viernes Ť 30 Ť marzo Ť 2001

Enrique Montalvo Ortega

EZLN, dique a la transición conservadora

Cuatro meses atrás, concluido el proceso electoral y con Vicente Fox en el gobierno, todo auguraba una exitosa transición conservadora, dirigida y controlada por las fuerzas de la derecha panista.

Tras 18 años de agobio neoliberal en el que los gobiernos priístas se habían encargado de golpear y desmantelar a las organizaciones independientes, Fox y su partido se aprestaban a apretar aún más las tenazas de la reforma neoliberal, pensando que podrían emplear para ello la legitimidad que les otorgaba el proceso electoral del 2 de julio. Parecía entonces que no existiría fuerza social capaz de enfrentárseles.

Hoy el panorama ha dado un giro radical. El EZLN se ha constituido sin duda como la fuerza opositora más importante a ese proyecto y vastos contingentes de la sociedad civil han acudido a su convocatoria. Calles y plazas se han llenado al paso de los líderes del EZLN a lo largo del mes de marzo, y sus preocupaciones sobre el futuro del país han permeado toda la sociedad.

Cuando parecían apagados y se hablaba de su desaparición y fragmentación, la reaparición de los zapatistas ha venido a oxigenar a nuestra sociedad y a restaurarle la confianza en sí misma, en su potencialidad para constituirse en protagonista de su futuro.

El elemento de mayor interés en la movilización zapatista lo constituye su capacidad para mostrar que nuestro futuro, el rumbo que seguiremos como nación, no depende sólo, ni siquiera principalmente de la clase política, sino de nuestra presencia y definición en torno a un proyecto de nación capaz de incluir a todos los mexicanos. El triunfo que representa la apertura en el Congreso de la Unión al debate de las demandas indígenas ha dejado en claro que nuestra participación puede cambiar la orientación y el rumbo del país. Ha mostrado por otra parte que la autoridad moral tiene un valor sustancial y que la coherencia ética puede ser una fuente de respeto y credibilidad. Hablaba con verdad Marcos a Julio Scherer cuando le decía en reciente entrevista: "Somos sinceros y somos honestos, y pocos políticos en México pueden decir lo mismo".

Mientras en todos los partidos vemos el espectáculo de políticos que son capaces de renunciar a sus principios por ocupar posiciones, el EZLN ha mostrado que antes que las posiciones de poder están su dignidad y el proyecto que han presentado al país.

El camino usual en las democracias realmente existentes en la mayor parte del mundo ha sido el de minimizar el contenido democrático, reduciéndolo muchas veces a los procesos electorales, e incluso ni siquiera a ellos, como lo evidenciaron las recientes elecciones de Estados Unidos.

Desde que en 1975, en la reunión trilateral los líderes del "mundo libre" se manifestaron contra el "exceso de democracia" que --decían-- haría imposible la gobernabilidad, se multiplicaron los esfuerzos para que los ciudadanos se despolitizaran y no pudieran decidir en cuestiones tan importantes como la política económica, la distribución del ingreso, las políticas sociales, etcétera.

Los métodos fueron diversos: desalentar la participación, impulsar el conformismo; hacer creer que la economía es un asunto en el que sólo pueden decidir los expertos y que sólo existe una forma de organizarla, la neoliberal; generalizar la idea, por la vía del pragmatismo, de que todo esfuerzo por modificar la realidad es una utopía romántica, un sueño imposible. Muchos medios se han encargado de difundir la idea de que las cosas son como son, los políticos son corruptos, el neoliberalismo es una tendencia incontestable, y lo que hay que hacer es aceptarlo, tratando de salvar individualmente el pellejo.

El EZLN ha demostrado que cree en la sociedad y en la democracia. Que si la sociedad civil participa puede generar cambios profundos y que para la mayoría nunca será excesiva la democracia. Por el contrario, de lo que se trata es ampliarla siempre más. Todo ello ha mostrado la necesidad de pensar el cambio como cuestión de todos y no como decisión reservada a oligarquías empresariales o políticas, o a tecnócratas iluminados. Sobre todo ha dejado en claro el poder que la ciudadanía puede llegar a ejercer cuando se decide a actuar.

La transición conservadora apunta hacia el capitalismo salvaje que privilegia un mítico mercado que no es tal, sino una ideología en manos del club de grandes propietarios; apunta hacia la exclusión de grandes grupos que no tienen cabida en el modelo económico; fomenta la discriminación y la intolerancia (Abascal es una de las muestras más claras de desprecio que la derecha tiene nada menos que a la mitad de la sociedad, las mujeres).

La irritación que hoy muestran los panistas responde a que la transición conservadora que en su momento sus dirigentes --entre ellos Diego Fernández de Cevallos-- pactaron con Carlos Salinas, está hoy severamente cuestionada. Su negativa a escuchar siquiera a los indígenas en el Congreso de la Unión responde, además de a su racismo, a su acérrima oposición a toda acción que pudiera contribuir a construir una democracia sustantiva.

Una de las grandes aportaciones que tenemos que agradecer al EZLN ha sido el aglutinar a la sociedad para una transición a la democracia que haga honor a ese nombre, que llene de contenido la democracia misma. Y nos enfrenta a la urgencia de cobrar conciencia, desde los más disímbolos lugares y posiciones, de que no podemos aceptar un México excluyente, ni en lo económico ni en lo social ni en lo cultural. La lucha de los pueblos indios es por ello, a la vez, la de todos los mexicanos.