JUEVES Ť 12 Ť ABRIL Ť 2001
Olga Harmony
Las varoniles ausencias
Antes que nada, hay que extender una calurosa felicitación a Ignacio Solares, titular de Difusión Cultural de la UNAM y a Antonio Crestani, responsable de Teatro y Danza, por la remodelación del Teatro Santa Catarina, tras cinco años de esfuerzos e incluso de batallas legales con conspicuos vecinos -muchos vimos las mantas de indignación seudociudadana- que intentaron impedir que se construyeran, nada menos, que camerinos para los sufridos actores que en él trabajaban. Respetando el diseño primitivo de Alejandro Luna, el remodelado edificio teatral cuenta ahora con tecnología de punta. Son muchos los espacios teatrales, públicos y privados -El Foro Shakespeare también fue adecuado- que se han remozado en nuestra ciudad. Falta ver qué se escenifica en ellos.
Si muchas mujeres y muchos hombres solidarios nos resentimos por la absurdas declaraciones del secretario del Trabajo, tampoco hay que exagerar e impedir que los actores varones suban a los escenarios: durante siglos a las mujeres se les negó actuar en público, pero eso era por las razones ''morales" de los ascendientes del señor Abascal, no por causas estéticas. De manera coincidente, dos propuestas teatrales producidas para el Festival del Centro Histórico, que muy legítimamente buscaron nuevos escenarios, recurren a un extraño travestismo en que las actrices encarnan papeles masculinos sin que, a mi entender, haya una razón válida.
Con Frankenstein o el moderno Prometeo, Juliana Faesler, que amén de directora y escenógrafa es autora junto a Clarissa Malheiros de la adaptación de Mary Shelley, propone una interacción entre sus actrices y diapositivas, con buenas soluciones escénicas que no bastan para subsanar las fallas dramatúrgicas. Mientras el Dr. Victor Frankenstein narra y narra al Capitán Walton su historia y la horrible creatura hace lo propio, el buen capitán recita la historia de la ciencia en busca de homínidos, hasta recaer en los actuales trasplantes y la clonación. Nada explica qué tiene que hacer Prometeo en lo que es más bien un mito fáustico, ni mucho menos la razón de que los papeles masculinos (los femeninos se obvian con las diapositivas) sean representados por actrices.
Por otra parte, pienso que Otto Minera, el actual coordinador de Teatro del INBA, está consciente de que La noche que robaron a Epifanía no sea una escenificación digna del Instituto y que si la presenta en el teatro Julio Castillo es por no tener este escenario vacío en lo que se concretan sus nuevos planes. En eso hace bien, porque el espectáculo está diseñado para ese tipo de jóvenes light que gozan con la música tecno (llamar ópera al espectáculo es una notoria exageración), así no siempre esté muy bien cantado o bailado. Sin duda, llenarán el teatro grande de la Unidad del Bosque. Aquí también, en esta parodia desangelada de Shakespeare debida a Gerardo Mancebo del Castillo -que el lamentado dramaturgo dejó inconclusa- y terminada por Alfonso Cárcamo, todos los papeles son actuados por mujeres. Y tampoco encuentro la razón de la propuesta de la directora Ana Francis Mor.
La escenificación cuenta con un ritmo ágil, pero algunos momentos son desperdiciados por las actrices Carmen Mastache y Magali Boyselle, al representar a mujeres que fingen ser hombres -o viceversa- disfrazados de mujeres, porque no logran el juego. Hasta actrices jóvenes que suelen ser excelentes, como Mónica Huarte, se sienten fuera de lugar, a pesar de que, hay que reconocerlo, todas son graciosas y dueñas de gran vitalidad. Además, se resiente que Cárcamo no sepa desenredar la madeja situacional que heredó de Gerardo Mancebo y recurra a situaciones tan tontas como el amor del marino por Helenita.
La música de Daniel Hidalgo, Jacobo Lieberman y Leonardo Heiblum, una escenografía eficaz (pero mal realizada) y un vestuario llamativo son atributos del espectáculo concebido para jóvenes ''totalmente Palacio" que ríen a mandíbula batiente con las muy excesivas alusiones sexuales.