Jornada Semanal, 8 de abril del 2001


h)ojeadas

La vida que nos vive

Rosa Beltrán

Sara Sefchovich,
Vivir la vida,
Alfaguara,
México, 2000

Un día Sara Sefchovich me dijo: “A medida que me hago vieja me doy cuenta de que uno no tiene control sobre lo que le pasa en la vida.” Al margen de que lo de “hacerse vieja” me sonó fuera de lugar, el comentario que hace unos años me hubiera parecido críptico me hizo pensar un poco. “¿No será ?pensé? que Sara y sus personajes tienen razón? ¿No será que en vez de vivir la vida es más bien que la vida nos vive a nosotros? Por qué, si no, están tan acuñadas en nuestro itinerario verbal frases que nos acompañan a diario como confirmando que entre más seriamente tomemos la vida más se va a reír ella de nosotros, de todos modos. “Juguete del destino”, “Veleta”, “basura que el aire arrastra”, “capricho de los dioses”, son sólo lugares comunes que confirman que quien menos control tiene es aquel que desea continuamente estar en control. Porque si la experiencia fuera algo más que, como decía Oscar Wilde, “la justificación de nuestros errores” por qué entonces tendríamos que tomar las peores decisiones, perder lo que más deseamos, enamoramos de la persona equivocada; en suma, qué necesidad habría de pasarnos la vida tropezando con la misma piedra.

La novela de Sara parece confirmar la definición del amor según la cual un niño ocioso lanza sus flechas sobre dos incautos o bien una criatura alada cierta noche de verano vierte una pócima sobre la amada que al despertar se sentirá atraída irremisiblemente por un asno. Es decir, el amor llega o se va como si fuera suya la voluntad de enamorarnos y no nuestra. Lo bueno y lo malo de la vida están allí como un túnel por el que hay que atravesar y contra el que es absurdo pretender que nos desviamos.

Y aunque esta idea, que es la idea dominante de Vivir la vida, coincide con la idea de los antiguos griegos y los poetas renacentistas de que es la vida la que nos desprecia o nos enamora, es también un atentado contra el optimismo ramplón de los manuales de autoayuda (herencia de un positivismo trasnochado) que pretende convencernos de que somos el arquitecto de nuestro propio destino aunque el edificio construido tantas veces, a nuestro pesar esté chueco y se nos venga encima.

El deseo del ser humano de prolongar el momento irrepetible o de propiciarlo ha dado lugar a ese mantra de la asertividad que determina la moral de nuestro tiempo. Sólo hazlo. Just do it. Pues sí, “sólo hazlo” pero haz qué, se pregunta uno. Y se somete día a día a extrañas acciones: se levanta al alba a correr, come fibra, bebe jugos de alfalfa, vende su alma al diablo para ser totalmente palacio o para ser subdirector del director general del máximo director de una empresa. Es decir: sucumbe a las garras del esfuerzo sin una ilusión de futuro.

¿Pero, qué es lo que en realidad deseamos? ¿Para qué nos esforzamos tanto? Ante esta mentalidad, Sara impone la de aquellos que más bien nos dejamos vivir la vida. Es decir: aquellos a los que la vida nos vive.

A los extranjeros les impresiona mucho esta forma de ser nuestra. La mentalidad sajona o prusiana, histérica ante cualquier atentado a la legalidad y el orden, se devana los sesos pensando qué puede haber en la naturaleza de mexicanos y mexicanas que nos hace conformarnos con lo que tenemos. Y lo que tenemos a veces puede ser terrible: marginación del sesenta por ciento de la población, hambre milenaria en los grupos en extrema pobreza, corrupción y falta de eficiencia en los gobiernos y las instituciones, falta de educación y de acceso a la cultura, en fin. ¿Será la resignación cristiana? ¿Será el conformismo del conquistado? ¿Serán los resabios de una colonización que continúa? O será que todo esto que desespera a los nerviosos pueblos del así llamado Primer Mundo a nosotros nos ha enseñado a sobrevivir pese a todo y a encontrarle un sentido trascendente a nuestra vida.

Jack Kerouac, el escritor norteamericano de la generación beat que viajó varias veces a nuestro país un poco antes de la revolución cultural de los años sesenta (de hecho él fue un precursor de estos movimientos), se fascinaba desde que ponía un pie del otro lado de la frontera con nuestros policías. “Nunca he visto gente más amable y cálida que esos policías mexicanos que preferirían tomarse una cerveza y sentarse a conversar con nosotros que revisarnos la cajuela del coche.” Él también tenía una interpretación interesante de la palabra “mañana”. Para Kerouac la palabra “mañana” no era un símbolo de holgazanería como interpretan las mentes cuyo sentido vital está enfocado al capital y al consumo. La palabra “mañana” le enseñó una nueva forma de jerarquizar los valores. Algo que implicaba: hoy estamos aquí tú y yo y estamos juntos; déjame conocerte y compartimos; carpe diem, vive el día.

Curiosamente es la mentalidad viva en la poesía barroca española; el dictum de los sabios del xvii, una época de decadencia del poder absolutista.

Susana, el hermoso personaje que ha creado Sara para protagonizar esta novela es la representante, sin saberlo, del famoso carpe diem. De ella dice al final otra personaja que se hace llamar Rosalba Goettingen (y que no les digo quién es en realidad para no arruinarles una de las sorpresas de la novela) que “nunca se sintió dueña de su vida o sus decisiones”. No tiene conciencia de su cuerpo ni de su voluntad ni de sus deseos. Parte de su encanto es que no reacciona a las cosas a través de lo que llamamos voluntad sino que se deja vivir por ellas. Y en efecto, la autora dice a través de ella: “Con Susana ocurre lo que con muchos mexicanos. Vive una vida dificilísima como si todo fuera muy sencillo, lo más natural del mundo. Esa forma de ser nacional que no puedes acabar de entender.”

La novela abre con una escena intrigante: Susana está vestida de novia al lado de su nuevo esposo que se ha quedado dormido con los zapatos puestos en la noche de bodas. Lo grave para ella no es que su flamante marido se haya olvidado de consumar la unión, sino que se ha olvidado de quitarle el vestido y que ella no puede hacer nada al respecto porque, como sabemos, quitarse una misma el vestido de novia trae la mala suerte eterna. Así que como puede acomoda el largo velo que se le enreda en todas partes y la ancha falda y así se está quietecita porque no sabe qué hacer. El día más esperado de su vida el hombre de su vida se ha olvidado de ella.

Al día siguiente, cuando despierta encuentra una nota muy cariñosa donde el esposo le dice que se ha ido a trabajar. Y ella lo espera pacientemente todo el día hasta que llega la noche. Pero él llega muy tarde y muy cansado y se vuelve a quedar dormido. Y así durante varios días. Hasta que Susana se decide a salir a la calle y hacer su vida siempre vestida de novia.

El que Sara haya literalizado la metáfora de la virginidad y la pureza a través del vestido de novia que Susana no puede quitarse me parece un recurso original y sorprendente para hablar de la cualidad que caracteriza no sólo a su personaje sino a través de éste a los mexicanos. Como esa novia que no acaba de dejar de serlo, los mexicanos vivimos lo mejor y lo más terrible con la misma actitud: a la vez ilusionados y sin ninguna esperanza de futuro. Enfrentamos cualquier posibilidad como parte de nuestro día a día sin mucho esfuerzo de cambio pero sin mucha lamentación tampoco. Con lo que se dé, con lo que haya. Como sobrevivientes de nuestra propia condición. Es nuestra forma de reinterpretar el carpe diem: un mexicano no vive el día, más bien vive al día. Y como la recién desposada ante el abandono perpetuo de su amante, los mexicanos quedamos al final de cada sexenio, de cada promesa, de cada día, como novias de pueblo: vestidos y alborotados. Esa es quizá la mejor imagen de nuestra condición permanente.

Sí, ya sé que Susana puede representar también el fatalismo judío. Al fin y al cabo su creadora se apellida Sefchovich, pero yo aquí quiero hablar de la condición mexicana y no de la condición judía. Primero porque hay alusiones directas a esto; segundo porque al fin y al cabo se trata de una judía mexicana, y tercero y nada desdeñable porque creo que hay una similitud entre ambos pueblos en esa condición fatalista que parece decir: si esperas lo peor todo lo que venga es ganancia. (Aunque ya será la propia Sara la que nos hable al respecto.)

Este fatalismo del personaje de Vivir la vida lejos de ser un estigma es su ventaja. Ella es por definición una optimista. Como los participantes en la Carrera Loca de Alicia en el país de las maravillas que corren hacia todos lados sabiendo que nadie ganará ni perderá y que lo importante es la carrera misma y no llegar a la meta, Susana le entra a todo, dice sí a todo, es una ganadora y una perdedora por default. Y yo tengo que coincidir con ella al pensar que así somos o deberíamos ser siempre; esos son los riesgos del equilibrista, caerse y no caerse, como dice Eliseo Diego, y el verdadero logro es vivir confrontando los prodigios del aire.

“Quien va por todo no puede más que ganarlo todo.” Aunque a veces ese todo que se gana es lo que se pierde. La ilusión, por ejemplo. La primera vez que Susana se enfrenta a la desilusión amorosa es cuando cree que su marido ha decidido darle la bienvenida a la ciudad pegando carteles que dicen “Bienvenida Susan”. Pero cuando todavía vestida de novia se baja del taxi para corroborar ese hecho puede ver que en realidad el cartel dice: “Bienvenida Susan-tidad Juan Pablo II.”

La vertiginosidad anecdótica de Sara hace que su personaje viva las menos y las más inverosímiles aventuras: se casa con un político, huye de él; conoce a unos artistas becarios del gobierno que no producen ningún arte y en cambio la vejan y la violan (qué diría el Freud de Sabina Berman de estas venganzas inconscientes, mi querida Sara), va a dar a un mercado, la adopta una marchanta como su hija putativa, se vuelve sirvienta de la esposa del presidente, se casa con un funcionario cercano a la presidencia que le dice: “no sé cómo te llames pero para mí te llamarás ‘mujer’: mujer tráeme esto, mujer tráeme lo otro”; él la manda a hacerse cirugía plástica completita en rostro y cuerpo; ella se embaraza, se desembaraza, trabaja de recamarera en una casa de huéspedes, se olvida de sus hijos, se fuga con el encargado, etcétera.

Es decir: Susana es como una especie de Periquillo Sarniento al revés: es un antipícaro, porque mientras el pícaro emplea su astucia para ascender socialmente al tiempo en que desciende en la escala moral, la aventurera Susana asciende y desciende socialmente sin tener ningún control en su elevación o su caída y sin que sus principios morales sufran ninguna mella.

Básicamente porque su actitud ante la vida es amoral.

En cambio a Sara Sefchovich este subir y bajar de clase de su personaje y este cambio continuo de circunstancias le sirve para hacer un diagnóstico moral de la ciudad. El resultado es un aura que flota distanciada y el sabor más bien amargo de una vida que parece concluir con la consabida máxima de que “en todos lados se cuecen habas”.

Susana no solamente sufre a causa de los ricos. También los pobres se aprovechan de ella o cometen injusticias, algunos incluso sin saberlo, siendo víctimas, como la propia Susana, del azar o de la circunstancia.

Un día Susana, que vive en casa de su suegra (su segunda suegra, porque se casa muchas veces), estalla, desesperada ante los desprecios que le hace toda la familia, particularmente las sirvientas, y le dice a una de ellas: “Oye Mary ¿algún día te hice daño o me porté grosera contigo? ?pues la verdad no respondió, pero la señora doña Guadalupe (o sea, la suegra) dice que así es como el demonio nos engaña, sin que uno se dé cuenta. ?Oye Mary, y a mis hijos ¿les han hecho creer lo mismo? ?Bueno ?respondió?, es para que se sepan cuidar. Furiosa le espeté: ?¿Y cómo te explicas entonces que ella te raciona la comida, te regaña por cualquier cosa y te tiene trabajando quince horas al día, lo que yo, que se supone soy tan mala, jamás hice? Mary bajó la cabeza y permaneció en silencio. Fue la muchachita la que contestó: ?Eso no es lo que cuenta ?dijo?, lo que cuenta es que con la señora todas la tardes rezamos el Rosario.”

La mecánica con la que Sara Sefchovich acicatea nuestra impotencia sobre lo que le ocurre a Susana consiste en despertar nuestra necesidad de que ella actúe sobre su destino. Susana observa algo, tiene una idea y encuentra que esa idea cambiaría su vida de modo radical. Como el día en que se da cuenta de que los dedos de sus pies son hermosos. Los mira y los mira hasta que se enamora de ellos y se le ocurre que no estaría mal conseguir un empleo para anunciar huaraches. “Pero no lo hice”, nos confiesa. “Ni eso ni ninguna cosa. Simplemente seguí así, quieta y arrumbada como ellos querían.”

¿Por qué no actúa?, nos preguntamos. Por qué no decide, por qué no cambia, por qué no lleva a cabo sus iniciativas. Pero la autora parece recordarnos: ¿para dónde actuar?

Según Lacan sufrimos porque somos seres deseantes. Vivimos con una falta, sufrimos porque deseamos. Y lo peor es que nunca sabemos dónde está nuestro deseo. La novela de Sara subraya esta idea y parece preguntar: ¿qué es lo que deseamos?, ¿qué es lo que realmente satisface nuestro deseo?

Probablemente lo que nos aturda tenga que ver con esta nueva forma de ingresar al Paraíso. Un aplauso, que no es más que un símbolo de algo, es ahora la representación de nada. Y no obstante, el aplauso vacío es también nuestro Olimpo cotidiano, una de las satisfacciones más grandes con que el sueño de las imágenes nos anima cada día.

Este enamoramiento de las imágenes que es en sí mismo aterrador, no deja de tener su lado fascinante. Refleja, como diría Baudrillard, nuestra responsabilidad en un crimen. Hemos asesinado la realidad y, junto con ella, la ilusión radical del mundo. O quizá, como dice Carlos Monsiváis de modo menos drástico, hemos sustituido lo real por “aquello que involucra sentimentalmente a públicos muy amplios”. La razón que hemos tenido para perpetrar este crimen no ha sido descubierta aún: es el arma del crimen. El riesgo implícito en este libro negro de la desaparición de lo real es el de sustituir la experiencia personal y colectiva por el conjunto de imágenes que hoy pueblan, gracias a la mercadotecnia, todas las religiones, todas las ideologías, todas las filosofías, incluida la así llamada “filosofía del éxito”. El de habitar un mundo donde sus pobladores han sacrificado la memoria y la experiencia individual a favor de una sedante identidad colectiva.

Como Evelina Cardoso estamos condenados a ya no saber dónde está nuestro deseo. Y como Susana, aún desconociéndolo no podemos sino irremisiblemente vivir la vida.

Quisiera terminar con una frase de Schopenhauer sobre la diferencia entre el optimista y el pesimista. Porque creo que a pesar del fatalismo con que vive la vida Susana es una optimista, mientras que nosotros los lectores somos los pesimistas. Dice Schopenhauer: “El optimista cree que estamos en el mejor de los mundos posibles. El pesimista lo sabe.” Con esta novela, Sara ha construido una vertiginosa imagen de los tiempos que vivimos. Tiempos a los que caracteriza la ilusión sin futuro posible •
 
 

n o v e l a

Con novedad en el frente

Guillermo Vega


David Martín del Campo, 
Cielito lindo
Joaquín Mortiz, 
México, 2000.

David Martín del Campo es uno de los autores más consistentes y prolíficos de su generación. A diferencia de algunos de sus coetáneos que han sido más parcos a la hora de publicar, Martín del Campo (México, df, 1952) ha dado a conocer cerca de una veintena de títulos desde 1976, cuando Joaquín Mortiz editó su primera novela, Las rojas son las carreteras. Desde entonces se reveló como un gran narrador, preocupado por conjugar la elegancia estilística con historias insólitas y atractivas. 

Estas virtudes han sido reconocidas en varias ocasiones a lo largo de su carrera literaria, desde que su tercera ficción larga, Isla de lobos, recibió el Premio José Rubén Romero del inba y el Instituto Michoacano de Cultura en 1986; Alas de ángel, que obtuvo el Premio Internacional Diana de Novela 1990, y El año del fuego, que ganó el Premio de Novela Monterrey- impac en 1996. Otras de sus novelas memorables son Esta tierra del amor, Dama de noche, Todos los árboles, Las viudas de Blanco y Quemar los pozos. También ha cultivado el cuento, con la colección titulada Los hombres tristes, así como la novela corta, con Delfines y tiburones/Mil millas y Tu propia sombra, y hasta la crónica-reportaje con Los mares de México. Crónicas de la tercera frontera.

A esta nutrida producción se suma ahora Cielito lindo, novela que toma como punto de partida otro de los grandes mitos geniales de nuestra historia patria: el Escuadrón 201, el contingente de pilotos (“aguiluchos”, les decían) mexicanos que, luego de que fueran hundidos en 1942 los buques Potrero del Llano y Faja de oro, se sumaron a las fuerzas aliadas durante la segunda guerra mundial para luchar contra las naciones del Eje en los mares de la China meridional.

Pero Martín del Campo no tenía intención alguna de prenderle otra veladora a la hagiografía oficial que ha inmortalizado 
a estos “héroes” nacionales (y cómo no: ¡era la primera vez que México participaba en una guerra mundial y además del lado ganador!), quienes ya han tenido bastante con ver su nombre inmortalizado en las placas de calles y colonias, y hasta en la inefable película de Jaime Salvador en 1945 ¡con Sara García! No, al escritor le interesa contar una historia, o mejor: varias. Las historias de un amor malogrado, de vidas dilapidadas, de una derrota vital y de una redención final, se van entretejiendo y desarrollando a lo largo de sus 222 páginas.

Consciente de que Henry James nos enseñó, con La vuelta de tuerca, que el punto de vista elegido para contar una historia determina el éxito o fracaso de una narración, Martín del Campo prefirió que la misma historia le indicara el enfoque desde el cual debería ser narrada. Y acertó con creces. El protagonista, el joven piloto Alberto Cantú, escribe en varios cuadernos las experiencias de esos días para dejar testimonio a la posteridad, pero también para explicarse y explicarnos sus emociones, deseos, miedos, incertidumbres, angustias y júbilos. “Escribo esto sin la certeza de que alguien, algún día, vaya a leerlo. Ahora no es el momento para ponerse a pensar en ello. Estoy triste, confundido, extrañando un par de ojos. De eso, al menos, sí tengo certeza. Aquí lo llaman homesick.” La viuda de Cantú encuentra estos diarios muchos años después, y asistimos, como mirones involuntarios, a la lectura de esas páginas amarillentas por el tiempo, pero aún vibrantes por el recuerdo. 

No son menores los riesgos corridos por el autor al abordar la historia de esta manera. Estaba latente la amenaza de que la narración en primera persona pudiera sucumbir en cualquier momento y se hiciera insostenible, pero Martín del Campo sabe su oficio y echó mano de toda una caja de herramientas y recursos adquiridos en su ya larga trayectoria literaria, para condimentar el relato y llevarlo adelante cuando fue necesario. Recurre, por ejemplo, a saltos de tiempo y lugar, recortes de periódico, transcripciones de cartas y hasta un curioso “Breve Prontuario Para Viajeros Despistados en las Islas Filipinas”, con el que aporta uno de los tantos momentos de humor que recorren la novela. Por ejemplo: ¿Qué quiere decir esta expresión: “¿Come panocha el chacón? ¡Diri! Come lapu-lapu. !O pó¡?” Quiere decir: “¿Come azúcar morena el cocodrilo? ¡No! Come pescado blanco. ¡Sí, señor!"

A la hora de narrar, a Martín del Campo parece tenerlo sin cuidado la realidad. Esto no quiere decir que la novela no esté sustentada en una amplia investigación histórica, documental e incluso periodística. Es más, una de las virtudes del libro es que la investigación, como estableció Ernest Hemingway, se ve pero no se nota. Lo que le importa es la verosimilitud en los términos de la propia historia. Así, nos encontramos con personajes, anécdotas, situaciones, historias y leyendas que si 
no sucedieron así, debieran haberlo hecho. Y si no, peor para la realidad, pues es la literatura la que sale ganando. Será trabajo de aquellos demasiado preocupados en la verdad histórica, en lugar de la verdad literaria, quienes señalarán con su dedito admonitorio: “¡Esto no fue así!”

Esta convicción del narrador es la que nos hace vivir la historia desde el punto de vista privilegiado del protagonista. Prácticamente nos sentimos en el lugar de las acciones: en San Antonio, en la base donde se entrenaron los pilotos mexicanos, o en Filipinas, en el campamento, en las calles de Manila, en el asiento de los aviones a la hora de entrar en combate, o en su regreso a México, con los consabidos homenajes y la humillante utilización política de los “veteranos”.

Martín del Campo también se ha distinguido por traer al mundo personajes entrañables. En esta ocasión añade a su galería algunos más: el piloto Alberto Cantú, su amada Idalia Majul, el jarocho Antonio Ruvalcaba, el trágico Juan Aldasoro, que se suman al malogrado adolescente Gabriel Murillo, al pintor Úrsulo Moncayo, a la enigmática Sofía Gris, el intrépido Ángel Roy, al ardiente Camilo Rojas y tantos otros de sus anteriores obras. 

Mientras leemos Cielito lindo son muchas las resonancias que nos traen a la mente La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa: no sólo el ambiente militar y el hecho de que el protagonista tenga tendencias literarias, sino también la pulcritud de estilo, la utilización exacta de recursos literarios y la eficacia narrativa, que lo convierten en uno de esos cada vez más escasos libros que se pueden leer ávida, gozosamente, de un tirón, y que nos dejan rogando por más. Como el jarocho Ruvalcaba escribió en la dedicatoria del ejemplar de Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, traducido por Xavier Villaurrutia, que le regaló a Alberto Cantú: “Porque no seremos los mismos después de esta guerra”; nosotros, lectores, no podremos ser los mismos después de leer esta disfrutable novela de uno de nuestros mejores narradores •
 

 

n o v e l a

El último viaje

Pablo Ortiz Águila


Adolfo Bioy Casares, 
De un mundo a otro
Temas Grupo Editorial/Océano,
México, 2000.

En este caso bien podemos aplicar el famoso dicho: “de lo bueno poco”. Y es un fantástico viaje a otro mundo, muy a la manera del autor, lo que constituye la trama de esta majestuosa y breve novela que resulta ser la aventura intergaláctica de un periodista y su novia astronauta, pareja sui generis extraída del inusitado y cotidiano mundo terrenal bonaerense.

De este diario tránsito del tiempo y de las satíricas coincidencias del planeta Tierra que todos presumimos conocer, somos trasladados con la siempre viva maestría del escritor a un mundo desconocido y lleno de extraordinarios paisajes, con monumentales arquitecturas erguidas sobre montañas extrañas y poblado de personajes similares a los pájaros pero con actitudes y lenguajes peligrosamente humanos. 

A través de este insólito viaje y a bordo de una peculiar cápsula, comienza el incierto destino de la pareja en un ágil tránsito de escenas que transcurren página a página a semejanza del paso de secuencias fílmicas en un cortometraje de ciencia ficción. 

Luego de un complicado aterrizaje, ambos viajantes son descubiertos como extrañas especies y puestos en observación para cumplir una cuarentena, de tal modo que son aislados en diferentes edificios, especie de sanatorios mentales o cárceles, donde reciben, en un principio, un trato amigable satisfaciéndoseles todas sus necesidades primarias. Tanto Almagro, el periodista, como Margarita, su novia astronauta, viven experiencias distintas. Almagro tiene un curioso y breve encuentro amoroso ?enmarcado, por supuesto, en los códigos del amor de ese planeta?; pero su principal relación es con un activista y preso político que conoce en prisión, desde luego, y al que le deberán más de lo que se pueden imaginar.

Margarita, en cambio, que es guapa, no tarda en conquistar sin querer a un individuo que obstaculizará su trayectoria hacia la libertad. 

Además de la aventura, De un mundo a otro está provista de un profundo contenido humano, determinado por la precisa delineación de los personajes que se dejan ver con la más alta definición. Y no es la radiografía psicoanalítica de las novelas que se centran en esos aspectos, es la novela de la sencillez que enseña rasgos comunes pero realmente ciertos; se trasluce una carga emotiva de sentimientos tan terrenales como la habilidad femenina para acallar malos presagios, el siempre presente asombro por lo desconocido, la obsesión, los celos, la dependencia tan humana del amor y, sobre todo, la esperanza. La esperanza del individuo que no se sabe solo, muy a propósito esto último, de la crítica a la deshumanización que viste a estos tiempos en que el hombre se ha convertido en una especie de mercancía o de barata máquina productiva. De tal forma que el dibujo de caracteres es por sí mismo otro mundo.

De un mundo a otro es la obra del equilibrio y la limpieza. Los diálogos vienen recubiertos del sabor de lo real; sin embargo, se encuentran enmarcados por acontecimientos fantásticos, inusuales y un poco surrealistas, como la intervención verborreica de un loro a mitad de una conversación o el hallazgo de un proyector de cine en la gaveta de una nave interplanetaria; una nave espacial que se conduce con la facilidad de un automóvil, y el desagrado a la hora de la comida por la suerte de anarquía en la que los alimentos caen a consecuencia de la falta de rigor gravitacional.

El nuevo mundo tiene partidos políticos, deportes, grupos subversivos al gobierno, parques, prisiones que se antojan un tanto medievales, restaurantes que no tienen café pero sí bebidas similares al mate, y una sociedad con sus propios códigos.

Tanto la agilidad como el emocionante suspenso y el humor son factores esenciales de la obra, que critica a los sistemas de organización sociales ?aquí en la Tierra y fuera de ella?, cuestionándonos acerca de lo que significan la verdadera libertad y la justicia, y enseñándonos que la esperanza es uno de los grandes méritos de la supervivencia ?aquí en la Tierra y fuera de ella?; y que la lealtad vale para todo ser viviente ?aquí en la Tierra y fuera de ella.

A dos años de su muerte, Bioy Casares nos deja la última obra de su legado literario. De un mundo a otro simboliza, tal vez, el broche de oro con el que el autor cierra su vida, con un mundo por asumir, hacia tierras lejanas y desconocidas, hacia el mundo novedoso que siempre quiso imaginar a partir de su gran principio como escritor que se llama La invención de Morel •
 
 

FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION

autobiografía

• Gracias a la vida, Jane Goodall y Phillip Berman, Col. Las mil y una voces vivencias, Mondadori, Barcelona, España, 2000, 261 pp.

educación

• Inclusión y diversidad. Discusiones recientes sobre la educación indígena en México, Col. Voces del fondo, Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca, México, 2000, 420 pp.

• Lecturas clásicas para niños, Col. Voces del Fondo, Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca/
Gobierno Constitucional del Estado de Oaxaca, México, 2000, 251 pp.

ensayo

• Cómo vencer a la muerte en treinta días. Diario de Sinforoso Cantera, Francisco Blanco Figueroa, Universidad de Colima, México, 2000, 159 pp.

ensayo (literario)

• México y los mexicanos, José Zorrilla, Col. Mirada viajera, Conaculta, México, 2000, 166 pp.

ensayo (sociológico)

• Los pueblos indios de México hoy, Carlos Montemayor, Col. Temas’de hoy, Editorial Planeta, México, 2000, 167 pp.

ensayo (político)

• Fragmentos de teoría política, Eric Herrán, Filosofía y cultura contemporánea 13, Ediciones Coyoacán, México, 2000, 147 pp.

historia

• Historia de la literatura hispanoamericana I. De los orígenes a la Emancipación, José Miguel Oviedo, Col. Alianza universidad textos, Alianza Editorial, Madrid, España, 1995, 386 pp.

• Historia de la literatura hispanoamericana II. Del Romanticismo al Modernismo, José Miguel Oviedo, Col. Alianza universidad textos, Alianza Editorial, Madrid, España, 2001, 386 pp.

• Historia de la literatura hispanoamericana III. Postmodernismo, Vanguardia, Regionalismo, José Miguel Oviedo, Col. Alianza universidad textos, Alianza Editorial, Madrid, España, 2001, 583 pp.

• Historia de la literatura hispanoamericana IV. De Borges al presente, José Miguel Oviedo, Col. Alianza universidad textos, Alianza Editorial, Madrid, España, 2001, 492 pp.

 

narrativa

• Dos tercios de maíz y otros cuentos, Alejandro Ortiz Padilla, Col. Narrativa, Amate/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos/Instituto de Cultura de Morelos/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2000, 128 pp.

• El lugar donde crece la hierba, Luisa Josefina Hernández, Col. Ficción, Universidad Veracruzana, México, 2000, 174 pp.

• La inocencia de este mundo, Vicente Leñero, Col. Confabuladores, UNAM, México, 2000, 322 pp.

• La muerte más blanca, Socorro Venegas, Col. Cuento, Amate, México, 2000, 67 pp.

• Que los muertos viejos dejen su lugar a los muertos jóvenes, Cuauhtémoc Merino, Col. Novela, Amate/Instituto de Cultura de Morelos/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Morelos/Centro de Información y Documentación en Artes y Cultura de Morelos, México, 2000, 262 pp.

poesía

• Antología poética, Juan Gelman, selección del autor y cd, Voz Viva América Latina/UNAM, México, 2000, 92 pp.

• Espirales (poemas escogidos 1965-1999), Elsa Cross, Col. Poemas y ensayos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2000, 438 pp.

• La isla en peso, Virgilio Piñera, Col. Nuevos textos sagrados, Tusquets Editores, Barcelona, España, 2000, 330 pp.

• Los ojos del espejo, Benjamín Valdivia, Col. Contemporáneos, Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2000, 98 pp.

psicología

• Una visión integral de la psicología, Ken Wilber, traducción de David González Raga, Editorial Alamah, México, 2000, 468 pp.

revistas

• Identidades, núm. 2, julio-septiembre 2000, año 1, textos de Eusebio Andrés Cortés Reyes, Irma Fuenlabrada, Cuauhtémoc Peña, entre otros, Fondo Editorial Huaxyácac-IEEPO, México, 72 pp.

• Nuestra historia, núm. 43, diciembre del 2000, tomo IV, textos de Ricardo Orozco, Napoleón Rodríguez, Bertha González, entre otros, La Gaceta Cehipo, Centro de Estudios Históricos del Porfiriato, México, 48 pp.