LUNES Ť 2 Ť ABRIL Ť 2001

León Bendesky

No se puede empujar la cuerda

El escenario económico cambió tanto en los últimos meses que los gobiernos están intentando, como ocurre de manera periódica con la política económica, empujar la cuerda de la que antes habían estado jalando. Esto se aprecia de manera más clara en las medidas que está tomando la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, ante las evidencias de una desaceleraciónde de la producción más fuerte que la esperada en ese país. Si antes elevaba las tasas de interés para controlar el exceso de demanda creada por las ganancias reales y contables generales por las empresas dedicadas a la alta tecnología, hoy reduce esas tasas esperando renovar el consumo y la inversión y evitar una posible recesión.

Pero, como bien se sabe, no es lo mismo jalar de una cuerda que tratar de empujarla, el mismo instrumento, o sea, la cuerda de las tasas de interés, no funciona en todas las situaciones, especialmente cuando las expectativas de los empresarios, los inversionistas y los consumidores cambian después de un periodo de especulación como el que siempre se asocia con las etapas de alto crecimiento. En el caso de Estados Unidos la expansión del producto con bajas tasas de inflación se extendió durante una década. Y si finalmente el mismo Greenspan, sobre el que se depositó una gran confianza como gestor de la política monetaria, sucumbió antes a los encantos de la "nueva economía", ahora sus poderes pueden ser menos efectivos.

Otro episodio que debe advertirse es el de la economía japonesa. En este caso la música suena en otra escala y con otro ritmo. El banco central de Japón no sólo trata de eludir el efecto negativo del lento crecimiento de la economía, cosa que ocurre durante el último decenio, sino que incluso tiene que enfrentar el peligro de una deflación. Esta se da cuando los precios caen junto con el producto, situación distinta de la desinflación, que es la progresiva caída de la tasa de crecimiento de los precios, como ha ocurrido en los últimos años en México. Por ello, el Banco de Japón aplica medidas para elevar la inflación y romper así las condiciones de la recesión, la tasa de interés es cero por ciento para animar el gasto y ese es, en verdad, un intento de empujar la cuerda.

Ya no estamos en el periodo en que la economía mexicana podía sostener su expansión subida en la cresta de la ola del crecimiento estadunidense. Pero, además, hoy existe la posibilidad de que por primera vez en los últimos 25 años coincida un periodo recesivo en las dos economías que concentran la mayor parte de la producción mundial. En esa situación, el crecimiento del producto en México será menor del esperado, lo mismo ocurrirá con la creación de empleos, la recuperación de los ingresos, la reducción del déficit fiscal y el control de la inflación.

Pero aquí también intentamos a nuestro modo empujar la cuerda. La manera en que lo hacemos es no sólo mediante la política monetaria, que sigue anclada a un tipo de cambio muy favorable para bajar la inflación, sino que ahora empujaremos la cuerda fiscal y la situación se puede complicar bastante. La propuesta de reforma fiscal, que ha estado ofreciendo por etapas la Secretaría de Hacienda, marca una serie de acciones que intentan componer de la manera más directa y rápida la situación de debilidad fiscal que enfrenta el país. Eso puede parecer intuitivamente correcto; sin embargo, no va a corregir la estructura del sistema fiscal a largo plazo y ahí está su principal debilidad. Generar recursos para el fisco aplicando de manera general el IVA a todos los productos es, sin duda, una medida recaudatoria de efecto rápido, también es poco imaginativa.

Recargar los impuestos por esa vía y, al mismo tiempo, rebajarla por el lado de los ingresos, es decir, del impuesto sobre la renta, es una opción que indica que las miras de la política económica siguen siendo de corto plazo, como ocurrió en los gobiernos anteriores. Bajar los impuestos directos, aplicados sobre los ingresos, en un país con tan grandes desigualdades económicas y en un estado de penuria fiscal no es muy convincente, aunque pueda parecer popular en los estratos de mayores ingresos y sobre todo entre los banqueros, que demandan bajar el déficit y la presión sobre los intereses y eso después del Fobaproa y del IPAB.

Esta es una oportunidad en México para plantear una buena reforma fiscal en diferentes sentidos: uno, el de la mayor recaudación; dos, el de una mayor equidad y, tres, en el de su durabilidad. Todos los ciudadanos deben contribuir a los ingresos públicos y para ello debe aplicarse un principio relacionado con la capacidad económica que tienen. Así, la reforma debe plantear como base de su funcionamiento periodos de transición hacia tasas más bajas de impuestos mientras se recuperan los ingresos públicos. También debe partir de la acumulación de todos los ingresos de las personas físicas como base para el pago. Este gobierno debe aprovechar la oportunidad de recrear el pacto fiscal en el país y en serio pasar a jalar la cuerda y no seguir empujándola.