martes Ť 10 Ť abril Ť 2001
Marco Rascón
Ruega por él
Esta semana hay que reflexionar en el pecado popular, el más original de todos los pecados. Son días para constituirnos en congreso ecuménico y tomar la palabra desde una playa, una calle vacía, una oficina desierta, una guardia, una iglesia. Es el tiempo de los peces y no de los panes, de la auditoría de nuestros sentimientos, de la administración del bien y de reconocer que el mal es imperfecto. Es tiempo de usar palabras y no decir nada. De dejar que el pensamiento se vaya sin tocar las cosas, sin representar instintos, intenciones ni hechos.
Tiempo de no convencer a nadie, pues el país se ha convertido en enorme purgatorio. Un inmenso limbo de palabras vacías, adversas, que nos hacen estar en un lugar que nunca imaginamos: México. Aquí encontramos todos los días a montones de fariseos dándose golpes de pecho y recitando la salvación y la defensa de todos los pecadores. Ruega por ellos.
En este limbo desaparecieron de nuevo los indios. Tuvieron un espacio, un momento, diez días de compensación por los 507 años de barbarie. Por el renovado olvido, hay que rogar por ellos.
México cree en la crucifixión cotidiana como proyecto de vida. Si cambiamos, es para atorarnos; si nos comprometemos, es para olvidar; y si creemos, es para anularnos. Ruega por ese poder.
El culto al poder, a las formas, al engaño mediático nos ha ido desapareciendo y hoy los televisores gobiernan solos, por sí mismos, se ven uno al otro construyendo lo que, se supone, es la historia verdadera de las cosas. Por eso, ruega en horario Triple A para ser escuchado.
Fuera del poder y los medios nada más existe. El pueblo mexicano, el errabundo, desaparece detrás de cientos de cortinas de humo, donde se consagran las frases del poder, el cual decide quiénes son buenos y quiénes malos, los que elevará al cielo mientras a otros los arroja al infierno. Ruega por él.
El poder es Dios y por eso puede hacer lo que quiera, definir hasta el tiempo, enseñar a la gente cómo debe vivir diariamente a su imagen y semejanza. El poder decide en qué momento la terquedad y la necedad dejan de ser defecto y se convierten en virtud y atalaya. Ruega por él.
Los mortales deben entender que el gobierno más difícil es el de uno mismo; es la lucha interna entre el bien y el mal que se da en los gobernantes. Cada uno de ellos libera íntimamente esta batalla y de su resultado sabremos si tendremos bienaventuranzas o calamidades, impuestos o tarjetas. Ruega por ellos.
Pero no olvidemos nunca que estamos en el limbo..., que es el único camino, y que nuestro papel errabundo es sólo consumir y adorar a nuestros dioses, hechos a nuestra imagen y semejanza: bondadosos, rijosos, encendidos, dicharacheros, insomnes, pero que también están atorados en este cambio, donde todo cambia, pero no sirve de nada. Ruégales mucho.
Este es el evangelio, según el poder, donde se exige la penitencia y la obediencia; hay que abandonar el pecado de la memoria, pues impide estar a salvo. Para vivir en castidad hay que seguir simplemente la voz de un locutor, representante del poder en la Tierra, sacerdotes que diariamente establecen la liturgia, el rito, el comentario que salva o condena por la voluntad de Dios, nuestro poder. Ruega por ellos.
Ese padre nuestro que está en todas partes mantiene hoy la unidad de este país caído en el limbo y que debe mantenerse en penitencia, purgando sentencias por lo que ha hecho y lo que hará. Esta semana seremos crucificados allá en Iztapalapa, tierra de militares. Ruega por nosotros.
Resurrección nadie cree que haya y sólo estaremos condenados a seguir el próximo lunes escuchando a los dioses decir lo mismo y hacer lo mismo. No rueges por ellos.
No habrá resurrección, porque ésta es la nación del pecado, la que cambia y luego se arrepiente; la que lucha y después se detiene; la que gana batallas y pierde siempre la guerra; la que dice una cosa y hace otra; la que elige un gobernante y le sale otro que no conocía; la que siempre se arrepiente; la que ahora se guía por la publicidad y su soberanía se ha convertido en rating. Ruega por todos y no ruegues por nadie. Amén.