lunes Ť2 Ť abril Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Forma y fondo

Cuando don Jesús Reyes Heroles afirmaba que para los mexicanos la forma era fondo, estaba describiendo esa muy particular manera que tenemos de ser, y que ha sido el resultado de un proceso histórico plagado de intervenciones, de rupturas, de amenazas y mezclas, que han requerido de una templanza a toda prueba y que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los rasgos más sólidos de nuestra cultura.

El lenguaje simbólico está presente en todas nuestras instituciones, en nuestros ritos, en nuestras relaciones personales y familiares, en la manera de hacer política, en nuestra idea del mundo y en el concepto de tiempo a través del cual discurrimos.

Con todo que el proceso de urbanización terminó por imponerse, el valor de la forma se preserva y muestra su enorme utilidad para lograr el entendimiento, cuando la manera de relacionarse es diferente o, incluso, opuesta.

Uno de los mayores éxitos que el EZLN tuvo desde que decidió enfrentar al Estado desde una opción que cuestionaba la validez y vigencia de las instituciones, fue justamente que apeló a la simbología para evitar que su movimiento golpeara aquello que más nos cohesiona, y que situamos en el espacio de los símbolos.

Su nombre, la definición de su lucha, los espacios en que la fue gestando, desplegaban una enorme carga simbólica que fue minimizando sus orígenes violentos, hasta convertir a su movimiento no sólo en una lucha válida, sino incluso legítima.

Entre los argumentos que se emplearon para impedir que se concediera al EZLN el uso de la tribuna del Congreso, porque iba a provocar un desorden y con su actitud violenta iba a colocarlo en un punto de no retorno, lo que en realidad se estaba reconociendo era el desconocimiento sobre la estrategia elegida por los zapatistas desde un principio y que nunca variaron.

Cuando la comandanta Esther subió a la tribuna para fijar la postura política del EZLN, le bastaron unas cuantas palabras, y más que eso, su sola presencia y la enorme carga simbólica que en sí misma expresa para no sólo hacer evidente la impostergable necesidad de asumir un compromiso nacional, ya no con la paz, que en realidad nunca fue puesta en riesgo, sino con la justicia, con la equidad, con el despliegue institucional para hacernos cargo de los agudos problemas que como país enfrentamos, los cuales nos colocan en permanente riesgo de fractura y de desintegración, de enfrentamientos con múltiples efectos y repercusiones.

Muchas cosas sucedieron después de que Esther bajó de la tribuna, y que tardarán mucho tiempo en comprenderse cabalmente. Por primera vez millones de mexicanos percibieron lo que significa ser indio en México, se asomaron al enorme potencial que tenemos en esas culturas, que exigen ser parte de la nación y que no hemos sabido aprovechar a cabalidad; nos quedó claro que el despliegue institucional que debemos poner en juego para enfrentar tan agudos problemas no será tarea fácil ni de unos cuantos.

La manera como respondieron a las preguntas de los legisladores, los argumentos que esgrimieron para defender sus posiciones, la capacidad para ubicarse en este tiempo desde su propio tiempo, aportaron la que era también fundamental, y que tiene que ver con el fondo, con las razones, con las esperanzas que orientan y estimulan la lucha.

Conscientes de que la educación y otras políticas públicas están llamadas a jugar un muy importante papel en la etapa por venir para cambiar radicalmente el estado de cosas, es necesario otorgar hoy el más expresivo elogio a la forma y el fondo con que los zapatistas cumplieron esta trascendental etapa no sólo de su historia, sino la del país todo.

[email protected]