MARTES Ť 17 Ť ABRIL Ť 2001
Teresa del Conde
La Reforma y Fox
Son decenas de personas las que han tocado este tema, refiriéndolo al México actual. Sólo Fernando del Paso ha aludido a Martín Lutero muy brevemente en su artículo del martes pasado. Por cierto, yo declaro sin ambages que Lutero es uno de mis mayores héroes culturales, a pesar de todos los pesares. Pero no voy a referirme a él ahora, ni tampoco a nuestro Presidente. Este artículo trata de George Fox (1624-1691), el anabaptista que en el contexto de los movimientos reformísticos resultó ser uno de los principales responsables de que se instituyera en Inglaterra un sistema de registro de nacimientos, matrimonios, defunciones, ocupación laboral, etcétera, que se constituyó en antecedente importantísimo del sistema nacional de registro en la isla, creado en 1836.
Aparte de que la estatura física de George era considerable, también debemos tomar en cuenta que fue un estupendo jinete, cosa para nada rara en ese tiempo de carruajes lentos. George Fox se pasó la vida trasladándose a caballo de un sitio a otro con objeto de difundir sus ideas y de criticar con tenacidad todo lo que no le parecía congruente. Unas veces la razón le asistía, otras no. Era, como un porcentaje considerable de sus compatriotas, un poco excéntrico, cosa que yo no considero defectuosa, antes al contrario, en ocasiones un cierto grado de excentricismo revela rasgos creativos.
Se dice que con el tiempo efectivamente George Fox fue madurando al grado de que pudo distinguir con suficiente claridad ''the practical from the absurd", según su propia declaratoria. Eso ya es mucho.
George Fox no creía en la necesidad de que los ministros de Cristo fueran personas calificadas, con estudios en Oxford o Cambridge. Tal cosa probó ser nociva, porque muchos fueron los que desconociendo sus derechos o los grados necesarios de prudencia terminaron, bien en la hoguera o, en el mejor de los casos, en el patíbulo. Algo se aprende con asistir a las universidades, leyendo lo que esté al alcance en diversas épocas de la historia de la humanidad, haciéndose de la información a la que se tiene acceso para discernir con algún tipo de criterio lo que conviene más en determinado momento.
George tenía demasiada fe en lo que él denominaba ''la luz interior" y creía asimismo en que ''el bien estaba incrustado como una semilla dentro del alma". No es que yo piense que eso es no plausible, sino sucede que el bien y el mal son paradigmas (claro, nadie negaría que todos debemos tender al bien, pero eso se encuentra en el terreno de las utopías). En cambio, lo benéfico y lo nocivo pueden ofrecer algunos índices predecibles, según el momento y la oportunidad histórica.
En 1652 George Fox con elocuencia, pero con excesiva impetuosidad, decidió interrumpir el servicio religioso en la iglesia de Ulverston; sus palabras llegaron directo al corazón de Lady Margaret Fell of Swarthmore Hall, quien no sólo le ofreció refugio (estuvieron a punto de lincharlo) sino que le proporcionó asesoría a través de su marido, que era un eminente y sabio abogado. Eso fue una suerte muy grande, pues George Fox moderó sus impulsos, mejoró sus speeches y sus mensajes de austeridad pudieron a partir de entonces encontrar mejor recepción. No hay duda de que tanto Lady Margaret como su esposo ''lo ayudaron a obtener un entendimiento más profundo" de la problemática a la que se encaraba, según ha comentado el historiador Owen Chadwick. Squire Fell, quien era mayor que Lady Margaret, falleció años después y George Fox contrajo nupcias con su viuda en 1669. Su ''empresa" principal fue establecer una especie de congregación llamada Amigos de la verdad, que mucho favoreció a la rama cuáquera del anabaptismo. No debemos exagerar: George Fox fue uno entre muchos. No llegó en modo alguno a resolver la disgregación de las iglesias protestantes, porque acordémonos que desde que Swinglio contravino a Lutero, los protestantes se vieron divididos en dos: los luteranos y los reformistas. A partir de esa división básica, como sabemos, hubo muchas más, pero ese no es tema que incumba ahora.
Lo que sí importa tener en cuenta es que en toda circunstancia histórica, el cambio atemoriza en exceso. Y el cambio en las políticas fiscales de nuestro país -a diferencia de otros cambios, no de esencia, sino de apariencia- sí es algo que se percibe como una necesidad imperativa. Casi en lo único en lo que coincidimos los 100 encuestados por Letras Libres el año pasado, fue en eso. Todos, o casi todos éramos (somos) o asalariados de la cultura o universitarios. Formamos parte de ese conglomerado no muy amplio que siempre, a como dé lugar, paga impuestos. Además, a diferencia de lo que sucede con las clases de nivel económico radicalmente mayor, en clases medias el acceso a los llamados ''deducibles" es siempre muy limitado. Y está bien.