lunes Ť2 Ť abril Ť 2001
Iván Restrepo
Las razones ambientales del imperio
El nuevo gobierno de Estados Unidos acaba de decirle al mundo el aprecio que le merece el medio ambiente global: el presidente Bush rechazó el Protocolo de Kyoto a través del cual se busca detener el calentamientro del planeta, y pidió, en cambio, elaborar otro pacto que obligue a las naciones en vías de desarrollo a fijar estándares mínimos de responsabilidad en la protección del ambiente.
Luego de intensas negociaciones, la comunidad internacional había puesto en dicho acuerdo las bases para enfrentar los problemas que ya se dejan sentir por la generación de gases que afectan el clima mundial. En el Protocolo de Kyoto, firmado en 1997 en esa ciudad japonesa, se asignó a Estados Unidos la mayor responsabilidad en la tarea de reducir los gases generadores del "efecto invernadero", como el dióxido de carbono, que de no controlarse causarán serios desajustes ambientales. Entre otras cosas, debía reducir las emisiones de esos gases en alrededor de 7 por ciento de los niveles que tenía en 1990, fijándole hasta 2012 como límite para cumplir dicha meta.
Darle esa responsabilidad no fue gratuito: Estados Unidos es el mayor contaminante del mundo y origina alrededor de 25 por ciento de los gases de invernadero. Pero a lo decidido en Tokyo siempre se opusieron poderosos intereses corporativos del país vecino.
Posteriormente, en Buenos Aires, el mundo industrial se comprometió a reducir en conjunto 5.2 por ciento sus emisiones de esos gases a la vez que hubo un llamado para apoyar medidas que permitieran financiar la reducción de emisiones en los países pobres o en vías de desarrollo y los cuales alegan que sus condiciones económicas les impiden actuar como sería deseable.
Ahora la administración Bush dice que se necesita un tratado que "incluya al mundo", no uno que exente a ciertas naciones (como las citadas antes) de responsabilidades ambientales globales. Este argumento lo respalda el Senado estadunidense desde antes. Cuando Clinton se adhirió al protocolo, dicho cuerpo legislativo se negó a ratificarlo por 95 votos en contra y ninguno a favor. Hoy la crisis energética que vive California y la desaceleración de la economía le sirven a Bush para decir que estos dos problemas convierten en "inviables los objetivos de reducción de gases identificados como causa del efecto invernadero", pues el crecimiento continuo de la economía de Estados Unidos "tiene prioridad sobre cualquier medida que busque reducir un problema ambiental en el mundo". En pocas palabras, primero las ganancias.
Aunque los dos problemas son ciertos, en esa determinación influyó el cobro de facturas políticas por parte de los poderosos intereses que apoyaron la campaña electoral del nuevo presidente. Con los republicanos llegaron a la Casa Blanca las compañías de petróleo, de energía, de carbón y de automóviles, entre otras, que buena culpa tienen en el calentamiento global, y que no desean acuerdos que afecten sus ganacias y las obliguen a reformas tecnológicas profundas y al uso racional de recursos. Los que aplaudieron la promesa de Bush de "cambiar el clima de Washington", en referencia a barrer con todo lo que recuerde al ex presidente Clinton y su partido, no pensaron que pretendía hacerlo también a nivel mundial.
Mientras, otras potencias industriales, como la Unión Europea, Japón y Canadá, y varios países que caminan hacia el desarrollo, como China, condenan el entierro de quinta que Bush dio a un acuerdo obtenido luego de intensas negociaciones; que buscaba remediar "el desafío más temible y peligroso de la humanidad a lo largo de los próximos 100 años", como lo calificó el ministro británico del medio ambiente, Michael Meacher.
Entre tantas expresiones de condena, resalta la declaración que el maestro Víctor Lichtinger hizo sobre el fin del Protocolo de Kyoto. Con una ligereza que no es digna de quien tuvo oportunidad de conocer cómo actúa el imperio cuando fue cinco años uno de los responsables de la Comisión de Cooperación Ambiental de América del Norte, el secretario del medio ambiente justificó la determinación tomada por Bush y culpó a los europeos de buena parte de lo ocurrido. Si ésa es la actitud futura del gobierno de México al abordar asuntos donde tiene intereses el imperio, nada bueno nos espera.