lunes Ť2 Ť abril Ť 2001
Carlos Fazio
Usos y costumbres
El senador Diego Fernández de Cevallos, abogado y ranchero, no habla con indios. Mucho menos con indias, máxime si tienen "un calcetín en el rostro". Sólo habla con sus pares y amigos (políticamente correctos). Y con los presuntos delincuentes que defiende por razones profesionales. De preferencia infractores de cuello blanco, acusados de lavadores, defraudadores financieros y evasores fiscales. También, por supuesto, con banqueros, empresarios y bolsistas especuladores y usureros. Los rescatados del Fobaprian, ideólogos de la cultura del no pago. Se trata sin duda de una forma lícita de vivir, en un país con estado de derecho, como México. Además --gajes del oficio--, cobra muy buenos honorarios por ello.
Pese a ser un hombre próspero que multiplicó su fortuna durante los últimos gobiernos priístas, por alguna razón ha de pensar que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Siempre se las ingenia para ocupar una curul. No hay nada malo en sentir pasión por la política. Pero no es ningún secreto que "la casa del pueblo" ha servido para tejer vastas redes de complicidades y contubernios entre políticos y empresarios contratistas. No sólo de concertacesiones vive el hombre. Por eso, durante el viejo régimen, unos cuantos legisladores panistas, duchos en hacer negocios con el sistema, acumularon riquezas. En su caso, el pragmático jefe Diego ha sabido traducir su popularidad política en jugosos negocios de asesoría. Por ejemplo, y valga la redundancia, asesoró a la empresa Jugos del Valle, a la que libró de las garras de Hacienda. También asesoró al intervenido Grupo Financiero Anáhuac, propiedad de Jorge Hurtado y Federico de la Madrid, primo e hijo respectivamente del ex presidente Miguel de la Madrid (el último hoy con fuero parlamentario), que estaba siendo investigado por una presunta asociación delictiva con el cártel de Juárez, el de Amado Carrillo.
Alguna vez, ante las cámaras de televisión, el señor Fernández se ufanó de ser derechista y reaccionario. Muy su conservadora gana. Su estampa castiza y monárquica le ayuda. Pero eso no lo convierte motu proprio en "villano" o en "encomendero racista" (Ciro Gómez Leyva dixit). El problema con don Diego es que tiene una doble moral. Su postura de demócrata principista es sólo una máscara. La supuesta defensa de la dignidad de un Congreso afrentado por los encapuchados del EZLN, exhibió los torcidos usos y costumbres de una casta enquistada en el antiguo régimen, que aún perdura con el "cambio". Fernández de Cevallos eludió el diálogo con la simbólica Esther --mujer, india y pobre-- y utilizó el fuero como pretexto de "licencia antidemócrática" (G. Esteva), no porque sea un misógino con mentalidad oscurantista y ginecofóbica, o un macho abascalista que adversa la "masculinización" del "genio femenino" (o no sólo), sino porque le gusta concertacesionar en lo oscurito y no está acostumbrado a rendir cuentas a nadie. Menos a las almas vulgares. O tal vez, según se desprende de las palabras de María de Jesús Patricio --el día que los zapatistas profanaron la tribuna de los padres de la Patria--, porque el senador panista no vive la representación política como servicio sino como privilegio (y aparte le pagan). Cuestión de estilos personales. Además, hay de manadas a manadas. Y don Diego no tiene por qué mandar obedeciendo a una "horda sublevada" (podría pensarse que Gregorio Marañón conserva ilustres seguidores, tanto más peligrosos si son "republicanos").
La impronta teocrática de Diego Fernández no es de ahora. Fiel seguidor de Torquemada, con celo fanático defendió la quema de los paquetes electorales que eran la prueba del fraude político de Carlos Salinas de Gortari en los comicios de 1988. "La cochinada más grande que hicieron los panuchos", dijera Rius. Seis años después compitió por la Presidencia de la República. Cuando iba adelante en las encuestas, le hizo el juego sucio al PRI y encumbró al gris Zedillo. Según su correligionario Vicente Fox, se acobardó: "Diego reculó, tuvo miedo, se rajó". En 1999, él reventó la Alianza por México entre el PAN y el PRD. Desde filas perredistas le endilgaron un mote: "Caín político de la oposición". Pero de eso la virgen de Fátima no tiene la culpa. šVamos, ni san Onésimo de Ecatepec!
Tal vez, las poses histriónicas de don Diego tengan que ver con su pertenencia al bunker dirigente. Ese que está integrado por banqueros, grandes empresarios, los poderes fácticos, la vieja clase política, el charrismo sindical y los intelectuales y periodistas neoconversos del foxismo. Con la mística y la semántica democratizante con que el bunker radical intenta contrabandear sus posturas conservadoras. En 1976, por los días en que Carrero Blanco ascendía al cielo cara al sol, don Manuel Fraga Iribarne, el político franquista que nos visita, citó al áspero general Narváez, un viejo tan fiero que en el momento de su muerte se vio en la imposibilidad de perdonar a sus enemigos, como le demandaba su confesor, porque los había fusilado a todos. ("Ya ve usted, monseñor, que me es materialmente imposible".) Pues que el gallego Fraga, a la sazón ministro de la Gobernación, citó al viejo militar isabelino: "Gobernar es resistir". El le agregó "resistir a la ruptura", al "empuje irresponsable", a la "algarada inconsciente".
Esto viene a cuento porque sirve para intentar definir al bunker como un modo de resistencia contra el cambio y la innovación sociales. Como una afirmación permanentista de los valores o la pura defensa de un conglomerado de intereses dominantes. Algo parecido a una cierta psicopatología colectiva o un absurdo esencialismo ahistórico. Más precisamente, una sola intransigencia verdadera, entendida como adialectismo. En eso, Fernández de Cevallos y Carlos Abascal no reniegan de su integrismo básico. Ambos actúan como si formaran parte de una renovada falange de guerrilleros de Cristo Rey, en una sociedad jerarquizada, clasista y capitalista; regida por el mercado total, a Dios gracias. Porque como dice don Carlos, quien parece tener un enlace directo con la divinidad, el orden natural es el orden natural. šJoder!