional es un partido que simultáneamente está en el gobierno y en la oposición, pero que no acaba de saber muy bien cuál es su lugar. Su fórmula "partido en el gobierno, pero no del gobierno", retomada por Vicente Fox en la reciente Asamblea Nacional panista, no hace sino testimoniar su alejamiento de las decisiones fundamentales del poder y su crisis de identidad. No hay que engañarse, el PAN no está en el gobierno, por más que el mandatario provenga de sus filas. Su afán de independencia del Ejecutivo parece más despecho que convicción. A este paso terminará por asumir como su destino el de "seducido y abandonado".

Diego Fernández de Cevallos y Felipe Calderón Hinojosa, sus coordinadores parlamentarios y funcionarios partidarios más conocidos, se han convertido en los nuevos villanos favoritos de la opinión pública nacional. En el imaginario social el jefe Diego está hoy más cerca de su tocayo, el conquistador Diego de Mazariegos, que de un moderno legislador, mientras Calderón, fiel a su trayectoria como dirigente nacional del PAN, sigue sumando derrotas a su carrera política. Ambos líderes camarales pueden convertirse en los paladines de la derecha más arcaica o los héroes del empresariado neanderthal, pero están muy lejos de aparecer como modernos o preocupados por los grandes intereses nacionales.

Curiosa paradoja la de un partido que ha hecho del posibilismo el centro de su práctica política en los últimos años, pero que resultó descalabrado por asumir una posición de principio. Las concertacesiones, la votación al lado del PRI en las medidas más antipopulares y las negociaciones con el poder a cualquier precio han sido parte sustantiva de su práctica política reciente. Y, sin embargo, ahora, cuando el gobierno federal es formalmente suyo, asume una actitud principista de "todo o nada", en nombre de la legalidad. Fernández de Cevallos, el hombre que aprobó sin chistar las reformas salinistas y que desapareció oportunamente de la escena electoral cuando parecía tener posibilidades de triunfo, al que no le tembló la mano para firmar las leyes más antipopulares, se queja ahora de las presiones del Presidente y titubea frente a una reforma constitucional que reconoce los derechos de los pueblos indígenas.

Ciertamente, el PAN conservó en este lance su unidad interna. Todos su legisladores, aun los más sensatos y negociadores, votaron en contra del uso de la tribuna del Congreso por parte del EZLN. Sólo Ricardo García Cervantes, por consideraciones asociadas a su cargo en la Cámara de Diputados, se abstuvo. Otros, discretamente, se ausentaron del recinto. Ninguno de sus parlamentarios votó a favor. Unos por disciplina; otros por no cancelar las posibilidades de influir más adelante; pero la mayoría sufragó en contra por convicción. El precio de esa unanimidad fue muy alto. Nadie se escapará de pagar la factura de la derrota.

El blanquiazul está acostumbrado a abonar el costo de votaciones antipopulares. No es para su directiva novedad alguna que se le critique por no ser consecuente con sus posiciones originales. Asumen que es el importe por actuar a partir de responsabilidades más que de convicciones. Gracias a esta filosofía, en el pasado cercano dejaron de ser oposición para apoyar frecuentemente iniciativas gubernamentales. Sin embargo, esta política le ha traído pocos resultados. Su descalabro electoral de 1997 y el ascenso del PRD fue, en parte, el resultado de este comportamiento. Nada permite suponer que en esta ocasión no será igual.

La imagen pública del PAN se ha deteriorado aceleradamente en los últimos días. Podrá seguir siendo el partido del orden, pero no lo es del cambio. Y fue con la promesa del cambio que ganó las elecciones. En los próximos días, frente a la ley indígena, tendrá que enfrentar una disyuntiva: seguir pasándole la factura a Vicente Fox por no haberlo tomado en cuenta a la hora de nombrar el gabinete, o responder a las grandes necesidades de la nación; deberá escoger entre ser el partido del racismo, la guerra y la reacción, o el partido moderno que reconoce el derecho a la diferencia.