miercoles Ť 11 Ť abril Ť 2001
Pierluigi Sullo
La esperanza italiana
Hace algunos años tuve oportunidad de conversar en Chiapas con un sobreviviente de la matanza de Acteal, quien, muy serio, me preguntó: "Ƒa qué distancia está Italia?". Hice un rápido cálculo mental y le contesté: "A unos diez mil kilómetros, más o menos". Noté que dudaba; evidentemente la distancia estaba, y con razón, más allá de su imaginación.
Italia es un país muy lejano no sólo geográficamente. Innumerables las diferencias. Ni siquiera es un país en el que se hable castellano. Por ello muchísimos mexicanos se habrán preguntado, en estos años, por qué tantos italianos se ocupan tan asiduamente de México y de Chiapas. Y no me refiero solamente a las últimas campañas de prensa sobre (y contra) los Monos Blancos, sino también a las 130 expulsiones de 1998, al flujo ininterrumpido de personas y de apoyo dirigidos a las comunidades indígenas zapatistas, a las 50 mil personas por las calles de Roma después de la matanza de Acteal, a las centenares de asociaciones solidarias y a las decenas de libros publicados en nuestro país, al interés del secretario de Refundación Comunista, Fausto Bertinotti, y al de intelectuales y personalidades de vario tipo. Todo ello, Ƒpor qué?
Es una pregunta que muchos se hacen también en Italia. Una pregunta necesaria, porque probar a contestarla nos ayuda a entender mejor lo que hacemos, y no solamente respecto a México. Y ayuda a la opinión pública mexicana a encuadrar dentro de un contexto todas aquellas presencias que, si no, serían incomprensibles y presentadas por la mayoría de los medios de comunicación como fatuas. Para intentar dar una respuesta, tomemos el caso del señor Berlusconi.
El jefe de la derecha italiana tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones políticas del 13 de mayo próximo, gracias, entre otras cosas, al hecho de haber logrado unir, en una alianza monstruosa, a las derechas (post)fascistas y nacionalistas de Alianza Nacional con las (post)democristianas y clientelares (la Democracia Cristiana --DC--, difunta hace algunos años, era una especie de PRI, un partido-Estado interclasista) y con las de la Liga Norte, secesionistas y xenófobas. Pero Silvio Berlusconi tiene sobre todo una virtud: es una de las personas más ricas del país (y del mundo), posee tres de los siete canales de televisión nacionales, algunas de las más importantes casas editoriales, gran parte de la producción y de la distribución cinematográfica, compañías de seguros y bancos, empresas de construcción, etcétera, etcétera. Y se ha lanzado a la política en el momento en que los partidos de gobierno tradicionales (DC y el Partido Socialista), a principios de los años noventa, han sido destruidos por un gigantesco escándalo de corrupción, pasado a la historia como "manos limpias". En resumen: Berlusconi es el representante directo de los "espíritus animales" de una economía y de una finanza que, sobre todo en el norte del país, han transformado totalmente el aspecto de la sociedad italiana e inclusive su geografía. Se propagan pequeñas empresas a lo largo del territorio, en las que el trabajo está fuera de reglas y viene siendo realizado cada vez más por emigrados sin protección. Se transforman las ciudades, como Milán, en centros de regulación de flujos financieros y de otras funciones, como la publicidad, el marketing, la moda, etcétera.
El berlusconismo representa técnicamente el anochecer de la política, es decir, de las reglas de un conflicto, cuyos agentes han sido, durante decenios, los grandes partidos de masa, como la misma DC y el Partido Comunista (en sus tiempos, el más grande del mundo, excluyendo los países del socialismo real). La globalización ha causado, en Italia, la disgregación de las clases frente a los procesos de producción "flexibles" y el sometimiento de la unidad de la nación (dividida entre un norte rico y un sur pobre) a la presión de la competición trasnacional. Nosotros no tenemos un Nafta, pero tenemos un euro, la moneda única europea que empuja a las regiones, más que a los Estados-nación, a competir entre ellas en el espacio económico europeo. Por eso tenemos tres o cuatro derechas: porque cada una de ellas representa una reacción social (y empresarial y burocrática) a las fracturas provocadas por los empujones de la economía y de la finanza: el norte leguista quiere irse por su cuenta; el sur parafascista defiende las subvenciones del Estado, etcétera, etcétera.
El milagro de Berlusconi consiste en haber unificado electoralmente a las derechas, en nombre de la posibilidad de derrotar al centro-izquierda que ha gobernado en los últimos cinco años. El cual, a su vez, hipnotizado por la "democracia a la americana" (el sistema electoral uninominal) e incierto sobre si seguir las huellas de Blair o las de Jospin, ha cortado las raíces sociales que la globalización ya disgregaba. Lo que significa que la sociedad italiana, con su gran tradición y capacidad de asociarse, se ha quedado huérfana, casi sin representantes (Refundación, en definitiva, cuenta con un 5-6 por ciento del electorado), aumenta las filas del ejército abstencionista, y está construyendo una red de actividades sociales cuya difusión es realmente impresionante.
En definitiva, tres peculiaridades: un poder omnicomprensivo se derrumba casi de repente; un nuevo poder que no conoce la mediación de la política y que es reflejo directo de la economía, con coloraciones de aspectos reaccionarios y racistas; una "izquierda social" muy difundida, que ha perdido el sentido de la política del siglo XX, es decir, la conquista del poder, pero que en cambio ha adquirido una gran capacidad de "hacer sociedad". Son tres peculiaridades italianas, a las que no sería dificil sobreponer los nombres del PRI, de Vicente Fox y del EZLN. Pero con una serie de diferencias, que ante los ojos italianos hace incluso más atractiva la transición mexicana: el PRI era una dictadura, a su manera más explícita, y su caída da un sentido de mayor liberación; Fox es aún más brutalmente que Berlusconi un emisario del "color del dinero"; y sobre todo, el EZLN expresa de forma totalmente innovadora la "política fuera de la política" del futuro, y actúa de manera tan radical (cuanto lo es la cuestión indígena) que suscita el entusiasmo que conocemos.
Por fin, lo que nosotros italianos vemos en el zapatismo es una esperanza, la esperanza de encontrar respuestas útiles también para nuestro país. Pero sabemos bien, como ha escrito Ramón Mantovani, que el zapatismo es, a su vez y sobre todo, una pregunta. Y que nuestras respuestas tenemos que buscarlas, después de haber respirado el buen aire mexicano, en nuestra lengua, que no es el castellano, y tampoco el tzotzil.