LUNES Ť 16 Ť ABRIL Ť 2001
Pedro alvarez Icaza
Territorios indios y modernidad
Los indígenas del EZLN y del Congreso Nacional Indígena nos dieron una lección de civilidad, respeto, tolerancia, paciencia, sapiencia y algunas otras cosas más, como la humildad y la capacidad de asombro, tan desgastada en estos tiempos. Muchos mexicanos hemos comprendido que su lucha va más allá de la Primera Declaración de la Selva Lacandona, en el aparentemente lejano primero de enero de 1994, aunque pareciera que fue hace unas semanas.
En efecto, la defensa de su concepción de territorio como espacio cultural, histórico y de reproducción social y material, plasmado en los acuerdos de San Andrés, se contrapone a los conceptos modernos de la globalización que ven al territorio como una mercancía que, en el mejor de los casos, habrá que pagar "derecho de piso" por su uso. Esta "modernidad arrebatada" no se detiene a escuchar; su paso de máquina ve el territorio como la epidermis que hay que arrancar para un mejor vestir.
Mientras los globalizadores entienden el territorio como el protagonista de una disputa comercial dentro de "la Galia", que es la tierra, los pacientes indígenas nos explican que el territorio es vida y por lo tanto respira, es un espacio más bien pequeño con riachuelos, árboles frondosos, raíces útiles del desierto, espacios de nada que valen espiritualmente por su quietud, en donde está su casa, la de sus hijos, parientes, compadres y vecinos. El territorio es para ellos la defensa de la diversidad cultural y biológica, tierra de sus muertos y próximos vivos, que poco a poco les han ido despojando.
Es la expresión de los antagonismos; para los indígenas el territorio está acotado a un espacio regional; para los modernizadores el territorio es nicho de mercado, conquista, colonización; para los segundos, el territorio es libre comercio, oportunidad de inversión; en cambio, para los grupos indígenas representa su autonomía y libertad para el manejo de sus recursos. Para los indios cabe todo en él, hasta su cosmovisión; para los globalizadores, con mucho esfuerzo, una plantación (extensísima, por cierto), pero que no llega al punto de equilibrio financiero.
Lo que está en juego en los próximos días es el futuro del país que tendremos en el siglo XXI; la discusión y eventual aprobación de la ley indígena establecerá con bastante limitado alcance que la autonomía indígena no es más que la defensa de un futuro al que se llega por otros caminos, que no son las autopistas rectas, anchas y de cuota. Por la vía de la autonomía indígena tal vez haya que dar la vuelta y rodear, pero después de ver el paisaje que pasa ante nuestros ojos, diremos gracias, porque nos ayudaron a recobrar la memoria, la identidad y un futuro más humanizante para los hijos de todos.
La defensa del territorio es para cualquier cultura que se jacte de serlo, la principal batalla y en ese contexto se expresa la autonomía. Si nuestro gobierno comprende que la soberanía nacional se fortalece con el reconocimiento pleno, constitucional de la diversidad, cultural y étnica de nuestro país, empezaremos a dar pasos en la dirección correcta para superar una deuda histórica que tiene varios siglos de retraso.
Reconocer plenamente el dominio que sobre el territorio deben ejercer sus históricos poseedores debe quitar el sueño a más de uno, pero dará muchos sueños y esperanzas a una inmensa mayoría que ve en los recursos de uso común una alternativa real para que en la diversidad la modernidad no nos homogeneice. Es estar seguros de que la tierra que pisamos es nuestra, de ellos los indígenas y soberanía de todos.
Por todo eso y más, la lucha zapatista se ha convertido para muchos en un nuevo signo de lucha global, sin una ideología cardinal (izquierda, derecha, centro, los de arriba, los de abajo, etcétera), que abarca desde los campesinos franceses, a los indígenas del Ecuador y la lucha de los "sin tierra en Brasil". Son éstos parte de los signos de los paradigmas del nuevo siglo.