VIERNES Ť 30 Ť MARZO Ť 2001

Ť José Cueli

Al son y ritmo indígenas

Los Marcos van al son de la marcha y el ritmo zapatistas deslizándose entre el inquietante desmadre capitalino, intentando descifrar el enigma de lo desconocido. Enigma que se oculta y se devela a la vez en un discurso que pretende nuevas significaciones y novedosos sentidos que pretenden enlazarse con el color de la tierra que entra y sale en el incesante fluir de la vida-muerte. Caminar sublime en medio del desencanto y del grillerío nacional. Deseo que pulsa silencioso, inasible, insatisfecho que se difumina entre los semáforos, microbuses, taxis, embotellamientos que confrontan ese ritmo indígena pausado, silencioso, fantasmal con el ritmo de los bocinazos, chistoretes y mentadas de madre de los citadinos.

ƑCómo son esos deseos pintados del color de la tierra que emergen de lo más profundo de la selva indígena? ƑQué voces, qué gestos, qué colores, qué paisajes?, Ƒcómo se entrelanzan las huellas mnémicas y las representaciones que dan lugar a esas simbologías? ƑCómo entenderlas? Este lenguaje indígena es el que hablan 10 millones de mexicanos. Estos indígenas no son arquetipos, son seres vivientes de carne y hueso que se adivinan detrás de las máscaras, que apenas se dibujan como algo fantasmal que parece sin rumbo fijo y fuera de los goznes del tiempo. Máscaras transparentes que posibilitan hablar con mayor libertad, desde lo profundo del alma, desde la intimidad con el dolor y el exilio, desde los fantasmas, los muertos, los excluidos y los ausentes, cuya ausencia denota una presencia presente y articulada en el discurso. Discurso interior, detrás de cuya máscara se esconde la sonrisa perdida en el peregrinaje de la montaña a la ciudad, en que cada máscara remite a otra máscara. Miradas y voces con rostros fragmentados, ecos, alusiones y desciframiento de una secreta totalidad.

De allí que resulte inútil un desciframiento parcial, pues cada fragmento está enlazado a otro y a otro más en segundas y terceras lecturas; más aún cuando el que pretende descifrar lo hace a través de otra simbología como referente. Cada rasgo, cada palabra es reflejo de la otras, de la unidad escondida en el velo del pasamontañas.

Textos que se ensamblan a otros textos y permiten lecturas diferentes. Textos que engloban a otros textos y éstos a otros sin llegar al origen. Este desciframiento es lo contrario a la praxis política basada en lo objetivo, en lo no contradictorio, en lo sucesivo, en lo aparentemente secuencial, mientras que el descifrar que no es contar máscaras que son algo más que máscaras.

Máscaras y lenguaje e interioridad que son permanentemente móviles y que se mueven a otro son, a otro ritmo, el de la selva chiapaneca y no al ritmo de la selva de asfalto. Máscaras que se revelan en el pueblo. Y Ƒqué es el pueblo? Otro enigma de lo desconocido y lo indescifrable.

Sin embargo a pesar de la complejidad el esfuerzo de inclusión y de diálogo, vuelvo a repetir, deberá intentar atender no sólo al discurso pragmático que busca soluciones sino al lenguaje que ''abre mundo", que posibilita los intentos de desciframiento, que nos enfrenta a ver y escuchar lo que parecía inexistente, al intento de establecer ''puentes" entre las diferentes simbologías.

La tarea se antoja titánica pero quizá no sea imposible. Además, se torna urgente y prioritaria ya que al reclamo de los indígenas se agrega el discurso de sus hijos marginados, en las ciudades, que con otras simbologías pero con carencias también ancestrales demandan inclusión en el proyecto de nación.

Entre unos y otros se suman ya cerca de 60 millones de pobres y una heroica y espartana clase media que a pesar de esfuerzos férreos y de cargar a cuestas con el alud de demandas de toda índole que se le imponen, es un sector social que representa la fuerza productiva en el país y que empieza a perfilarse como especie en ''vías de extinción".