domingo Ť 15 Ť abril Ť 2001
Guillermo Almeyra
Los marcianos de al lado
No sólo existen los llamados globalifóbicos, que protestan contra la lógica de la mundialización dirigida por el capital financiero. También están los que trabajan en los intersticios del mercado con una lógica absolutamente opuesta a la que quiere imponer el neoliberalismo, pues se basa en la solidaridad, la confianza mutua, la convivencia, el cambio justo, y no en el lucro. Son los marcianos que viven entre nosotros, con valores de una civilización superior.
Nos referimos a los cientos de miles de personas que, en Argentina, Uruguay, Colombia, Ecuador, Brasil, Paraguay y Chile y en menor medida en México, se reúnen en clubes de trueque para intercambiar productos y servicios. Por ejemplo, es posible cambiar varias horas de plomería o de electricidad por otras horas de un maestro de piano o de un profesor de lenguas o por un producto determinado. Los socios se reúnen en nodos en los que permutan sus habilidades, víveres, ropas, sobre la base de una moneda social, ficticia y vigente sólo en esa comunidad, que se calcula sobre la moneda local pero no genera interés ni se puede cambiar por dinero en efectivo. Al inscribirse en el club, aportando en dinero o en especie, los miembros adquieren una cantidad de esa seudomoneda llamada créditos (en Argentina y Uruguay, porque en Brasil se llaman tupí, en Colombia talentos, en Ecuador bonos de cambio, en España foros). Los truequistas cambian sus productos sobre la base del cálculo de tiempo que ellos corporizan y negocian sobre esa base con quien tiene el objeto o el servicio que ellos desean.
En Argentina el sistema existe desde 1995 y abarca ya 800 organizaciones, con medio millón de miembros. El secretario para la Pequeña y Media Industria se ha comprometido a promover la Red Global de Trueque y a dar materia prima a los interesados en producir bienes, para combatir la desocupación. En Uruguay, siguiendo el ejemplo argentino y en contacto con las organizaciones de ese país, se creó una organización de trueque en 1997, en Montevideo. El ejemplo argentino ha inspirado también experiencias en Estados Unidos, Canadá, España, Dinamarca. Italia, Francia y Japón.
Los participantes en estos clubes, en Argentina, obtienen en promedio un ingreso mensual de 700 créditos en servicios, saberes o productos (o sea, unas tres cuartas partes del salario de un obrero metalúrgico). De este modo no sólo conocen otra gente, establecen relaciones sociales sólidas, enfrentan la desocupación y la crisis, sino que también obtienen un complemento indispensable, en el mercado, pero en un mercado particular, fuera de la economía formal. En algunos municipios argentinos el trueque puede servir también para pagar los impuestos, realizando en la casa de gobierno trabajos de albañilería, plomería o electricidad.
El papel del trueque en lo fundamental es social, político, cultural, y permite combatir la depresión y el desánimo de la clase media pauperizada y de los obreros que han perdido el trabajo y, por razones de edad, no pueden encontrar otro. Movilizando las capacidades, los talentos, la solidaridad, el sistema de trueque ayuda también a crear resistencias a la mundialización dirigida por el capital financiero, a desarrollar valores solidarios, a reconocer a los demás por lo que pueden hacer y no por sus bienes.
En la siempre importante página web www.ciberamerica.com, que ha publicado un ar-tículo de Alejandro Blanca del cual hemos tomado buena parte de estos datos, aparecen además todos los datos sobre la Red Global de Trueque, los lugares a los que es posible dirigirse para difundir o "bajar" música, para buscar informaciones, para ver los cuadros que ofrecen, por servicios o alimentos, los artistas que están en la red.
La solidaridad, el trueque, el voluntariado, el llamado "tercer sector", crecen bajo los efectos de la crisis y desarrollan una lógica contraria a la del capitalismo, separándose del mismo, pero no ponen en cuestión su funcionamiento. De todos modos, desarrollan la capacidad creativa y la decisión de autorganizarse, así como la confianza en las mejores cualidades de los conciudadanos, y así erigen una defensa contra el egoísmo, el racismo, el hedonismo, al mismo tiempo que crean lazos entre gentes de diferente origen social, de diferentes proveniencias, de diferentes edades.
Esos movimientos pueden ser cooptados, absorbidos por el poder, pero también pueden ser el terreno en el cual crezca la idea de una alternativa al sistema y se formen, en la solidaridad, muchos de los cuadros para la reorganización social.