LUNES Ť 23 Ť ABRIL Ť 2001

Ť Leon Bendesky

Ocasión

La ocasión se presenta y no se puede desperdiciar. Son muchas las veces que se ha pospuesto el arreglo de las finanzas públicas y tantos los parches que se han ido poniendo a la administración de los ingresos y de los gastos del gobierno. Por décadas se ha hablado de la necesidad de hacer una reforma fiscal, pero nunca se encuentra el mejor momento, unas veces porque la situación es de bonanza y otras porque es de crisis. En uno y otro casos se han antepuesto las necesidades de los gobiernos en turno y los intereses de quienes han ido concentrando de manera creciente el ingreso y la riqueza en el país. Los puntos de contacto entre ambos no son, por cierto, inexistentes. Así, durante los últimos 25 años, los beneficios de las cortas etapas de crecimiento y también los costos de las crisis recurrentes se han distribuido de modo cada vez más inequitativo. La desigualdad que hay no es obra de ningún destino, sino que se ha ido fraguando consistentemente y, en buena medida, esto se debe al manejo de los recursos públicos.

La manera progresiva en que se ha ido desdibujando la línea que delimita lo que es del orden privado y lo que es del orden público se expresa en el terreno de los recursos públicos. Los ingresos del gobierno por concepto de impuestos son muy bajos y en parte se deriva de que la estructura tributaria se ha ido haciendo prácticamente a la carta, es decir, con nombres y apellidos; ahí están los regímenes especiales, la consolidación de los grupos empresariales y la variedad de ingresos que no se acumulan para el pago de los impuestos de las personas y que benefician, principalmente, a las familias de más altos ingresos. Con menores ingresos, la capacidad de gasto es cada vez más reducida. El gasto programable del gobierno (el que no considera el pago de los intereses de la deuda pública) es hoy el más bajo en 20 años y es sobre esa base que ha aumentado la proporción del gasto social.

No hay argumento técnico, estadístico o político capaz de sostener verazmente que el gasto público en escuelas, atención médica o infraestructura es suficiente o, siquiera, que está en camino de satisfacer las crecientes necesidades de la población y de la actividad productiva. Y estas carencias son las que contrastan cada vez más en el entorno de la desigualdad social.

La oportunidad de hacer la reforma fiscal existe hoy porque el mal estado crónico de las finanzas públicas hace imposible cualquier gestión razonable del gobierno. Salen así a la luz las trampas de los manejos presupuestales de los últimos años. El déficit fiscal es siete o diez veces mayor del que el mismo gobierno actual consideró en su presupuesto para el año 2001 y que fue aprobado con gran satisfacción por el Congreso. No se puede seguir diciendo que los egresos que lo abultan son de carácter contingente, o sea, que pueden o no materializarse, mientras que por otro lado se propone que se podrán aumentar los ingresos tributarios de manera progresiva mediante la reforma, pues eso también es contingente. Cualquier capacidad de acción efectiva por parte del gobierno pasa por una reforma de la fiscalidad, es decir, de sus dos componentes: los ingresos y los gastos.

La situación en que se plantea la reforma fiscal tiene un componente que debe ser advertido por los distintos agentes que participan: el propio gobierno que envió la iniciativa, los partidos representados en el Congreso y los grupos sociales que deben promover sus intereses de manera legítima y abierta. Ese componente tiene que ver con el hecho que desde los distintos extremos del espectro político hay una coincidencia en la necesidad de hacer la reforma. La derecha y la izquierda tienen hoy un punto de contacto, que no pueden desconocer y desaprovechar, y que habría de ser la buena excusa requerida para llegar a un acuerdo.

El presidente Fox y su gobierno defienden su proyecto de reforma con mucha firmeza, pero le rinde rendimientos decrecientes en cuanto a su efectividad. No se puede transformar el país en una sola sentada y conviene que pongan los tiempos de su proyecto en una mejor perspectiva por su propio bien y el de todos. Las fuerzas políticas que tienen una posición distinta, como parece ser el caso del PRD, tendrán que proponer las medidas técnicas y los contenidos políticos con los cuales ser capaces de entablar un combate productivo en el que promuevan su causa de la mejor forma posible. En el mismo caso y en sus respectivos frentes están los grupos empresariales, los sindicatos y las organizaciones sociales.

La reforma fiscal, por definición, contrapone los intereses de los distintos grupos de la sociedad y requiere por ello de mayor trabajo político del que hasta ahora ha sido capaz el Presidente, y en lo que recibe poca ayuda de su equipo y su partido, y también, del que hacen los otros partidos y grupos.

La reforma inicia, así, como un juego en el que unos ganan y otros necesariamente pierden, lo que se debate es esa distribución y sólo después, y nadie sabe cuándo, podría haber un resultado de ganancia más general. Por ello es contradictoria y conflictiva. En todo caso, para estar a la altura de las circunstancias que hoy se abren se podría recordar que el tiempo actual exige de un pensamiento claro y de menos arrebatos. Cito como trasfondo a Pascal: "Yo puedo concebir a un hombre sin manos, pies, cabeza, porque sólo la experiencia puede enseñarnos que la cabeza es más necesaria que los pies; pero no puedo concebir un hombre sin pensamiento: sería como una piedra o un bruto".