LA GUARACHA DEL
MACHO CAMACHO
Esta vez el aeropuerto de Miami fue menos engorroso y terrorífico. Posiblemente por la hora de llegada (para mí odiosamente tempranera) o porque los migras estaban de buenas debido a un aumento salarial o vaya usted a saber la razón verdadera. El caso es que, a pesar de que me tocó un embigotado cubano, pasé aprisa y, corriendo con un desenfreno impropio de mis canas y meniscos, apenas alcancé a treparme al vuelo para San Juan de Puerto Rico (Aeropuerto Muñoz Marín). La azafata se preocupó por mis resoplidos de fuelle prehistórico y me recetó un té de manzanilla. Mucho se lo agradecí pues viajaba en American y en esta línea (casi más desalmada que Iberia) no son de esperarse esas ternezas. Tal vez mi apariencia de ermitaño de pastorela haya conmovido a la azafata y derrotado su natural desatención. Uno lo entiende: tienen que servir a tantos vuelos y enfrentarse a tantos borrachones tocones (mi abuela dixit) y señoras llenas de demandas estrambóticas, que acaban por endurecerse y por cumplir sin mayor entusiasmo humano sus tareas. Ya no son las geishas sonrientes de los vuelos en DC4 o las representantes de la madre tierra y de la mami propia (puertorriqueños dixit) de las largas jornadas en Superconstelation. Ahora son eficientes, lejanas y, a veces, acceden a sonreír cuando colocan en la tembelequeante mesita la bandeja con pollo en engrudo, chícharos, papitas e incógnitas verduras provenientes del congelador de algún catering service multinacional. Iba a Puerto Rico, invitado por la Universidad del Turabo, para tomar parte perorante, al lado de Margo Glantz, en la presentación de la edición de Cátedra de La guaracha del Macho Camacho de Luis Rafael Sánchez, prologada y anotada por uno de los señores de la guerra de los Estudios Latinoamericanos en las Universidades del Imperio, don Arcadio Diaz Quiñones, boricua de pro y ensayista de grandes méritos. Poco antes de aterrizar, el misterioso equipo de sonido del avión (así lo llamo porque, cuando habla el piloto, uno no entiende una palabra. Sólo se escucha un farfulleo de película española merecedora de subtítulos en español) nos obsequió con una dulzona versión de Preciosa la canción del jibarito Rafael Hernández (Mister Cumbanchero para el presidente Roosevelt). Es claro que la palabra destino sustituyó al tirano de la versión original. Me dicen que el mismo don Rafael aceptó modificar su letra a petición de Muñoz Marín, hombre cauto y buen conocedor de las escasas pulgas de los patroncitos imperiales. Así era la letra: no importa el tirano te trate con negra maldad, y así la cantó, trepado en una silla del viejo aeropuerto de San Juan, Jorge Negrete, amigo del jibarito, ante los alelados funcionarios imperiales. Daniel Santos, por cierto, nunca aceptó la reforma y, hasta el fin de sus días, siguió poniendo uno de sus peculiares énfasis en la palabra tirano. En el aeropuerto me esperaba el poeta Hjalmar Flax y en el Hotel Normandy se agazapaba para congelarme uno de esos aires acondicionados tipo Miami que hacen de Puerto Rico un lugar de clima parecido al de Omsk en los interiores y al de Puerto Rico en los exteriores. Además, ese día no hacía ni frío ni calor. La preciosa andaba disfrazada de Cuernavaca o de Tenerife. Sin embargo en el hotel y en los restaurantes rugía el viento de la tundra y Derzu Uzala pasaba pastoreando sus renos. Me hace notar mi santa hermana que me estoy volviendo quejica. Es cierto. Supongo que los sesenta y siete años me han vuelto, además de medio jorobeta, bastante refunfuñón. En suma, un carcamal cascarrabias de Payno o Pérez Galdós (perdón por la manía libresca). Sin embargo, sigo gozando algunas cosas y el asombro todavía no se rinde. Leer un buen poema o una novela novedosa, ver a una bella muchacha, escuchar a Mozart, probar un nuevo plato o gozar de alguno de los favoritos, siguen siendo señales de que todavía andamos en la fiesta. Y andaremos hasta que la enfermedad nos derrote o hasta que nos vayamos a calacas sin tener la sensación de dejar huérfano al mundo (cosa muy difícil para la mayoría de los compañeros escritores)... pero basta de lobregueces. Regresemos a Puerto Rico, la que al cantar, el gran Gautier llamó la perla de los mares. Ver y hablar con amigos como Luce, Merce y la joven Ema López-Baralt (Luce acaba de recibir un homenaje marroquí y todas las bendiciones sufíes), Arturo Echeverría, Carmen Dolores Hernándezy Luis Trelles, René Grullón, Sonia Fritz, David Cupeles, Héctor Lerín, Oswaldo Ortiz, Olga Nolla, José Luis Vega y Catin (mucho extrañé a Edwin Reyes y no pude ver a Ricardo Alegría); tener como guía a Hjalmar, ver pasar el egregio caderamen de una mulata de Fajardo, hincarle el diente a un mofongo o a unas alcapurrias, volver a leer La guaracha... y escuchar Juguete de Boby Capó cantada por Cheo Feliciano... todo esto me entregó la ración de asombros necesaria para sobrevivir medio año. Quiero, para terminar, hacer un juego con algunos de los personajes de nuestra Guaracha titulada La vida es una cosa fenomenal. El primero de ellos es una isla llamada Puerto Rico y su capital, San Juan Bautista de Borinquen, San Juan, el Viejo San Juan y, pasando el puerto, el Condado y Miramar, Santurce y Hato Rey, y la milla de oro, y los nuevos barrios y los cotos de los ricos y los barrios obreros y la Isla Verde y los callejones que van a dar a la mar. El cine, el teatro, la música tropical, las páginas de sociales, la nota roja, el vacilón, la puñalada trapera, el grito, la parejería, el encocoramiento, la fiesta de la niña, María Cristina que nos quiere gobernar y nos gobierna, el brindis del bohemio, melcocha mexicana en la noche de fin de año; Iris Chacón, Deogracias Castro, suertero, bolitero de la quince; tecatas y tecatos, el encaramado Bonny, las niñas nacidas bajo el manto de la distinción, la china hereje, doña Particular García, doña Chon, Mother, (mami y papi), el nene, los peloteros, salsas, merengues, guarachas, poemas de Palés, de Julia, décimas de Llorens Torres, cuentos de Belaval, diálogos de René Marqués... Todos los seres de esta Antilla, la menor de las grandes, la mayor de las chicas, son personajes de este mural de costumbres que es nuestra Guaracha, ahora en Cátedra muy peripuesta como en baile de quince años. Me gusta que todo el mundo de la lengua castellana pueda acercarse a esta prosa que centellea, danza, juega, se conduele y se asoma al nacimiento, la muerte y la vida en esta latitud, en este rincón del Atlántico, nuestro mar familiar. Los peninsulares y los de ultramar tendrán
en sus manos esta edición cuidada por Arcadio, anotada, desmenuzada
y, al final, rehecha y entera como en el primer día de su creación.
Obra literaria nacional, tiene una sustantividad independiente. Luis Rafael
habla con la voz de su pueblo y con su propia e intransferible voz de creador
de juegos verbales y de las palabras para nombrar la vida, lo vivo, la
muerte y el amor que es lo único que se salva y nos salva.
Hugo
Gutiérrez Vega
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para Enzia, por tomarse la molestia de ser tan puntillosa
¿Sabe usted lo que significa calidad de vida, en la práctica? Mas no sólo con quejas se participa. Acabo de estampar mi firma en una carta abierta donde se les sugiere con gran lucidez a los señores Fox y Gil Díaz que en lugar de andar gravando a todo el consumo así como lo han hecho con el trabajo, por el que prácticamente debemos pagar los asalariados del país, que en realidad somos los menos, y al rato les dé por aplicar impuestos por caminar, mover los ojos y hasta respirar, por qué no aplican un impuesto a la publicidad en todas sus facetas. A este antesalista le parece una especie de justicia casi divina proponer que el icono, el emblema por excelencia del capitalismo mundial, es decir: la publicidad, que fomenta con tanto encono y poca o mucha fortuna las bondades casi siempre inexistentes de los productos que recorren la aldea global, sea la que en realidad proporcione los recursos que hacen falta para que el país cuente con los ingresos necesarios que paguen los intereses del FobaPan y los recursos suficientes que lleven a cabo las magníficas promesas que el señor Fox repartió a diestra y siniestra durante su campaña. Y, de entre la totalidad de anuncios publicitarios que en tv, radio, espectaculares, revistas y volantitos que se regalan en los semáforos de la atestada Ciudad de México, si se le hinca el diente con cierta mala leche a productos que ciertamente contribuyen, no a la salud social ni a la calidad de vida de casi todos los estamentos sociales, sino más bien a su franco deterioro y a nuestra errancia sin fin (me refiero, obviamente, a las bebidas espirituosas y al tabaco); si como propone López Obrador se cobra el agua no por litro gastado sino por metro cuadrado; si se aumenta el predial que sale, en comparación a otros cobros ciudadanos, tan barato; si (hablando de racismo y segregación, pero también de empleos, remuneraciones decentes e indudable ayuda a las madres que trabajan y no tienen familia que les cuide al chilpayate) se hace un descuento a cada familia cuyo ingreso no exceda de veinte o venticinco salarios mínimos, que pague un salario fijo tasado en horas o jornadas de trabajo a las benditas trabajadoras domésticas y las ingrese a la Seguridad Social pagando sus cuotas correspondientes En fin, si se hace un ejercicio de imaginación y compromiso ciudadano; si aprovechamos la democracia y con ella la gana de quitarnos de encima al pequeño priísta que todos llevamos dentro, podemos hacer del difícil (con)trato social un laboratorio donde se experimente hacia lo mejor, hacia lo más sencillo, quizás hasta nos quede tiempo para intentar ser felices, aquí y ahora, de cada quien según sus posibilidades a cada quien según sus necesidades dentro del capitalismo, sí, de libre mercado, que se caiga cadáver y apoquine lo suyo, que es francamente mucho. Amén. (Ah, y de paso, que se chinguen los creativos y las creativas, que se sienten la última cocacola en el desierto y son puros pájaros nalgones.) Epílogo. Nomás para afinar
algunos puntos sobre lo que se escribió aquí la semana pasada.
Hablando, por ejemplo, de las bibliotecas públicas, escribe una
aguda lectora: te recuerdo que en México existe un Decreto de Depósito
Legal suscrito el 23 de julio de 1991 que obliga a toda instancia editorial
tanto privada como pública a entregar dos ejemplares de los materiales
editados que contengan información cultural, científica y
técnica a la Biblioteca Nacional (que se encuentra en la UNAM y
depende del Instituto de Investigaciones Bibliográficas), fuera
de este decreto no hay ninguna otra obligación para las casas editoriales.
Esto, para recordarles a los grandes monopolios transnacionales que, en
medio del barullo por los absurdos impuestos que se quieren aplicar al
libro, no los hemos perdido de vista. Ustedes ganan y ganan bien. Así
que lo menos que pueden hacer es pagar decentemente e indexar los sueldos
a los porcentajes de la inflación de los pocos trabajadores especializados
que no han podido (ni podrán) reemplazar las máquinas: correctores
de galeras, redactores, traductores, editores. Vale.
CarlosGarcía-Tort
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