sabado Ť 14 Ť abril Ť 2001
Luis González Souza
Consenso de Tenochtitlán
Estamos en otra Semana Santa, la primera después del cisma electoral que derribó al régimen priísta mexicano, otrora inconmovible. Con mayor razón, pues, es una semana para pensar en grande, dejando que vuelen imaginación, sueños y fe de todas las estirpes.
Durante la Semana Santa original, la encarnación de la razón y de la justicia histórica recorrió un camino parecido al que hoy tienen que recorrer los desvalidos del sur, así naciones como sectores empobrecidos y comunidades autóctonas, indígenas. Es el camino que va de los atropellos infinitos y la crucifixión misma, a los arrepentimientos tan numerosos que propician la redención de todos.
Esta Semana Santa los atropellos del sur continúan en un horizonte de muy variadas máscaras. Sobresale la Cumbre de Quebec (20-22 de abril) como un conciliábulo más de los mercaderes modernos que siguen usurpando el templo de la globalización (como hace poco ocurrió en Seattle, Davos, Praga o Cancún-Tlatelolco 2001). Esta vez, sin embargo, nuestra América es el platillo fuerte de esos mercaderes, que además ya cuentan con una deslumbrante aunque ponzoñosa vajilla conocida como ALCA: Area de Libre Comercio de las Américas, diseñada en la Cumbre de Miami de 1994, todavía bajo los saberes del cheff Clinton, pero que en el fondo es sucedánea de la Iniciativa para las Américas (IPA) lanzada en 1990 por el entonces cheff Bush, padre del actual presidente de Estados Unidos. En esencia, el propósito de la gran potencia sigue siendo el mismo, incluso desde los tiempos del panamericanismo y del destino manifiesto: si ha de salvarse, América toda -ahora en bloque comercial indisputable- debe quedar bajo el cobijo de la otra América (The United States of America, USA).
Para la nueva crucifixión de sureños, los neomercaderes de Quebec ya tienen listos los dos tablones requeridos. El primero es el TLC firmado en 1993 entre los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá, y que en la propia IPA de Bush padre es visualizado como su "primera piedra". Y el segundo tablón ya está a la vista bajo el nombre de Plan Puebla-Panamá (PPP), como también ya son visibles los clavos del Plan Colombia, aunque aquí la lucha antidrogas es el barniz dominante. Lo cierto es que, si de lo que se trata es de hacer pedazos las soberanías latinoamericanas, esas tablas y esos clavos en cualquier descuido pueden dar forma al Plan Ca-ca (Cajeme-Cartagena, o lo que se ocurra).
Los renovados atropellos contra el sur tienen engranajes que parecen estirarse hasta las polemizadas propuestas fiscales del gobierno de Fox, autocalificadas de "reformón" hacendario, aunque más bien apuntan hacia el "reventón" de todo el "vecindario" nacional, así en empobrecimiento material como moral: "traicionón" de las enormes expectativas generadas por el propio Fox aun antes del 2 de julio.
Y a fin de cuentas, todo -TLC, IPA, ALCA, PPP, Plan Caca y "reformón" fiscal- tiene que ver, directa o indirectamente, con el ultramentado consenso de Washington. Es decir, el acuerdo ultracupular que en esa ciudad fraguaron -de espaldas al resto del mundo- los neomercaderes, a fin de canalizar a su favor la "crisis de la deuda externa" estallada en casi todos los países del sur, a la vuelta de los años ochenta. "Consenso" para imponer en todos lados las recetas del neoliberalismo: privatización de empresas, desregulación estatal, apertura total al libre comercio y a la libre inversión del capital global, saneamiento de finanzas públicas aun a costa de la salud social, y todo lo que huela a desnacionalización y mercantilización... en rigor, sólo en el sur, en los sótanos de la humanidad.
Es hora, pues, de un nuevo y verdadero consenso mundial. Ya no para crucificar sino para redimir a los de abajo. Ya no desde la capital de esta globalización depredadora (Washington DC), sino desde algún sitio emblemático de las mejores luchas y anhelos de los más atropellados por siempre: indios como los que fundaron la Gran Tenochtitlán. Indios que han sabido resistir incontables crucifixiones.
Habrá que discutir mucho y bien -tal vez con el método de San Andrés Larráinzar- los contenidos del consenso de Tenochtitlán. Lo importante es acordar, acaso en la contracumbre de Quebec estos mismos días, su impostergable necesidad. Porque si algo hay cierto, es que el consenso de Washington ya huele demasiado a muerte. Y en estos días, de lo que se trata es de resucitar, todos y desde el más profundo sur.