Lunes en la Ciencia, 16 de abril del 2001
En la actualidad, la muerte entra al cuerpo del ser humano por la boca y en forma de sabrosos platillos De vacas locas, priones y cerebros fritos Gabriel Ramos-Fernández
En la película Soylent Green Cuando el destino nos alcance, EU, 1973, Charlton Heston encarna a un policía que descubre cómo su gobierno, en un futuro en el que un pedazo de carne o de lechuga es casi inexistente, convence a los ancianos de morir voluntariamente viendo apacibles imágenes de cuando la tierra aún era hermosa y después los convierte en galletitas verdes que son distribuidas a toda la población. Ese destino parece habernos alcanzado ya, aunque no somos nosotros sino nuestras vacas quienes están practicando el canibalismo. Como consecuencia de esta práctica, una nueva enfermedad, la encefalopatía espongiforme bovina (BSE, por su nombre en inglés) amenaza con extenderse no solamente entre nuestro ganado sino entre la población humana. Todo empezó en 1997, en Inglaterra, con un aumento repentino en el número de enfermos de Creutzfeldt-Jakob, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso que normalmente se presenta en personas de más de 60 años, con una frecuencia muy baja, de uno en 10 millones. En este caso, los 27 enfermos reportados el mismo año tenían una edad promedio de 29 años y parecían haberse contagiado por haber comido carne de vacas enfermas de BSE. Esta variante de la enfermedad Creutzfeldt-Jacob, producida por un agente infeccioso, se ha llamado vCJD (por variant Creutzfeldt-Jacob Disease). La enfermedad se presenta al principio como depresión o una psicosis parecida a la esquizofrenia. Después, en menos de un año, el enfermo muestra síntomas neurológicos como la incapacidad de mantenerse en pie o movimientos involuntarios. Finalmente, el enfermo muere sin poder moverse ni hablar. La mortalidad producida por vCJD es de 100 por ciento y no se conoce aún una cura. La proteína prión Tanto una vaca enferma de BSE como una persona que ha muerto de vCJD tienen en el cerebro formaciones parecidas a esponjas cuando se les observa con un microscopio común. Un análisis químico revela que estas esponjas se forman al acumularse cantidades anormales de una proteína propia llamada prión. Aunque la función normal de los priones se desconoce, en 1997 se le otorgó el premio Nobel de Medicina a Stanley Prusiner, quien los descubrió y los propuso como el agente infeccioso responsable de las encefalopatías espongiformes, tanto la bovina como la humana. Quienes simpatizan con las ideas de Prusiner postulan que al comer la carne de vacas enfermas de BSE, el prión anormal de la vaca llega al sistema nervioso del humano y de alguna manera aún desconocida produce más priones anormales que terminan por invadir el cerebro. El periodo de incubación de vCJD en humanos, desde el momento de la infección hasta que se presentan los primeros síntomas, puede ser muy largo, de hasta 30 años, por lo que existe la posibilidad de que nuestro sistema inmune no reconozca como extraños a los priones modificados, ni a los de la vaca ni a los propios. Pero Ƒcómo se enfermaron las vacas en un principio? La respuesta podría estar en los procedimientos industriales por los que se cría, engorda y alimenta a las vacas en los países más desarrollados. Una vaca que únicamente come pasto y alfalfa le dará al pequeño productor 10 litros de leche al día, más o menos. Con los aditivos proteicos utilizados hoy en día se puede triplicar esa cantidad. Y Ƒde qué están hechos estos aditivos? en muchos casos, están hechos de vaca. Por más partes distintas de la vaca que nos guste comer, siempre queda sin utilizarse una parte, incluyendo los huesos, la grasa y el cerebro. Estos productos, junto con todos los cadáveres de perros y gatos callejeros, animales atropellados en las carreteras y hasta alguno que otro animal de circo, son procesados en plantas que primero trituran todo, luego lo hierven al vacío durante varias horas y después separan las diferentes partes. Lo más ligero, las grasas líquidas, son filtradas y refinadas para hacer lubricantes, pintalabios, ceras y pegamentos. Otras fracciones, que incluyen capas de gelatina, manteca y grasa, son utilizadas para fabricar productos como jabones, velas y dulces de goma. La fracción más pesada, en el fondo de la mezcla, se seca y se separa de la grasa asociada, dejando un polvo de proteínas que se vende como aditivo alimenticio para animales de granja. La primera vaca enferma de BSE pudo haber sido un caso espontáneo, como el de la enfermedad de Creutzfeldt-Jacob en personas mayores. Si el cadáver de una de estas vacas enfermas se coló en la mezcla procesada, el agente infeccioso terminaría en el alimento de otros miles de vacas. Si estas otras vacas son utilizadas antes de presentar algún síntoma, lo que tenemos es un proceso efectivísimo de amplificación del número de vacas infectadas con BSE. De hecho, se piensa que las personas que contrajeron la enfermedad pudieron haber estado expuestas varias veces al agente infeccioso al comer carne de muchas vacas enfermas. Es por esto que al principio de la epidemia en Inglaterra, se sacrificaron cerca de 4 millones de vacas, casi la mitad de las que había en todo el país. Proyecciones poco seguras Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS; el lector con acceso a la red puede consultar esta información en: http://www.who.int/inf-fs/en/fact180.html), entre 1997 y 2000 se han reportado 87 casos de BSE en Inglaterra, 3 en Francia y uno en Irlanda. Debido al largo período de incubación y a que se desconoce aún el riesgo de ser infectado al comer carne de vaca con BSE, es difícil hacer proyecciones confiables del número de casos que podrían presentarse en el corto plazo. Por el momento, la OMS recomienda lo siguiente: 1) que ninguna parte o producto de algún animal que ha mostrado indicios de BSE entre en la cadena alimenticia bovina o humana; 2) que los países tomen precauciones para no permitir que tejidos que pudieran contener el agente infeccioso entren en la cadena alimenticia bovina o humana; 3) que los países prohíban la utilización de tejidos de rumiantes en la preparación de aditivos para rumiantes; 4) que las vacunas y los cosméticos preparados con materiales de origen bovino pueden contener el agente infeccioso de vCJD, por lo que las industrias farmacéuticas y de cosméticos deberían evitar el uso de estas especies para la fabricación de sus productos; y 5) de ser absolutamente necesario, los materiales de origen bovino deberían obtenerse de países que tengan un sistema confiable de detección de BSE en su ganado. Ahora, en México, donde le entramos duro a los tacos de suadero y hasta de sesos, Ƒqué piensan hacer las autoridades? Como consumidores, Ƒsabemos realmente de dónde viene y con qué fue alimentado el animal que nos estamos comiendo? ƑTenemos confianza en una inspección sanitaria de los ranchos, rastros y plantas procesadoras hecha por la Secretaria de Salud? Es evidente que en México y en el resto del mundo, la carne de vaca no es solamente un alimento sino el resultado de toda una industria que seguramente tiene una gran importancia económica para el país. Sería penoso que la información acerca de estas enfermedades fuera de difícil acceso por proteger los intereses de los productores, tanto nacionales como extranjeros. Por otro lado, cada consumidor podría exigir la información sobre el origen y las condiciones de alimentación de la vaca que se quiere comer. El autor es doctor en biología por la Universidad de Pennsylvania
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