martes Ť 17 Ť abril Ť 2001

Rainer Enrique HamelŤ

Lengua y educación en la ley Cocopa

Hay un viejo dicho entre sociolingüistas que dice: la principal diferencia entre una lengua y un dialecto consiste en que la lengua tiene tras sí a un ejército y el dialecto no. Vale decir que la transformación de una variedad lingüística en lengua (en España el castellano, no el andaluz) depende de ciertas condiciones históricas y políticas, no de cualidades intrínsecas a las lenguas mismas. Si esta distinción es acertada, no cabe duda que tzeltal, tzotzil, tojolabal, chol y muchas otras son lenguas de pleno derecho, ya que se ven respaldadas por un ejército tan formidable como el EZLN.

Las lenguas y sus modelos discursivos constituyen a la vez el núcleo organizador y referente simbólico de la identidad étnica; por ello, la defensa de los derechos lingüísticos se ha tornado una preocupación central. Como derecho individual implica el uso de la lengua propia en ámbitos privados y públicos oficiales, la educación a través de ella y el aprendizaje de la lengua nacional. Para preservar las lenguas y culturas indígenas, sin embargo, no basta con su transmisión en la familia y el acceso individual a las instituciones. Sólo el reconocimiento de los derechos colectivos de un pueblo a crear y controlar sus instituciones educativas, a extender sus lenguas y sistemas normativos a los ámbitos de prestigio y poder, la administración pública, justicia, medios de comunicación y educación en sus territorios, podrá satisfacer las necesidades colectivas de reproducción cultural, como expresión de su autonomía lingüística y educativa.

En la educación indígena actual no vemos que estos derechos se respeten mucho. Si bien las leyes permiten, incluso prescriben (ley de Educación de Oaxaca de 1995) la educación en lengua indígena, en 95 por ciento de las escuelas indígenas del país se enseñan la lectoescritura y las demás materias en español, usando la lengua indígena como vehículo de instrucción muy subordinado mientras sea necesario. Así, una educación centralizada, burocrática, de mala calidad, contribuye más a la asimilación y pérdida de las lenguas y culturas que a su preservación y desarrollo. Y tampoco cumple la promesa de dar acceso equitativo a los bienes de la sociedad nacional.

Afortunadamente, existen magníficas excepciones en el mundo indígena. En todas ellas sus protagonistas ejercen en los hechos algún tipo de autonomía. Veamos de cerca la experiencia de dos comunidades purépechas en Michoacán, San Isidro y Uringuitiro, cuyos maestros y maestras han organizado su propio proyecto educativo, basado en su lengua como núcleo de la alfabetización y las demás materias, incluyendo el español. Impresionan el éxito escolar, el orgullo, la alegría y participación activa de alumnos y alumnas, lo que contrasta con muchas otras escuelas que imponen el español de manera vertical.

Paradójicamente, las escuelas mencionadas cumplen con la ley y las recomendaciones modernas de calidad educativa: un proyecto escolar propio, desarrollo de técnicas y material, liderazgo académico, participación de los padres de familia. Y sin embargo, tienen que luchar contra un mundo de obstáculos: la burocracia y orientación asimilacionista del sistema, las inercias y vicios del magisterio, la desconfianza y falta de recursos. Es evidente que un proyecto educativo de esta naturaleza no podrá prosperar a la larga si no se producen cambios sustanciales: requiere acumular una masa crítica suficiente, extenderse hacia las demás comunidades, municipios y regiones lingüísticas y ejercer el control real sobre su educación; en breve, necesita consolidar su autonomía.

La propuesta de la ley Cocopa apunta en la dirección correcta. Junto con las leyes reglamentarias correspondientes podrá establecer el marco legal para una autonomía lingüística y educativa, base para la reconstrucción de una educación realmente bilingüe e intercultural desde las comunidades y regiones mismas. Sin una reforma a fondo en esta dirección no habrá una educación adecuada ni de calidad para los pueblos indígenas.

La marcha zapatista ha dado la pauta para el desarrollo futuro de la educación y las lenguas indígenas: mandar obedeciendo, enseñar aprendiendo. Un ejército libertador de los enormes potenciales intelectuales, culturales, lingüísticos y creativos de indígenas y no indígenas constituye sin duda un magnífico escudo para que --šnunca más!-- las lenguas indomexicanas se vean denigradas como "dialectos", se consoliden como lenguas en la plenitud de sus capacidades y para que jueguen el papel que les corresponde en la construcción de un México pluricultural.

Ť UAM-Iztapalapa