JUEVES Ť 29 Ť MARZO Ť 2001
JAZZ
Antonio Malacara
Astillero en concierto
DESPUÉS DE UN buen rato de no aparecer en escena, el grupo Astillero se presentó este martes 27 en la cuarta fecha del ciclo Más jazz, reencontrándose con un público que lo ha seguido por casi dieciocho años en un navegar constante alrededor de sus propias construcciones; naves de temas meticulosos que por momentos aparecen demasiado cuidados en cada uno de sus detalles.
EL CUARTETO CUENTA con seis discos en su haber, siendo que el más reciente, 360Ŷ, data de 1977. Es por ello que no nos extrañó que, con la excepción de Ábaco, presentaran sólo temas de reciente factura, incluyendo uno que recién habían montado horas antes del concierto. De hecho, sólo interpretaron dos de las diecisiete piezas anunciadas en el programa de mano.
EL INICIO ESTUVO a cargo del teponaztle insertado en la batería de Pablo Anguiano para introducir Abaco; el timbre mágico de este tronco ahuecado pronto se vio acompañado por el bajo de Alejandro Pérez-Sáez y ahí estaban los dos, los fundadores del proyecto Astillero, en un intercambio tonal que evidenciaba por enésima vez el porqué de su permanencia a través de los años, como mancuerna y guía de un grupo que ha logrado establecer un sonido propio, un sonido con pretensiones mexicanistas sin recurrir por ello a folclorismos gastados e infructuosos.
AIRES DEL SON huasteco y abajeño se entrelazaron con las imágenes y los ritmos del bebop a lo largo de la noche. Alejandro manejaba el bajo como siempre, sin limitarse a aportar bases rítmicas, aportando acordes, líneas melódicas, conversando ampliamente con los demás instrumentos. La muy particular batería de Anguiano (aderezada con múltiples percusiones prehispánicas y mestizas) mantenía el poder y los matices de toda la vida. Sin embargo, Astillero tardó dos o tres piezas en reencontrar el swing al que nos tienen acostumbrados. Sencillamente se notaban desencanchados.
SANTIAGO DERBEZ CUMPLIA con sencillez en el piano, como lo ha hecho desde hace cinco o seis años. Su paso por el grupo en general, y por este concierto en particular, hubiera pasado sin pena ni gloria de no ser por la presentación de una de sus composiciones, un tema titulado El sueño de Frida, impregnado de nostalgia y de una reposada belleza que conmovió al teatro en su totalidad. No obstante, y a pesar de su protagonismo autoral, el piano permaneció discreto y marginal.
EL NUEVO MIEMBRO del grupo, Remi Álvarez, brilló en toda la extensión de su conocido y reconocido talento. Nos sorprendió la versatilidad con que maneja flauta y saxofones para poder transitar de las improvisaciones libres y las frecuentes atonalidades de Cráneo de Jade (su grupo de cabecera) a la propuesta un tanto más apacible de Astillero. Desde hace unos meses, su presencia en el cuarteto aporta nuevos colores y aristas al código que han venido manejando.
UNA VEZ ENCANCHADOS, el concierto tomó nuevas y muy emotivas vertientes, hasta llegar a La gozona, un trabajo colectivo de enorme nivel, una pieza larguísima en donde lograron fundir frases de las étnias españolas con pasajes que mucho nos recordaban a la tambora sinaloense; fue un recorrido abundante en vuelcos y matices y poderío.
SE DESPIDIERON CON Techando una casa zen azul, una suerte de suite para percusiones donde los cuatro tundieron toda clase de instrumentos, incluyendo un serrucho que cortaba madera. El momento era inmejorable, pero la noche les alcanzó para llegar a donde querían. De todos modos, el público lo agradeció con un enorme aplauso final.