Ť ¿Qué necesita el torero para ser reconocido además como artista?
Tener la quietud de la estatua y la gracia plástica del bailarín
Ť De los vínculos entre danza y fiesta brava Ť Homenaje a Luis Zermeño, el 17 de abril
LUMBRERA CHICO
Pocas veces la prensa "especializada" ha prestado atención a los nexos que existen entre la tauromaquia y la danza: el vínculo más visible, dicen, se da entre el toreo y el baile flamenco. En las posiciones del bailaor, peroran, se recrean las posturas del banderillero y en los vuelos de los vestidos de las majas se adivinan las suertes del capote y la muleta. Ello es cierto pero, al mismo tiempo, es bla-bla-bla.
El toreo es un arte escultórico, instantáneo y efímero, para el cual siempre serán indispensables tanto la belleza de la bestia como el valor del diestro que se funde con ella.. Sin embargo, para que perdure la estatua fugaz que integran el hombre y el animal, aquél requiere de algo más que de un par de "atributos" del lado izquierdo de la calzona.
Para conmover y emocionar, el torero necesita, además, la gracia y la fuerza del bailarín, y la tenaz disciplina que le permita construir las lineas armónicas de su propio cuerpo y extraer la máxima plasticidad de su figura. Luis Zermeño jamás ha pisado un ruedo ni ha soñado con plantarse delante de un toro. Sin embargo, su trayectoria como bailarín profesional pudiera equipararse con la del mayor gigante de la fiesta.
Una vida entregada al arte
A los 60 años de su edad, Zermeño ha sufrido la cornada del infarto que lo obliga a retirarse de la danza. Hombre de una sola pieza, entregado absolutamente a su arte, se prepara a iniciar una nueva etapa en el teatro, en la que ya no volará sobre sus pies alados ni revolverá el aire con sus giros incomparables, pero en cambio trabajará con la voz y con sus inagotables recursos expresivos.
Formado, hace más de 30 años, en el Ballet Independiente de Raúl Flores Canelo y Gladiola Orozco, Zermeño ha bailado en los principales teatros de Francia, Holanda, Estados Unidos, Cuba y México. En 1974, bajo la dirección de la maestra Graciela Henríquez, considerada en su momento como una de las coreógrafas más innovadoras de América Latina, tuvo la satisfacción de haber dejado boquiabierto al público de París.
"Terminó el espectáculo", recuerda. "La gente se quedó callada, inmóvil, herida por lo que acababa de ver. Y de pronto, poco a poco, los primeros espectadores se pusieron de pie y nos dieron una ovación de cinco minutos que nunca podremos olvidar", dice Luis, sin escatimar elogios para la maestra Henríquez, autora de aquel prodigio.
Al igual que muchos bailarines, Zermeño entró en el mundo de la danza por la puerta del teatro. En 1968 tomó su primer curso de actuación bajo la batuta de Carlos Ancira, en la ANDA, pero desertó en rechazo a los métodos de enseñanza de aquella escuela. Y entonces, cuando más perdido se sentía en el mundo, conoció a Julio Castillo, quien lo invitó a trabajar en su ópera prima, Cementerio de Automóviles, que le ganaría al joven director el reconocimiento incondicional del amargo planeta del teatro mexicano.
Fue después de esa experiencia cuando Zermeño pasó al Ballet Independiente, en donde no sólo aprendió a crear, dice, con total libertad, sino que se involucró a tal grado con el proyecto que desempeñó asimismo funciones de administrador sin recibir nada, o casi nada, en recompensa.
Al cabo de una década, o más, con el Ballet Independiente, Zermeño volvió al teatro universitario donde en los años ochenta se anotó otro sonado éxito con el Prometeo sifilítico, de Renato Leduc. Y en una labor que siente suya como ninguna otra, y que hoy le abre las puertas al futuro, montó dos textos fundamentales de Octavio Paz, Piedra de sol y El laberinto de la soledad, cuyos versos y prosa, respectivamente, le permitieron desplegar sobre la escena su fértil imaginación.
El martes 17 de este mes, a las 20 horas en el Teatro de la Danza (a espaldas del Auditorio Nacional), Luis Zermeño será objeto de una función de homenaje en la que participarán cinco compañías: el Ballet Independiente (que hoy dirige Magnolia Flores); Cuerpo Mutable, de Lidia Romero; Dramadanza, de Rossana Filomarino; Púrpura, de Silvia Anzueta y Teatro de Movimiento, de Alicia Sánchez. La entrada costará cien pesos.