domingo Ť 22 Ť abril Ť 2001

Rolando Cordera Campos

ƑPodemos hacer una pausa?

Después de los primeros desencuentros de la reforma fiscal, lo mejor sería pedir un tiempo fuera para la política y la política económica. Lo único malo, es que en estas materias no hay pausa ni tregua y la vida sigue siempre en fast track, sólo que a cargo de otros y no los que la democracia manda.

El Congreso de la Unión pudo habernos ahorrado más de un susto, y haber decretado desde un principio que, como lo hicieron los diputados a deshoras, la reforma era un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de los publicistas y los sabios de Hacienda y que había que darle tiempo al tiempo. Por su parte, el gobierno del presidente Fox bien hubiera podido tomarse la cosa en serio y en vez de haber puesto toda su carne en el asador mediático, dedicado lo mejor de su verbo e ingenio financiero e histriónico a explicar con calma y paciencia los misterios de una hacienda pública que sin cobrar impuestos se mueve.

Este diario homenaje a Galileo, este milagro cotidiano de panes que parecen multiplicarse, encuentra su contraparte terrenal en las groseras insuficiencias de nuestra vida pública, insegura e incierta como pocas. También deja su impronta milagrera, cuando se observa de cerca el estado de una infraestructura incompleta, alejada del mantenimiento y siempre en vías de terminarse, para no mencionar el trágico caso de la educación pública que todos dicen amar pero que es tratada a empujones y en realidad sólo es la máxima prioridad cuando se trata de ajustar el déficit público, siempre al acecho cuando de emprender tareas de largo alcance se trata.

Con la reforma pospuesta, bien podría el país todo explorar un ejercicio "base cero" y empezar a preguntarse en serio qué quiere ser, qué puede ser y hacer y cuánto está dispuesto a sacrificar ahora para lograrlo. Esta es la plataforma de arranque de toda reforma fiscal que aspire a durar y volverse parte de la cultura cívica, pero es precisamente lo que no se hizo entre los meses de diciembre y abril, cuando el gobierno descubrió que, como los anteriores, tampoco "tenía fichas" y que era no sólo importante sino urgente conseguirlas. De aquí la precipitación para llevar el IVA al terreno de la vida o la muerte, y la retórica in extremis que puso a la salud pública en el rumbo del Apocalipsis en caso de no aprobarse ya la propuesta hacendaria. Lo demás fueron chistes malos y clasistas, que no hicieron otra cosa que alimentar las ansias de novillero de más de un legislador que no resistió las ganas de presentarse como salvador de la patria a punto de ser traicionada špor el IVA!

Así, entre bromas y veras, malos humores y desgaste innecesario de Congreso y Ejecutivo, la reforma del fisco sigue con rumbo desconocido. Lo que sí conocemos y es indispensable dejar de soslayar, es que el costo de no hacerla es creciente, porque el petróleo no alcanza y puede además no durarnos, y la paciencia popular contra la que el Estado ha girado por décadas podría también acabarse y dar lugar a convulsiones sociales que darían al traste con lo que quede del bono democrático.

Una vez concluida la Cumbre de las Américas y habiendo tomado contacto el gobierno de modo directo con las inclemencias del mercado global, que es puro ejercicio del poder y poco de ventajas comparativas o renovadas lunas de miel con el norte, es preciso que los diputados y los senadores, del brazo del secretario de Hacienda y sus avezados campeones de la Nueva Hacienda Pública, se apresten al diálogo en público que nos deben a todos y sin el cual difícilmente habrá reforma este año. No habrá diálogo si los términos del mismo son los del IVA o muerte, que corearon los secretarios hasta que la Semana Santa llamó a parar, o los del No pasarán, con que los opositores a la reforma buscaron vestirse de niños héroes, y hasta recordaron sus años de marcha y grito callejero.

La reforma, para serlo, tiene que ir más allá de la angustia recaudatoria que la animó en su estreno. Pero angustia hay y es preciso que los actores, Congreso y Presidente, pero también empresa y "sociedad civil", lo asuman plenamente. La política nos produjo tiempo de nuevo, como ocurrió antes con la cuestión indígena. Pero cuando en vez de producir tiempo la política empieza a ofrecer espejismos, como el de que todo se puede o no pasa nada, la mitomanía se apodera de la escena y la cosa se pone grave. Y no hemos dejado atrás la cuenta regresiva. Ť