Ť La "civilización negada" se hizo escuchar desde la tribuna del Palacio Legislativo
Histórica bofetada con guante blanco para los que apostaron a que los indígenas perdieran
Ť Los pocos legisladores panistas presentes vieron pasar de largo la Historia frente a ellos
HERMANN BELLINGHAUSEN
La histórica bofetada con guante blanco que la comandanta Esther propinó a los cuatro vientos y en cadena nacional resonó en los muros de San Lázaro largamente, tocando en no pocos asistentes el sentido de la vergüenza. La victoria de la caravana "del color de la tierra" estaba a la vista. Ya nadie podía taparla con un dedo, ni regatearle un miligramo de legitimidad y contundencia. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Congreso Nacional Indígena tomaron la tribuna del Poder Legislativo y, ni modo, dijeron su palabra.
Si bien la "ley indígena" está lejos de haberse aprobado, la victoria de los indios mexicanos es tan grande y generosa que alcanza para casi todos: partidos políticos, medios de comunicación, el propio gobierno de la República, la sociedad civil que los ha acompañado estos días y estos años. Sólo perdieron los que apostaron a perder.
Cuando al filo de las once de la mañana de ayer los comandantes del EZLN ingresaron al salón de sesiones de la Cámara de Diputados se hizo un silencio incompleto, tan titubeante como los aplausos de los diputados de PRD, PRI y PT. Los ojos del Congreso estaban preparados para ver entrar al subcomandante Marcos. Y se quedaron esperando. No todos entendieron el momento. Varios minutos después, un conductor de televisión seguía mostrando irritación ante su auditorio por el "retraso" de Marcos. La bofetada había comenzado.
El traje nuevo del emperador
Había que limpiarse los ojos y los oídos ante lo que estaba ocurriendo. ¿Por dónde empezar? Quizás por los diputados y senadores federales de PRD, PRI y PVEM abriendo sus intervenciones en zapoteco, chontal, maya, tzeltal, un recurso inusual en esta cámara. O el unánime reconocimiento de que se necesita una ley que proteja los derechos y la cultura indígenas. O la magistral intervención de los abogados del CNI, María de Jesús Preciado, nahua de Jalisco, y Adelfo Regino Montes, mixe de Oaxaca. O, en fin, los discursos de los comandantes Es-ther, David, Tacho y Zebedeo.
No, mejor empecemos por el pánico que se apoderó de la flaca representación panista al ver el giro que habían tomado las cosas. El diputado Fernando Pérez Noriega, conocido activista contra la aprobación de la ley Cocopa, trataba de enderezar sus fuerzas, que como nunca supieron dónde estuvo la bolita, sólo aplaudieron cuando hablaba uno de ellos. El mensaje del PAN era su ausencia. Habían decidido de antemano no escuchar, y cuando quisieron afectar, de emergencia, que sí escucharon, la Historia había pasado de largo frente a ellos.
"Que no vayan a decir que el PAN no quiso escuchar", era la preocupación de Pérez Noriega y de la veintena de legisladores que acudieron por pertenecer a las comisiones convocadas. Flaco favor les hicieron los senadores y cocopos Luisa María Calderón y Felipe de Jesús Vicencio, al ser los únicos de toda la sesión que llegaron tarde. No, había que hacer algo.
Pérez Noriega armó teamback para recuperar el aliento. Media sala de sesiones, la correspondiente al partido en el poder y mayoritario en esta cámara, estaba completamente vacía. Desde el "corralón" de la prensa, un avezado reportero de la fuente exclamó: "Qué error histórico. Los panistas nunca se van acabar de arrepentir de no haber venido". Como si lo hubiera oído, Pérez Noriega inició una operación desesperada: atravesó la sala de prensa una y otra vez. Ningún otro legislador lo hizo, por cierto. Se dejaba entrevistar por quien se lo solicitara y así se dio vuelo ante cámaras y micrófonos, mientras allá adentro los indígenas dictaban cátedra de todo, hasta de maneras de mesa.
En un reflejo freudiano de manual, la diputada blanquiazul Martha Patricia Martínez Macías, última oradora de su fracción, repitió la frase: "hemos escuchado" ¡once veces! en su breve discurso, completamente a la defensiva. De hecho, sólo los panistas provocaron risas, siseos y silbidos en la concurrencia, tanto legisladores como invitados. Aun así, los panistas presentes se deslindaron de los ausentes, saludaron la ocasión histórica y aseguraron que la legislación en materia indígena es inaplazable y la respaldan.
Había que ver a los gobernadores priístas Miguel Alemán y José Murat haciendo cola para que los entrevistaran las televisoras y pudieran referirse a lo histórico del momento, mientras la comandancia zapatista cumplía su meta, anunciada el 2 de diciembre de 2000, de acudir ante el Congreso de la Unión para defender "las bondades de la ley Cocopa". Después de 32 días de viaje por la República, los zapatistas cumplían su cometido. Había que ver la satisfacción del gobernador chiapaneco, Pablo Salazar Mendiguchía, y, menos expansiva, la del jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, así como de sus predecesores Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Rosario Robles.
Había que ver al senador Manuel Bartlett Díaz dando entrevistas, encantado de la vida. Oh, ¿qué se hicieron los duros?
Había que ver a Beatriz Paredes atravesar ostentosamente la sala de sesiones para conspirar con el arquitecto Fernando Yáñez, el correo formal del EZLN. Y oír a un diputado perredista, Martí Batres, leyendo una excelente cita de El ogro filantrópico, de Octavio Paz, sobre la durabilidad de lo indígena y del zapatismo. O mejor aún, al comandante Zebedeo parafrasear, supongo que sin proponérselo, a sor Juana Inés de la Cruz: "Aquí está con nosotros el pobre, el peor de todos".
En resumen, había que presenciar la entrevista que Multivisión hizo, en vivo, a un viejo lobo de mar del periodismo, hoy en semirretiro, Jacobo Zabludowsky. Este repetía su frase canónica de cuando el hombre llegó a la Luna: "Los mexicanos no hemos perdido nuestra capacidad de asombro", reconociéndose impactado por el discurso de la comandante Esther y la variedad de acentos de los indígenas, según pudo escuchar a los comandantes del EZLN (un tzeltal, un tojolabal y un tzotzil). A pocos pasos, el diputado priísta Eduardo Andrade escuchaba, solícito a su ex patrón en Televisa. Cazador cazado por las cámaras de la competencia, Zabludowsky concluía: "estamos viendo una de las consecuencia de que el país ha cambiado". Va a ser "muy positivo" que se resuelvan las exigencias de los indígenas de nuestro país.
En medio de todo este mosaico de maravillas y asombros, San Lázaro les vino grande a los panistas, que lucían perdidos, huérfanos, desnudos. Queda claro que en Acción Nacional tienen un pollito muy interesante que pelar, mientras un mundo los vigila.
El sueño de la butaca acojinada
Los huaraches del comandante David y el sombrero de Floriberto Díaz en la cabeza de Adelfo Regino. La galería sur de San Lázaro llena de representantes e intelectuales de decenas de pueblos indios, muchos de ellos con sus vestimentas tradicionales, y todos respaldando la ley Cocopa y los acuerdos de San Andrés.
El "efecto Ramona", multiplicado, transformó la expectativa de ver a Marcos "salirse con la suya" en el nuevo descubrimiento de América. Bueno, al menos de México. La "civilización negada" que describió Guillermo Bonfil en México profundo ?y lo tildaron de utópico? subió a la tribuna.
Cerca de 15 millones: nunca antes hubo tanta población indígena en estas tierras, donde habita la cuarta parte de la población indígena del continente. La comandanta Esther sabía lo que decía cuando proclamó: "por mi voz habla la voz de millones de indígenas de todo el país". Cincuenta y seis lenguas, muchas de ellas representadas hoy en el Palacio Legislativo, hicieron chiquita la cantidad de nombres indígenas inscritos en bronce en este altar de la patria: Benito Juárez, Cuauhtémoc, Ricardo Flores Magón, Emiliano Zapata. El nuevo siglo nace con una impronta indígena definitiva de cuya dignificación nacional dependen los tiempos por venir.
La recurrente crítica de que los usos y costumbres violan los derechos humanos ?caballito de batalla de los opositores a la reforma constitucional?, recibió respuesta de María de Jesús Preciado, Marichuy, como le dicen en su Manantlán de origen: el maltrato a la mujer no es un problema privativo de los indígenas, sino "de toda la sociedad". ¿Por qué no se refieren a los usos y costumbres buenos?, se preguntó. "La ley va a fortalecer la participación equitativa". Habló del tequio y la faena, de la costumbre de "hacer justicia buscando reparar el daño antes que castigar", de las decisiones por consenso, el servicio a la comunidad sin pago, la autonomía como forma de convivencia armónica y de afirmación nacional en base a lo particular.
La participación de Marichuy y la comandanta Esther, por sí solas, marcan un hito en la lucha por los derechos de la mujer. También el feminismo debe estar hoy de plácemes. "La ley necesita unir su hora a la de los pueblos indios", dijo Esther. Cubierta con el blanco chal tzotzil sobre el huipil rojo encendido, en el tono conmovedor de quien habla con naturalidad, Esther entreabrió, por primera vez, la puerta del diálogo y la paz.
Con ironía, Zebedeo reclamó a los diputados: "Hoy es tiempo de que cumplan lo que se comprometieron. Eso les ayudará a mejorar sus carreras políticas". Enseguida, tomando el hilo, el comandante Tacho expresó: "los hombres y mujeres que cumplen su palabra son de mucha ley. No cumplir la palabra para nosotros es una vergüenza. Fallarle a la palabra es perder la confianza. La palabra no vive en la boca, sino sale del pensamiento y del corazón".
"Quedará escrito en la historia que en el año 2001 se reconocieron los derechos y la cultura indígenas", agregó. "Nosotros no queremos morir. Queremos vivir en el mundo juntos, en nuestro mismo país, no queremos dividirnos. Nosotros, los zapatistas, no les vamos a quitar su trabajo a los diputados y senadores. Los tiempos de la unidad caminan con la palabra".
La fiesta de la palabra vino a concluir en un acto callejero sumamente emotivo. Allí se registró la única aparición del subcomandante Marcos: la ceremonia del agradecimiento y del adiós. No fue de llorar, pero sí de mojarse los ojos. Marcos celebró que un niño, Pedro, volverá a su casa de Guadalupe Tepeyac, lugar donde nunca ha puesto pie, pues es hijo del exilio. Y agradeció a papá, a mamá, a la parentela en general, al hijo ("¡ganas tienes!"), a los insurgentes en la montaña, a su compañera (y hasta le pidió a Oscar Chávez que cantara la de "por ti bella Mariana, por ti lo puedo todo, y el mundo entero si lo mandas te lo pongo de otro modo", ya de lleno en la hora de las complacencias). Fue la parte mínimamente personal de la victoria lograda por los pueblos indios, la puerta, apenas la puerta de un nuevo tiempo para las comunidades, a las que saludó en la distancia.
"Esta delegación hoy soñó soñando que estaba sentada en una banca acojinada del Congreso de la Unión", dijo Zebedeo ante la gente que esperó afuera de San Lázaro, junto con el subcomandante Marcos, a los comandantes, recibidos como héroes: "Nunca pensé llegar a este lugar", planteó Zebedeo.
A las 18 horas en punto, exactamente siete después de su ingreso al Palacio Legislativo, y con las manos llenas de manos, al decir de Marcos, los zapatistas y el CNI se despidieron de la ciudad de México. Antes de que se dispersara la gente, en el atardecer de este memorable día se oyeron las notas de "Ya se mira el horizonte", muy festivas, con acor-deón y toda la cosa. Y sí, más allá de la Candelaria de los Patos y el barrio de la Merced, sobre la ciudad impávida y bajo un cielo lleno de aviones que no logran aterrizar, se miraba en efecto el horizonte.
Esta fue, por prolongar una expresión de Carlos Monsiváis, una verdadera victoria cultural, aun por encima del "partido de la victoria cultural" y de otros "victoriosos" que ayer no vieron la suya.