MARTES Ť 10 Ť ABRIL Ť 2001
Eulalio Ferrer Rodríguez
La sonrisa de La Mona Lisa
Vuelve a una actualidad que nunca ha perdido, más bien acrecentada, la más famosa pintura de todos los tiempos, la de doble nombre: La Mona Lisa y La Gioconda. El primero corresponde a la abreviatura italiana de Mona -derivado de madona, señora- y el de pila, Lisa. El segundo deriva del matrimonio de Mona Lisa con Fracesco del Giocondo. Pues bien, este retrato de busto de 77 por 53 centímetros, pintado por Leonardo da Vinci ''el Magnífico'' sobre una tabla de álamo, ha cambiado de sitio nuevamente, en su residencia histórica del Museo del Louvre en París, para ocupar una espaciosa sala de 200 metros cuadrados y facilitar así la curiosidad admirativa de los millones de seres humanos que la visitan año tras año.
Evidentemente, La Mona Lisa ha ascendido de una manera incontenible a la cima popular de la leyenda, entre lo divino y lo terrenal. De La Mona Lisa puede decirse que, al igual que el Partenón ateniense y la Venus de Milo, se ha integrado a la llamada cultura de masas (incluso, forma parte de los iconos preestablecidos por el programa Windows de Microsoft). Lo que era una tendencia acumulada a lo largo del tiempo, constituye hoy un fenómeno desbordante de popularidad, a la que han contribuido decisivamente los medios de comunicación. Es el mito hecho rito, convocando la facultad estimulada de la gente para maravillarse y ser maravillada. En ese punto crítico en que la fama antecede al conocimiento y otorga a la obra de arte una pródiga serie de bendiciones. Cuando las cosas son más creídas que sabidas, siendo arrastradas por las fuerzas sensibles que tocan simultáneamente las orillas del entendimiento y las de la apariencia. Cuando, también, lo bello no sólo es causa original de la admiración, sino producto directo de ella.
ƑDónde está la seducción mayor de La Mona Lisa? Sin duda, en los enigmas de su sonrisa, registro excitante de la imaginación en su vínculo con la memoria visual. Desde el altar de su simbolismo, la sonrisa de La Mona Lisa, es la pintura misma. Un enigma dentro de otro enigma, alargando o enriqueciendo el fondo misterioso de una obra genial que ingresaría a la historia como la primera sonrisa del Renacimiento. No importa si la sonrisa tiene hechizo de amanecer o aire de atardecer; si se ríe de nosotros o está llena de melancolía; si emana de la gracia o de la malicia; si se trata de una sonrisa mitad angelical o mitad diabólica. La sonrisa de La Mona Lisa es, sobre todo, su mayor atracción, desde todos los puntos de referencia. Lo que en el lenguaje moderno de la comunicación se llama el rasgo distintivo. Es el signo inconfundible del símbolo.
ƑQué nervio del rostro humano crea la sonrisa? ƑEl secreto de ella es acaso el labio inferior, adelantándose gozoso? ƑEs influencia de los rostros griegos, quizá de los góticos? ƑEs una sonrisa forzada o flujo natural de una alma satisfecha? Obra maestra del modelado y la expresión, con su aire de santa o diosa, de princesa o reina, la sonrisa de La Mona Lisa, con sus turbaciones y sutilezas, es la sonrisa del eterno femenino, según algunos críticos, que ha subyugado al mundo; plena de ternura y bondad, armonizando el movimiento de los labios y el de los ojos: es la cicatriz de una leyenda que se vuelve más misteriosa y penetrante, según el tiempo pasa y la fama crece sin cesar.