lunes Ť 9 Ť abril Ť 2001
Elba Esther Gordillo
El gasto y el gusto por los libros
En términos monetarios, cada habitante de los países industrializados destina, por lo menos, 100 dólares al año en libros; en México no se gasta más de diez dólares
Es cierto, todo gobierno tiene responsabilidades que cumplir y decisiones de muy distinto orden que adoptar. Para eso elegimos a nuestros gobernantes, pero también es cierto que no se puede gobernar contra la voluntad general.
Para nadie es desconocido que nuestra economía necesita con urgencia de una reforma fiscal que, entre otras metas, aumente la recaudación, acabe con los enormes índices de evasión (calculados entre 35 y 40 por ciento) y, sobre todo, que sea justa y equitativa. Pocos podrían cuestionar lo evidente: sin una reforma fiscal nos encaminamos hacia una crisis económica.
Se debe corregir el rumbo y afinar los instrumentos económicos. Sin embargo, la discusión sobre la nueva hacienda pública redistributiva, presentada por el presidente Fox, no radica ni en las causas ni en los objetivos que persigue, sino en los mecanismos. No es el qué, sino el cómo se va financiar el desarrollo nacional lo que ha provocado un debate intenso y tenso.
Una de las propuestas que ha preocupado a la opinión pública ha sido la aplicación de 15 por ciento de IVA en alimentos, medicinas, colegiaturas y libros. En los primeros casos se prevén mecanismos compensatorios que están siendo objeto de discusión y análisis por parte de los legisladores y de la sociedad; sin embargo, los libros no gozan de esas medidas redistributivas, lo cual ha generado la drástica oposición de escritores, la industria editorial y todos aquellos preocupados por la educación y la cultura de los mexicanos.
Los argumentos para estar en contra de la propuesta de gravar los libros y eliminar las exenciones a la industria editorial sobran, pero vale subrayar uno elemental: un pueblo que no lee es un pueblo condenado a la ignorancia y al atraso económico y social.
Por años, anchas franjas de la sociedad mexicana han estado condenadas a esa ignorancia, que en no pocos casos se ha traducido en pobreza, marginación, desigualdad y falta de oportunidad. Este círculo perverso se cierra cuando millones de mexicanos no leen porque simplemente no tienen ni los recursos ni el interés por cultivar un hábito que les ha sido ajeno.
Los datos son muy duros: nuestro país presenta índices muy bajos de lectura. De acuerdo con la UNESCO, en promedio los mexicanos leemos menos de tres libros al año, cantidad muy inferior a los 47 ejemplares que, en promedio anual, se leen en Noruega, o los 42 de Alemania o los 33 de Estados Unidos. En términos monetarios, cada habitante de estos países destina, "por lo menos", 100 dólares al año en libros; en contraste, en México no se gasta más de diez dólares.
Datos recientes de INEGI señalan que durante los doce meses anteriores al momento de la encuesta sólo cuatro de cada diez hogares mexicanos compraron algún libro, y que casi 80 millones no habían asistido a una biblioteca durante al menos un año.
Si a estas cifras calamitosas le agregamos un alza de 15 por ciento en IVA, que el consumidor final tendrá que absorber, y por otro lado, la eliminación de 50 por ciento que como subsidio sobre el ISR recibía la industria editorial, entonces nos enfrentamos a un verdadero desastre cultural y educativo.
No se equivoca Carlos Fuentes al señalar: "el libro es todavía el instrumento principal de la cultura y la enseñanza. Así que una de las necesarias estrategias para fomentar el crecimiento del país es auspiciar con gran empeño la lectura".
Quienes hemos dedicado parte de nuestra vida a la enseñanaza sabemos que cuando de la cultura y educación se trata, no debe pensarse sólo en pesos y centavos, sino en los valores en juego (por lo demás, la recaudación por el IVA a los libros le representa un ingreso ínfimo al gobierno, pero es una diferencia sensible para el lector).
No hay desarrollo económico sin educación, sin libros ni bibliotecas. Desde donde se vea, los recursos destinados a la educación y cultura de un pueblo siempre serán la mejor inversión, la apuesta más segura que gobierno y sociedad puedan emprender. Nunca se pierde cuando se invierte en educación. De eso no hay duda.
No es fortuito que las naciones más prósperas sean también las mas ávidas de lectura. En gran medida es en los libros donde nace el gusto, la pasión, el interés de los niños y adultos por la ciencia, la tecnología, la literatura, las artes, la historia, el mundo.
Leer es siempre un placer. En ese sentido el libro es un singular artículo de lujo al alcance de muchos. Debe seguir así: sin pagar impuestos. Ť