DOMINGO Ť 15 Ť ABRIL Ť 2001

Angeles González Gamio

Arcadia mexicana

En la América del Norte se encuentra México. Tierra de civilización y riqueza incomparables con las de su vecino, Estados Unidos. En este país la tierra es pródiga y el agua abundante, el clima es templado y saludable. La mayoría de la población es rica y los pobres son muy pocos, por lo que hay escasez de mano de obra..." Estas palabras aparecían en el anuncio que un inescrupuloso traficante inglés colocó en ciudades de Corea, a principios del siglo XX, con el objeto de reclutar trabajadores para trabajar en las fincas henequeneras de Yucatán.

Con este gancho y la promesa de un contrato por cuatro años, ventajas especiales para los que llevaran familia, buscando que se arraigaran en la península, y el pago de un bono de 100 pesos al finalizar el contrato logró embarcar a 702 hombres, 135 mujeres y 196 niños. Tras un azaroso viaje en el que murieron dos pequeños, finalmente se instalaron en las haciendas yucatecas, descubriendo el gran fraude del que habían sido víctimas. Algunos pudieron comprar su libertad y se instalaron en la ciudad de Mérida, esperando que concluyeran los contratos de sus compatriotas.

Por último, se inicio un éxodo a distintas ciudades de la República, en la búsqueda de mejores condiciones de vida y un pequeño grupo emigró a Cuba. Entre 1911 y 1930, varios coreanos se establecieron en la ciudad de México, mayoritariamente en la colonia Guerrero, integrándose poco a poco a la vida de la gran capital.

La siguiente inmigración coreana se dio en los años sesenta, fundamentalmente a raíz de un acuerdo de intercambio entre la UNAM y la Universidad Janguk de Estudios Extranjero de Seúl, que incluyó el arribo temporal de dos profesores de taekwondo, dejando una semilla que fructificó con la llegada, a fines de la década, del profesor Moon Dai-Won, quien venía por una corta temporada, pero ante el éxito que obtuvo decidió quedarse a vivir en México.

Prácticamente todas las escuelas de esa disciplina que existen en la ciudad de México son hijas o nietas de la Moo Do Kwan, que fundó Moon, y han dado varios campeones a nuestro país.

Esta es parte de la rica información que nos brinda el doctor Alfonso Romero Castilla, posiblemente el investigador que más conoce el tema, lo que reflejan algunas de sus obras como: Huellas del paso de los inmigrantes coreanos en tierras de Yucatán y su dispersión por el territorio mexicano y un interesante artículo publicado en el libro Asiáticos en la ciudad de México, de la colección Babel, que editó el Instituto de Cultura.

Ahora la historia se repite y han llegado a la capital centenas de coreanos, muchos de los cuales se han establecido en el Centro Histórico, de manera preponderante en Tepito y La Lagunilla, y están dedicados al comercio; otros son empleados de empresas coreanas, como Samsung, Daewoo, Gold Star, etcétera, asentadas en la llamada Zona Rosa. En ambos sitios empiezan a surgir negocios que les dan servicio: baños, carnicerías, tiendas de ropa y comestibles, norebag, que es la versión coreana de "karaoke" japones (música grabada para que canten los comensales), consultorio, salón de belleza y, desde luego, restaurantes.

A estos últimos es muy útil acudir con un conocedor como el doctor Romero, quien descubre y explica los ingredientes de la sabrosa comida coreana, como recientemente confirmamos en el Ure Ok, sencillo sitio ubicado en la calle de Hamburgo 232. Sugerencias: el kimchi, pepino con chicoria, picosito, clásico de esa comida; el bukoki, riquísimo, consiste en finas lajas de carne cocinadas en una plancha y sazonadas con soya y aceite de ajonjolí. Una versión coreana de la tortilla española se prepara con cebolla, se llama bin de tok y también puede ir con marisco o pulpo. Para los que aman las verduras, se recomienda el pamuchim, con lechuga, cebollín y pulpo. Todo ello se puede acompañar con porycha, que es una refrescante infusión de cebada.

Y para ampliar el conocimiento sobre la cultura de ese país asiático, vale la pena una visita al Museo Nacional de las Culturas, que ahora dirige el talentoso Leonel Durán, quien recoge la estafeta de la querida Julieta Gil Elorduy. Se encuentra en la histórica calle de Moneda, y desde el año pasado cuenta con una sala coreana que muestra la gran riqueza cultural milenaria de esa nación. Se va a fascinar con las maravillosas piezas de bronce, oro, cerámica, máscaras, pinturas y con los bellos textiles.