Ť Trabajó en casi todos los sitios prehispánicos del país
Murió Román Piña Chan, un grande de la arqueología
Ť Publicó más de 20 libros y forjó a varias generaciones
ARTURO JIMENEZ
El arqueólogo mexicano más importante en la actualidad, Román Piña Chan, murió ayer poco después de las 18 horas debido a un derrame cerebral y luego de permanecer varios días en el área de terapia intensiva del Hospital Angeles, informó por la noche el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Beatriz Barba, su esposa y también arqueóloga, se había referido al medio día sobre el delicado estado de salud del investigador y maestro. Acerca de los aportes de Piña Chan a la arqueología mexicana, Barba recordó que él trabajó en la mayor parte de las zonas prehispánicas del país que están en estudio.
Con más de 20 libros y cientos de artículos y conferencias en varios países, Piña Chan (''Ah Tun, Señor de la Piedra", como lo llamaron Enzia Verduchi y Alberto Tovalín en un homenaje fotográfico) figura junto a los grandes de la especialidad, como Alfonso Caso e Ignacio Bernal.
En 1987 se le rindió un homenaje en el que participaron, entre otros, Marcia Castro Leal y Roberto Gallegos. De ahí salió un libro de la UNAM, del que se toman algunos datos, sobre todo de Gallegos.
Un joven alfabetizador
La historia personal y profesional de Piña Chan es una historia de fuerza de voluntad, trabajo e inteligencia. Nacido el 29 de febrero de 1920 en el seno de una familia de escasos recursos, en la ciudad de Campeche, se empleó desde adolescente como alfabetizador y en la Escuela Industrial se especializó en zapatería.
Al principio tenía inclinaciones por el dibujo y la arquitectura e incluso estuvo a punto de ingresar a la Escuela de Ciencias Biológicas del Politécnico. A los 20 años, en 1940, viajó a la ciudad de México para estudiar la vocacional, pero como no pudo conseguir una beca regresó a su tierra.
Otro intento y una beca lo ubicó en 1942 de nuevo en la capital del país. Dos años después, a punto de inscribirse para biología, un cartel en el Casco de Santo Tomás llamó su atención. La joven Escuela Nacional de Antropología informaba de sus carreras y, sobre todo, consignaba: ''Se conceden becas".
Comenzó primero en la especialidad de antropología física y después, con el apoyo del director, Rubín de la Borbolla, le dieron una beca-trabajo en el Museo Nacional de Antropología.
Su primera práctica de campo, actividad de la que sería promotor y uno de los aspectos fundamentales de su trabajo, la desarrolló en Tzintzuntzan, Michoacán.
Participó en el salvamento arqueológico de Chupícuaro, Guanajuato, de 1946 a 1947. Estuvo comisionado en Uxmal, en obras que dirigía Alberto Ruz, y luego pasó a la isla de Jaina. De ahí surgió su primer trabajo: Breve estudio de la funeraria de Jaina, Campeche.
La sabiduría de las piedras
Retornó al DF en 1949 para terminar su carrera, pero ahora en arqueología. Como dice Castro Leal, Piña Chan se percató que le interesaban más las obras de los hombres que los huesos de éstos.
Fue comisionado en Tlatilco y, en 1951, Rubín de la Borbolla le comunicó de una plaza profesional pero que debía estar titulado, por lo que a finales de año terminó su tesis El horizonte preclásico del valle de México. Después lograría un doctorado en ciencias antropológicas por la UNAM.
Dirigió el Proyecto Teotenango de 1971 a 1975 y el de Huamango de 1976 a 1977, en el estado de México. De 1980 a 1984 dirigió el Proyecto Campeche, hasta que en septiembre de este último año sufrió un accidente en Becán. Resultó afectado de la columna vertebral, pero aun postrado continuó sus investigaciones.
Ocupó varios cargos en el INAH y en la UNAM. Fundó varios museos, como los de Dzibilchaltún o Santiago Tuxtla. Su nombre lo llevan auditorios, simposios, museos, premios y seminarios.
Entre sus veintitantos libros se encuentran Los olmecas: la cultura madre (editorial Lunwerg), Historia, arqueología y arte prehispánico (FCE), Chichén Itzá: la ciudad de los brujos del agua (FCE), Quetzalcóatl, serpiente emplumada (FCE), El lenguaje de las piedras (FCE), Cacaxtla: fuentes históricas y pinturas (FCE) y El Puuc (editorial Origen).
Se concluye así que aquella alusión a Román Piña Chan como ''Señor de la Piedra" (o Ah Tun, en maya) no fue nada gratuita, pues del estudio científico de las grandiosas ciudades en ruinas fue que hizo sus mejores aportes a México.