miercoles Ť 28 Ť marzo Ť 2001

Luis Linares Zapata

EZLN, PAN y racismo

La exitosa gira del EZLN y la unidad lograda por los pueblos indios en defensa de sus derechos básicos (Congreso Nacional Indígena) se trasmutaron en un cruel espejo en el que la sociedad mexicana comienza a descubrirse de cuerpo entero. Y la imagen que se atisba en el reflejo no tiene las honduras y suaves redondeces de la armonía y el respeto ciudadanos por los demás, que le gustaría contemplar desde la modernidad y la dignidad de las consideraciones humanas. Es, por el contrario, una de filosas aristas y torcidas oscuridades donde las injusticias se arraigan a las más arcaicas maneras de un ser colectivo de corte racista, ignorante y autoritario.

La intrincada red de relaciones sociales, culturales y de poder, que mantiene a gran parte de los mexicanos sojuzgados y en condición de siervos, marginados o menesterosos, sale a flote y se vuelve cada vez más transparente en sus modulaciones y componentes. Sus contenidos pueden ser observados en su ruda crudeza para saber que se ha desatado, aunque de manera lateral, todo un proceso de revisión de esas profundidades malsanas del alma nacional. Tal red sujetadora y excluyente se auxilia con una mezcla de prejuiciadas maneras de concebir al ser distinto, a quien no habla bien el español, al que no viste a la moda, al analfabeto, al menesteroso, al sirviente, a quienes no se perfuman, al pobre, al de feas líneas faciales, al que tiene distinto color de piel.

Los criollos blancos, los bien posicionados en la escala económica y aun los mestizos, que se ven a sí mismos alejados de la marginación y el ninguneo cuando en compañía de iguales quieren evitar ser oídos en sus desprecios por ayudantes, inferiores o peones a su servicio, hablan en voz baja, utilizan el inglés o, en algunos casos más sofisticados, el francés para mitigar, según sus entendederas, el menosprecio que hacia ellos los inunda. Adoptan una farisaica actitud y dolida comprensión o, con mayor refinamiento, ejercitan desplantes opositores que no encuentran asideros en la razón, sino que se desvían en críticas sesgadas a las costumbres indígenas, rechazos airados a la persona de Marcos, a sus desmesuradas ambiciones, cursi retórica, ridícula indumentaria o se cuelgan de la aparición chocante de los llamados Monos Blancos para descargar sobre ellos su xenofobia. Otros, menos evidentes en sus motivaciones raciales, enfilan sus baterías sobre la que califican imposible reanudación de las negociaciones o rechazan, de partida y por disolvente, la legislación solicitada por los zapatistas para normar una nueva relación entre el Estado y sus pueblos indios, que tantas vejaciones y desconocimientos ha experimentado con el paso de los siglos. Casos sublimes en esta tesitura descalificadora los constituyen algunas sentencias de dignatarios de la Iglesia romana. Ya sea para contar los demasiados éxitos de Marcos (Rivera Carrera) o para calificarlo de predicador iluminado, un guerrero cibernético y socialista (Sandoval Iñiguez) que los llevará por la senda de la derrota. Mención aparte merece el inefable Onésimo Cepeda, gesticulador de consejos al vapor en los campos de golf y anulaciones instantáneas a poderosos, por su conocida como generosa y cristiana referencia (pobre diablo) al subcomandante zapatista.

Pero no toda la crítica al zapatismo, a Marcos, a las luchas indígenas o a la pretensión de reformas constitucionales propuestas proviene o se parapeta en el racismo. Hay quienes desde sus trincheras pueden disentir no sólo de las personas, sus actitudes y logros, sino rechazar sus mismos propósitos. Y hacer todo ello con la más abierta beligerancia y aún reclamar un lugar en el respeto y concierto colectivos. Tal y como, para muchos de los detalles y derivaciones, están haciendo analistas independientes o legisladores y militantes de Acción Nacional. Esos legisladores bien pueden oponerse al uso de la tribuna por los zapatistas apoyados en una concepción propia, aunque discutible, de la dignidad del Congreso. En la imperiosa necesidad de preservar la autonomía e independencia de las Cámaras de presiones externas. Por eso su voto unificado tiene que ser leído en sus diversas implicaciones. Por eso las posturas de sus líderes tienen que ser tomadas en cuenta para construir los indispensables acuerdos de gobierno. Pero también es indispensable saber que en la lucha de posiciones hay costos implícitos. El PAN, como un partido político que aspira al poder y a mantenerse en él, reclama para sí un segmento conservador del electorado y lo está consiguiendo, aun cuando su perfil se torna cada vez más reaccionario. El respaldo de sus militantes al senador Diego Fernández de Cevallos en su convención lo pone de abultado y decidido manifiesto. Pero también es cierto que se ha alejado de aquel otro conjunto de los ciudadanos, esta vez mayoritario, integrado por los que aun desde posiciones cercanas al panismo se han solidarizado con el movimiento indio y reivindicador del zapatismo. Gajes del oficio y de las apuestas políticas.