JUEVES Ť 12 Ť ABRIL Ť 2001

Luis Angeles

Reformar la reforma

El Presidente apuesta fuerte y convierte sus propuestas en un asunto casi personal. Si la iniciativa avanza, gana con ella, si no, queda advertido que él definió el problema y propuso solución; allá el Congreso y sus disposiciones.

La propuesta de reforma fiscal, financiera y presupuestaria conlleva más una estrategia de comunicación social que de cabildeo con los partidos y las demás fuerzas políticas, aunque no parece que se hayan calculado los costos políticos que implica la iniciativa, y menos aun la puesta en marcha de la reforma fiscal. Por lo pronto, parece llegar a un punto de inflexión la luna de miel con muchos electores, principalmente con las clases medias.

Todos los partidos con representación en el Congreso han definido su posición aun antes de conocer la propuesta, y todos desean constituirse en los grandes reformadores de la reforma. El mismo PAN anticipó que aprobará la ley con sus propias correcciones, las que muy probablemente se calcularon de antemano y se mantienen aún en el rango de lo previsto. Seguramente no se trata de una pelea arreglada, pero los panistas externaron sus reservas frente al proyecto de ley para no ser calificados de incondicionales al proyecto, y señalado el PAN como un partido de Estado, aunque queda claro su apoyo decidido a la reforma.

Los partidos de oposición han dicho no a la reforma, fijaron su postura y a partir de ahí mantienen la puerta abierta para negociar, aunque algunos tienen ya más de una propuesta alternativa. Como en cualquier negociación, saben que a la contraparte gubernamental le interesa negociar porque no tiene un proyecto alterno a la reforma. En este campo ya se perfilan los jugadores que van a ganar ganando, los que van a ganar perdiendo, los que van a perder ganando y los que van a perder perdiendo.

No han sido todavía convincentemente explicadas las virtudes de bajar el ISR y simultáneamente homologar el IVA gravando alimentos, medicinas, transporte público y libros, ni ha sido satisfactoria la explicación de que las compensaciones a los pobres serán suficientes. Las argumentaciones para compensar los esfuerzos fiscales de las clases medias no se han inventado aún.

No se ha entendido por qué el hecho de recaudar 120 mil millones más para el fisco y devolver 7 mil 500 millones a los sectores socialmente más vulnerables resulta un mecanismo para evitar la evasión. Sí se ha entendido en cambio que gravar los servicios financieros no es la mejor manera de atraer la inversión extranjera necesaria, pero este argumento es difícil de venderse socialmente. Por supuesto que es complicado explicar al autor de un libro por qué el gobierno quiere cobrar 15 por ciento de impuesto sobre el precio de tapa, y él sólo 10 por ciento por derechos de autor, como sugiriéndole el aprecio que siente por su trabajo el "ogro filantrópico". Claro que será difícil para los asalariados comprender el alza inflacionaria -así sea transitoria- que traerá la aplicación de la reforma. No será fácil que aun una fuerte inversión en medios de comunicación convenza a los consumidores de que la disminución del ISR compensará sus nuevos pagos de IVA. Con esas dudas a cuestas será prácticamente imposible que las ingratas clases medias acepten la reforma como socialmente redistributiva.

Hasta ahora se le entiende como eminentemente recaudatoria, donde reducir el ISR incrementa la captación en ese renglón, mientras que elevar el impuesto al consumo es más fácil de administrar que cualquier otro gravamen; se entiende también que son medidas probadas para fines recaudatorios y no para propósitos distributivos, y que estamos en una tendencia internacional en materia fiscal, pero también que no se ha puesto a prueba toda la imaginación y toda la voluntad del gobierno para esta reforma históricamente esperada.

Durante las siguientes semanas se extenderá seguramente la inconformidad de las organizaciones sociales frente a la iniciativa fiscal, sobre todo de las clases medias y de los grupos sindicales; tal vez los partidos políticos aprovechen las circunstancias para vincularse más con estos grupos, mientras sus legisladores hacen lo propio en las cámaras, donde, por cierto, se impone la necesidad de un periodo extraordinario de sesiones para discutir las iniciativas y donde cada bancada hará su mayor esfuerzo para reformar la reforma