Ť Pablo Espinosa
Una cantata presidencial
LA FIRMA DEUTSCHE Gramophon editó recientemente
un documento esencial: A White House Cantata, del compositor estadunidense
Leonard Bernstein, con cuatro cantantes de lujo: Thomas Hampson, June Anderson,
Barbara Hendricks y Kenneth Tarver, el coro London Voices y la Sinfónica
de Londres, todos dirigidos por Kent Nagano. Se trata de uno de los músicos
fundamentales del siglo XX. Sus versiones de Mahler, Mozart y Stravinsky
no tienen parangón por sus dosis monumentales de adrenalina pura.
La mezcla exacta de inteligencia, pasión y sensibilidad que recetaba
Bernstein en vivo a la batuta, solía vertirla también en
pentagrama. Autor de sinfonías de profundidad casi mística,
pero conocido más por su vertiente de música para Broadway
--de donde el ejemplo máximo es West Side Story--, el bienamado
Lenny Bernstein legó valores variopintos. La partitura que nos ocupa
la escribió también para el teatro musical --querencia que
le valió odios de otros compositores "serios"-- y lo que tenemos
ahora en disco compacto es un ejercicio arduo de rescritura para sala de
concierto. Esta Cantata de la Casa Blanca es una metáfora
y una crítica política y social de Bernstein --apodado por
Norman Mailer el radical chic por sus ideas izquierdosas-- hacia
la institución presidencial y el lugar que habita el poder. ¿Quién
hará en México la Cantata de Los Pinacates? Por lo pronto,
un tal Respighi se acercó con unos apócrifos Pininos
de Roma. La comedia musical de Bernstein, en tanto, se deleita en historias
de presidentes y primeras damas, y también de presidentes sin primeras
damas.
El éxtasis dionisiaco
UN BUEN CONTRAPUNTO al anterior banquete de voces, música y escena, puede ser el compacto titulado Renée Fleming (Decca) y que contiene 14 arias de ópera seleccionadas con la suavidad y exactitud que distinguen a la belleza. Lo primero que viene a la mente de quien la escucha, la ve y quiere referirse a ella, es la palabra y el sentido integral de la belleza. Desde Joan Sutherland no había surgido una cantante con tan notable equilibrio de agilidad, poder y rango, cualidades distintivas de la voz de la señora Fleming, de ascendencia checa y notable buen gusto, que es otra seña noble de las mujeres bellas. Porque sólo alguien que tiene sentido del buen gusto ama el jazz, por ejemplo, y las palomas. Renée voló con jazz en su juventud, para sobrevivir en Nueva York, y lo hace todavía en sus ratos íntimos. En el disco que aquí recomendamos, Renée reúne algunas de sus arias favoritas. Inicia con la celebérrima (¡salud, Maria Callas!) O mio babbino caro, de la ópera Gianni Schicchi, del maestrísimo Giaccomo Pucheritos Puccini, continúa con otra caricia al alma: Un bel di vedremo, también de don Jaimecito Puchinini, y así, en una vereda de éxtasis canoro, como el vuelo sonante de una paloma enamorada, el zurear encandilado de un ave que, en palabras de Nietzche se yergue dionisiaca en el "despliegue de todas las alas del alma".