MARTES Ť 10 Ť ABRIL Ť 2001
Angeles González Gamio
Añoranzas. El México que fue
Es el título de una extensa obra en dos volúmenes, que con profundo amor y conocimiento escribió a fines de la primera mitad del siglo xx don José María Alvarez. Alumno del Colegio Militar en los primeros años de la centuria, vivió los finales del xix y las profundas transformaciones que padeció la ciudad de México, en el siglo que acaba de concluir. A sus experiencias personales sumó el estudio de la historia, dando como resultado un trabajo formidable en todos los sentidos.
La estructura tiene mucha semejanza con el Libro de mis recuerdos, de don Antonio García Cubas, y el México pintoresco, artístico y monumental, de Manuel Rivera Cambas, de capítulos cortos con infinidad de temas, sobre la vida cotidiana en la capital: los teatros, el circo, la ópera y el ballet, las pastorelas, las fiestas del Centenario, los baños, los museos, el inicio del cine, las comidas, los mesones, los festejos cívicos y populares, la imprenta, la descripción de sitios y monumentos, los libros, en resumen la crónica, con sus toques históricos de esa rica época de México.
De buena prosa y pluma fluida, la lectura es deliciosa, por lo que vamos a cederle este espacio para que nos platique de los festejos de Semana Santa, en la ciudad de México los años previos al nacimiento de siglo xx: "Las conmemoraciones principiaban desde el Miércoles de Ceniza en que acudíamos a la iglesia para arrodillarnos y acatar la disposición eclesiástica que rige desde 1091, en que el Papa Urbano II acordó tal ceremonia en el Concilio de Benevento, recibiendo unciosamente la simbólica cruz, que el sacerdote pintaba sobre nuestra frente... En todas las iglesias, grandes cortinajes morados cubrían los altares y desde el Jueves Santo, después de entonarse el Gloria, dejábase de repicar las campanas, sustituyéndoseles en su cometido por las grandes matracas, como señal luctuosa por la Pasión de Jesús.
"Seguía el Viernes de Dolores que se festejaba ya desde los tiempos virreinales, posiblemente organizados por las comunidades religiosas que aprovechaban todas las oportunidades para acrecentar el culto y recabar limosnas. (...) Lo más característico eran los paseos por los canales de Santa Anita y de La Viga; la fiesta principiaba a la madrugada y era notable la multitud aglomerada en la Alhóndiga, el Embarcadero de Roldán o el de La Viga, en éste se hallaban a ambos lados del acceso, las dos estatuas de los famosos Indios Verdes. En esos lugares se abordaba una trajinera enflorada, con su toldo de lona, ostentando al frente policromos letreros con diminutivos cariñosos de nombres propios: Lolita, Cholita, Lupita, diestramente manejada por el indígena remero con su enorme pértiga.
"Múltiples canoas surcaban los canales ofreciendo distintas viandas; de mañanita las enchiladas, los frijoles, el chocolate, los bizcochos; al mediar el día, los pollos, los guajolotes, los cochinitos, las salsas, para que al atardecer aparecieran los tamales, los pambacitos y las tortas compuestas. Todo ello a mañana, tarde y noche regado con los curados de las más exquisitas combinaciones; privaba el de tuna, tal vez por el color o más barato, pero rifaban asimismo los de naranja, los de piña, pero sobre todo los de almendra. Estos eran cosa rica, dignos de los más refinados paladares.
"El Sábado de Gloria estallaba el bullicio con la 'Quema de Judas'. A las diez de la mañana déjanse escuchar los argentinos repiques de las campanas que se echan a vuelo en todos los templos y por calles y plazuelas, la profana muchedumbre, festeja la quema de innumerables judas o grandes monigotes de cartón, encohetados, que se suspenden de reatas, tensas de balcón a balcón, en los muros fronteros de las casas. Las más famosas se efectuaban en la calle de Tacuba, frente a la botica de Bustillos, a la librería de Maucci o a la panadería de la Alcaicería, colgándose ahí numerosos peleles adornados con medicinas, sombreros, roscas de pan, etc."
En otra parte nos habla don José María de la comida de vigilia, que aún se guarda, por muchos, por razones religiosas y por otros por el placer de comer, platillos de la temporada, como los romeritos con tortitas de camarón y pescados y mariscos. Sin duda uno de los mejores sitios para ello, es el restaurante Peces, en la calle de Jalapa 237, del admirado colega de estas páginas, Marco Rascón, quien va diariamente en la madrugada al mercado de La Viga, a escoger las suculencias que al mediodía puede uno degustar en el simpático lugar, con mesitas al aire libre y una pescadería adjunta para llevar a casa. Un descubrimiento sublime: la "bruja", finísimo pez, grueso, suave, de carne blanquísima, sazonado con eneldo o hierbas finas, se deshace en la boca; también se come crudo en delgadas lajas, mmmmmm.