SABADO Ť 31 Ť MARZO Ť 2001
SPUTNIK
šAhí vienen los rusos!
Juan Pablo Duch
Moscu, 30 de marzo. Se sigue creyendo que no dejaba pasar ni el aire, pero la Cortina de Hierro, como no era cortina ni tampoco de hierro, tenía algunos resquicios para hacer turismo y los soviéticos más agraciados, para envidia de su congéneres, tan pálidos como sólo pue-de estarlo un crudo después de una semana de juerga, color de piel habitual en in-vierno incluso para los abstemios, se asoleaban en las playas de Varadero.
Quienes no alcanzaban bronceada ni chapuzón en las tibias y caribeñas aguas de Cuba, podían remojarse en el Mar Negro, pero sólo entre junio y agosto, salvo los suicidas con ganas de agarrar una pulmonía fulminante y los ingenuos que, al primer calambre, salían pitando o dando saltos de payaso de circo.
Los otros, aquéllos que nunca se han entusiasmado con el turismo playero, más aún que las playas de acá tienen piedras y no arena, procuraban visitar cualquier país del llamado campo socialista, aunque sin encarrerarse demasiado para no acabar es-trellándose en el muro de Berlín.
Muy pocos llegaban a pisar suelo capitalista como turistas y, a pesar de los severos controles del KGB, algunos no regresaban a la Unión Soviética no tanto por motivos políticos como por sufrir un infarto en el primer supermercado que veían.
Casi ningún turista pedía asilo político, entre otras razones porque era menos que imposible conseguir el permiso para viajar a un país que no fuera de la órbita y, cuando alguien manifestaba su sueño de conocer París o Roma, los burócratas del partido, quienes tenían la última palabra como asesores de viajes, le recomendaban una excursión en camellos por el desierto de Gobi, en Mongolia.
Previsores como eran los guardianes de la moral soviética, no autorizaban viajes de esposos o familias completas, lo que, por un lado, aseguraba el regreso del turista y, por el otro, propiciaba que algunos célibes viajeros acabaran llevando a la ca-ma la célebre consigna de šProletarios de todo el mundo, uníos!, con una novia/no-vio ocasional, dependiendo de sus pref erencias sexuales y capacidad de ligue.
Los burócratas del partido creían que, si los padres del turista permanecían en la Unión Soviética como una suerte de rehenes, se podían quedar en el extranjero sólo los que no tenían madre. La teoría falló una y cien veces respecto a aquellos que, ya no como turistas sino en función de su talento, debían servir de ejemplo de los logros alcanzados por el sistema, como los deportistas o los bailarines del Bolshoi. El éxodo masivo de estos últimos hizo, probablemente, que se dejara de hablar de Cortina de Hierro, aunque tampoco sirvió de mucho usar Telón de Acero.
Enterrada la Unión Soviética, la peliculesca frase šAhí vienen los rusos! dejó de asociarse con aviones de combate y tanques, y los rusos se lanzaron a la conquista del mundo... como turistas, imponiendo en algunos lugares sus gustos, idioma y hasta hábitos etílicos, por idiota que parezca pedir una botella de vodka para acompañar una paella en la Costa Brava, rechazando con mirada de pocos amigos un buen tinto y, con el postre, otra botella de vodka, en vez de cava catalana.
Sin embargo, hoteleros y restauranteros terminan por bailar la música que les tocan los 200 mil rusos que visitan cada año España, los 300 mil que descansan en Turquía, los 120 mil que prefieren Chipre y, para abreviar lo que sería una relación in-terminable de los destinos turísticos en que ya no es raro oír mentadas de madre en ruso, hasta los 3 mil que van a dar a Cancún o Acapulco.
Son pocos los que aguantan las horas de vuelo hasta México, entre 16 y 20 dependiendo de escalas o conexiones, pero algunos compensan con creces la falta de compatriotas suyos, como el que tuvo la ocurrencia de ocupar durante un mes la suite presidencial del mejor hotel de Cancún.
Desde luego, no todos los rusos que viajan a otras naciones como turistas son ma-fiosos y, por razones de distancia y presupuesto, muchos pueden permitirse unas va-caciones en el exterior, más aún que los vuelos charter hacen que cueste lo mismo ir a España que a Sochi, en el Mar Negro, si se quiere dormir en un hotel más o menos decente y no en una tienda de campaña.
De entre todas las categorías de viajeros procedentes de este país, mención aparte merecen los llamados nuevos rusos, ma-fiosos algunos, empresarios otros, que son muy fáciles de identificar porque todos os-tentan cadena de oro, reloj exclusivo y una panza prominente.
Sólo a ellos les parece normal meterse a una alberca con celular, por si alguien les llama desde Moscú, y como casi nadie lo hace, para ahorrarse la larga distancia, por lo común son ellos los que, seguido, marcan para comunicarle a algún amigo algo que consideran muy importante.
Por ejemplo, que ahí donde está no hay arenque y tuvo que encargar unas aceitunas como botana, o que acaba de pasar una rubia impresionante en topless. Todo esto, a voz en cuello, para que se enteren todos los que están a 10 metros de distancia, co-mo si tuvieran la obligación de hablar ruso.
Así que si ve usted, en alguna playa mexicana, a algún turista como el que ilustra esta entrega de Sputnik, ya sabe de dónde es y no intente hablarle otro idioma que no sea el ruso.