DOMINGO Ť 22 Ť ABRIL Ť 2001

Gabriel Zaid

Daños fiscales en cadena contra el libro

Todo mexicano paga impuestos. Hasta en las más remotas rancherias, hay quienes compran refrescos, bebidas alcohólicas, cigarros, gasolina, aparatos de radio y muchas otras cosas gravados con el IVA o con impuestos especiales.

Ahora, la Secretaría de Hacienda quiere extraer adicionalmente otro cinco por ciento del gasto familiar, gravando con el iva productos y servicios que han estado exentos, y que representan una tercera parte del total. (El quince por ciento del iva sobre la tercera parte es el cinco por ciento del total.)

Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 1994 del inegi, si se excluyen los consumos no pagados (el uso de una casa propia, los frutos de una huerta doméstica, los regalos, los servicios públicos gratuitos), de cada cien pesos gastados en el hogar promedio, $33.27 fueron para alimentos y bebidas (dentro y fuera del hogar), $9.33 para educación (colegiaturas, transporte, libros y materiales escolares, uniformes) y $3.87 para salud (médicos, hospitales, medicamentos, aparatos ortopédicos, seguros). El nuevo gravamen se aplicaría a los alimentos consumidos en el hogar ($25.62), colegiaturas ($5.73), libros escolares ($1.40), otros libros ($0.28) y medicinas ($0.90). Esto suma un tercio de los gastos familiares ($33.93 de cada $100), gravable con $5.09 de iva. ƑDe dónde saldría este cinco por ciento del gasto? De apretarse el cinturón, gastando menos, en esos renglones o en otros; aunque también es posible ahorrar menos, endeudarse, poner a trabajar a otro miembro de la familia, trabajar más o cobrar más por el mismo trabajo o por la misma producción, subiendo los precios.

La situación varía según el nivel de ingresos. En el decil superior (el diez por ciento de los hogares con mayores ingresos), los renglones señalados representan la cuarta parte del gasto ($25.94 de cada $100), por lo cual la sangría no sería del cinco, sino de menos del cuatro por ciento ($3.89). En el decil inferior (el diez por ciento de menores ingresos), representan la mitad ($49.08), por lo cual la sangría sería de más del siete por ciento ($7.36), casi el doble (1.9 veces).

Que el iva sea más gravoso para los pobres que para los ricos (aunque en millones de pesos recaude más de los ricos que de los pobres) es un efecto fiscal regresivo conocido en todo el mundo, cuya solución más sencilla (aplicada en México y en muchos otros países) es la exención. Sin embargo, Hacienda quiere cambiar esta solución por otra nada sencilla: cobrar el iva a todos, y, en el caso de los pobres registrados y con credencial, devolverlo con creces. Sin embargo, hacerles primero una sangría, para hacerles después una transfusión generosa, no es fácil ni barato administrativamente, deja fuera a millones de hogares pobres (que no cumplen los requisitos o están fuera del área de cobertura) y se presta a manipulaciones políticas.

En el supuesto (difícilmente realizable) de que se evite la reducción del consumo en los hogares pobres, la reducción le tocará esencialmente a la clase media, porque los hogares de mayores ingresos pueden mantener su consumo. Desgraciadamente para el libro, el público lector está formado esencialmente por la clase media.

ƑQué va a hacer la clase media (además de guardar el agravio, para las elecciones del año 2003)? Es de suponerse que reduzca otros gastos, pero no su consumo de alimentos en el hogar y medicinas, aunque le cuesten quince por ciento más. Tratará de hacer lo mismo en el caso de las colegiaturas y libros escolares, sacrificando otras cosas, pero muchas familias no podrán lograrlo y acabarán transfiriendo su carga a la educación pública. Si una de cada siete familias hace este cambio, y el gasto público por alumno es semejante o mayor, el fisco saldrá perdiendo, porque el iva sobre las seis familias restantes (quince por ciento de seis) no recaudará lo suficiente para cubrir el gasto público adicional (cien por ciento de una). Por lo que hace a los otros libros (los no obligatorios), la clase media recortará el gasto, como en otros renglones.

Algunos opinan que nadie deja de comprar un libro que realmente le interesa porque cueste quince por ciento más. Tienen razón, si se refieren a un título en particular, no al presupuesto general de compras de libros. Si un bibliotecario tiene presupuesto para comprar cien libros de cien pesos, su preferencia número uno, dos, tres, no va a cambiar porque tenga que pagar quince por ciento más. Por lo tanto, comprará el primer título de cualquier manera, y el segundo, y el tercero, hasta que se le acabe el presupuesto. Es decir: comprará 87 títulos (a $115) en vez de cien (a $100), dejando de comprar los trece menos preferidos. La elasticidad-precio de un título es relativamente inelástica, pero no es lo mismo que la elasticidad-ingreso del presupuesto para libros.

Esta reducción del trece por ciento se daría en el caso más optimista: que las familias de la clase media sigan dedicando el mismo presupuesto a la compra de libros ($1.68 de cada $100). Pero si tienen que pagar más por los mismos alimentos ($29.46 en vez de $25.62), Ƒde dónde va a salir el gasto adicional ($3.84, más del doble de lo que gastan en libros)? De comprar menos libros y otras cosas. Este efecto combinado (obtener trece por ciento menos libros gastando lo mismo, y además gastar menos) no es fácil de estimar. La Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana estima un veinte por ciento, que resulta conservador, porque implica una reducción de únicamente el ocho por ciento del presupuesto familiar para libros. Gastar ocho por ciento menos en libros quince por ciento más caros es comprar veinte por ciento menos libros (92/1.15 = 80). La reducción puede ser mucho mayor, sobre todo si continúa bajando el crecimiento de la economía y se acompaña con el repunte de la inflación que provocará el iva.

Como si fuera poco, Hacienda propone suprimir el estímulo a la edición de libros (la reducción del impuesto sobre la renta a la mitad). Gracias a este estímulo, un libro normal, que vende dos o tres mil ejemplares, no es un buen negocio pero es muy aceptable. Si vende diez o veinte mil ejemplares, entonces sí resulta un buen negocio. Y, si no vende más que mil, causa pérdidas. Aunque nunca se sabe lo que va a pasar en cada título, el juego del editor consiste en buscar una mezcla financiable; por ejemplo: que los títulos perdedores no pasen de un tercio, que los grandes vendedores representen cuando menos la décima parte y que el resto saque los gastos. Pero si se reduce la demanda en veinte por ciento, muchos libros normales no sacarán los gastos y pasarán a aumentar la carga de los perdedores, que tienen que financiarse con las utilidades de los más vendidos; a su vez reducidas, porque también éstos venderán menos, y por la pérdida del estímulo fiscal. Para solventar esto, los libros que son un buen negocio deberían representar una proporción mayor. Pero esto no se logra publicando más best-sellers (si no se publican más, no es por falta de ganas, es porque no los hay), sino recortando los títulos menos comerciales.

Teóricamente, si baja la demanda y se pierde el estímulo fiscal, los efectos negativos pudieran compensarse subiendo los precios de venta al público. Pero esto lleva a un círculo vicioso. Si hay que aumentar los precios veinte por ciento, el efecto compuesto con el iva será de 38 por ciento (1.2 x 1.15), lo cual reducirá todavía más la demanda: hará que el veinte por ciento sea insuficiente. Lo más seguro es no arriesgarse, dejar de publicar los títulos que no tengan cara de sacar los gastos en las nuevas condiciones fiscales y concentrarse en los que aguanten un aumento de precios: los textos obligatorios, los best-sellers, los libros para ejecutivos.

Esto evita la pérdida financiera, pero no la pérdida cultural. La cultura viva de un país está en los libros que animan la creación y la reflexión entre unos cuantos miles de personas; libros que raramente se convierten en best-sellers, libros de texto o libros para ejecutivos. La pérdida cultural puede atenuarse, si algunos de estos libros valiosos que se volverán impublicables comercialmente pasan a las editoriales del sector público y de las universidades públicas. Pero esta solución es un mal negocio para el fisco: en estos títulos el erario pagará todo el costo del libro, en vez de recibir una pequeña cantidad (la mitad del impuesto sobre las utilidades). Por otra parte, como las editoriales no comerciales distribuyen mal, esta costosa operación para salvar libros valiosos beneficiará a menos lectores que una edición comercial. De hecho, la edición comercial de este tipo de libros es un alivio para el fisco, una especie de servicio público independiente que hay que estimular.

En el mismo caso están las librerías, que nunca han sido un gran negocio, sino ese tipo de servicio público independiente, digno de estímulo, aunque (absurdamente) no reciben el mismo tratamiento que los editores. Este mal negocio se volverá peor, si baja la demanda. Los libros de texto son de venta estacional, tienen poco margen y tienden a venderse cada vez más en las escuelas. Los best-sellers son poquísimos y, aunque sí pueden sostener a una editorial, no bastan para sostener a una librería. Lo atractivo de las librerías (su vitalidad cultural y comercial) está en el surtido, pero no es posible pagar la renta y los sueldos de un local surtido con libros que no se venden.

Se entiende que los financieros de los grandes consorcios editores internacionales, limitándose al horizonte de corto plazo, saquen las tijeras para eliminar la cultura viva y concentrarse en lo que deja. Pero no se entiende que las finanzas públicas para el desarrollo del país se manejen con un criterio tan estrecho. Si fuera cierto que "los libros son como cualquier otra mercancía", como dice la Secretaría de Hacienda, no se entendería que el Estado los publique y hasta los regale, que mantenga miles de bibliotecas públicas, que fomente la lectura, celebre a los escritores consagrados y apoye la creación autoral. El Estado mexicano no tiene fábricas de tornillos para vender o regalar, ni miles de centros de tornillería para consulta, ni una ley de fomento del tornillo semejante a la Ley de Fomento a la Lectura y el Libro. Con todo respeto a los tornillos, que son una invención mecánica prodigiosa, no se pueden comparar con los libros.

España es ahora una potencia editorial mundial, gracias a que el Estado apoyó decididamente la edición de libros, en favor de la cultura española y de su expansión al exterior. Colombia parece estar tomando ese camino. En cambio, los Chicago boys chilenos hicieron lo contrario, con resultados lamentables para Chile. ƑQuieres comprar un libro? Es una mercancía gravada como cualquier otra. ƑEditar no es negocio? Dedícate a otra cosa. ƑTu librería no deja? Ciérrala.

México tiene una cultura viva, con un largo camino por delante. México es el país con mayor potencial de lectores en español. Sin embargo, el libro mexicano representa menos de una milésima del pib. El Estado mexicano debería apoyar decididamente al público lector, a las bibliotecas, a las librerías, a las editoriales. El costo fiscal de mantener la exención del iva en el libro, de mantener el estímulo editorial y extenderlo a las librerías, de mejorar las bibliotecas públicas y multiplicar las escolares, es incomparablemente menor que el beneficio para el desarrollo del país.