domingo Ť 15 Ť abril Ť 2001

Rolando Cordera Campos

La mayor semana del año

Más que santa, la semana fue mayor, pero no en reflexión o argumentos, sino en quejidos, maldiciones, esperanzas y trampas de la fe. Nunca como en estos días de cuaresma había sobresalido tanto nuestra deficiente capacidad para discutir temas complejos, que arremeten directamente contra las costumbres y lo establecido, pero que se han vuelto cruciales para el futuro más o menos inmediato del país. Tal es el caso de la reforma fiscal, rebautizada como nueva hacienda pública distributiva, por obra y gracia de Humpty Dumpty ("lo que importa es saber quién manda").

Los datos básicos han estado sobre la mesa por mucho tiempo, pero no es a ellos a los que hemos prestado la importancia obligada. En especial, lo que resulta escandaloso es la falta casi absoluta de interés por las ganancias financieras, que provienen de los intereses bancarios y similares y de las aventuras en la bolsa. Todo indica que, para gobierno y oposición, el capital financiero y sus derivados han dejado de ser asuntos públicos, cuando es ahí, en esos territorios de privilegio, donde se facturan las ganancias y los ingresos mayores, de los que debería provenir un buen trecho del ingreso fiscal posible.

Los intercambios de sarcasmos baratos entre funcionarios e intelectuales, los denuestos vertidos sobre el presidente Fox, las bravatas repetidas del motociclista sin cerca, estas sí en la "máxima tribuna" de la patria, las inútiles y demagógicas condenas de lesa patria vertidas por políticos de riego y temporal, se dieron la mano en la playa calurosa con el credo que se siente inconmovible de los niños y las niñas héroes de Hacienda, seguidos por comparsas malones y, en algunos casos, inesperados.

Como quiera que sea, la argumentación pasó ya a formar parte del diccionario universal de la banalidad política, reforzando la idea pesimista de que a México se le fue la hora de la reforma fundamental de su Estado y no le queda ya otro camino que el de arrastrar los pies entre el lodo del atraso permanente y la inconformidad recurrente que, en el mejor de los escenarios, puede a su vez derivar en cambios y recambios en las cúpulas democráticas, ellas sí bien financiadas por el dinero público.

Lo básico, que es la penuria fiscal del país, no ha dejado su lugar, a pesar de tanto ruido, pero ahora se presenta como ominosa advertencia. México registra una recaudación que le impide plantearse resolver las tareas que son propias de los Estados modernos. No hay ni habrá buena justicia y un orden público habitable, mucho menos salud y educación pasables, mientras el país no se decida a aportar los fondos necesarios para una reproducción y un mantenimiento elementales de sus sistemas de seguridad jurídica y social, sobre todo ahora que el régimen salarial parece condenado a seguir una pauta de avance lento y conservador, debido a la competencia externa y las irregularidad pasmosa de la productividad general de la economía.

Sin buenos salarios y con empleo mediocre e inestable, pero en el marco de una gran concentración de ingreso y riqueza, no hay otra manera de financiar lo público que mediante impuestos y derechos, salvo que la sociedad opte en definitiva por comerse los huevos que le quedan a la gallina del petróleo y la emprenda como fuente casi única de la seguridad energética... de Estados Unidos. Esta es, de nuevo, opción adelantada y hasta instrumentada desde el norte, pero no tan mal recibida por algunos en el sur. Se trata del mercado, šusted sabe!

Debería haber sido de otra forma, pero los estrategas del vaticano hacendario se inclinaron por la vieja costumbre heredada, dicen ellos, de Limantour. En vez de haber empezado a estudiar y discutir la cuestión en enero, con audiencias públicas e informes accesibles y oportunos, se optó por el tremendismo y la ilusoria ventaja de la sorpresa, que tuvo por respuesta el ruido y el desatino, y aquí quedamos, varados y aturdidos, para empezar la semana de Pascua. Sólo las admoniciones de los obispos se dejan oír y poco de bueno tiene el fondo de sus mensajes: dejad que los pobres vengan a nosotros, parecen decir los jerarcas católicos, fiscalistas de última hora. Lo demás se ha convertido en lo de menos. En el barullo y el relajo, todo se vale.

Al final de la historia lamentable de la tercera reforma fiscal frustrada en 40 años, quedarán los lastimeros argumentos esgrimidos por los promotores de la nueva hacienda: no podemos, porque no hemos podido, hacer nada contra la evasión y la elusión de los que más tienen y saben, y es por eso que hay que gravar con todo a todos; no se trata de darnos por perdidos, pero es más práctico resignarse e irse por la vía fácil de los impuestos generales al consumo y luego ver si nos sale eso de la devolución distributiva; no podemos, porque en realidad nunca hemos querido, hacer que los ricos paguen más de impuestos y es por eso que decidimos reducir la tasa máxima del impuesto a la renta, como lo manda un canon internacional traducido al modo; no podemos, porque nunca lo intentamos en serio, darle buena salud pública al pobrerío, y es por eso que ahora los enseñaremos a no sobremedicamentarse, por la vía de los precios y los impuestos. šAh, el sabio mercado! šTanto viajar para llegar a esto!