LUNES Ť 23 Ť ABRIL Ť 2001

Hermann Bellinghausen

Sobre la evolución de la especie

Está usted malinterpretando. No es por pereza que estos niños se resisten a tocar la gaita, señor Sabás. Sucede que a veces las tradiciones cambian de opinión.

ƑQué? ƑSi? ƑQue si las tradiciones opinan? Pues algo parecido. Pero ese no es el punto. Permítame. Permítame.

ƑAcaso no vivió usted, y no nada más en fotos, las masas más acres que salieron jamás de aquellas tierras? Nada más acuérdese de los años negros, hasta hace no tanto. Tuvo que morir, de viejo, el dictador. No se haga guaje, señor Sabás, usted fue de los que se quedaron. Campesino campesino sería usted entonces pero bien que sabía lo que estaba pasando. Usted fue de los que no movieron un dedo para evitarlo.

Los que vinieron acá a resistir, a salvarse, nuestros padres y abuelos, traían una derrota en el alma, pero su conciencia los hacía victoriosos. Soñaban en regresar por las grandes alamedas, porque la historia les daría la razón.

Las cosas no fueron tan sencillas. A la larga, la dictadura benefició a quienes la apoyaron. No obstante, el paso del tiempo es una cosa bastante interesante. Las heridas que nuestros abuelos se llevaron a la tumba ya curaron en nosotros, así que tenga por seguro que estos niños nacieron ya muy lejos del resentimiento, pero la gaita no la tragan. Parece un rasgo generacional. No la pueden ver ni en pintura. Trasterrados de tercera y cuarta generación, la gaita no significa nada para ellos.

ƑQue si estoy de acuerdo? Claro. Y en esta casa los apoyamos en lo que se pueda. Sí, ya sé que a usted no le parece, nos tilda de extremistas, pero por fortuna aquí es nuestro país, no el suyo. Estamos donde nos gusta estar, donde nos es propio.

Yo, todavía en mi juventud toqué la gaita. Era lo normal, lo social en círculos familiares, como jugar futbol, organizar bailes, aunque ya en mis años hubo quien optara por la guitarra y las canciones revolucionarias, de tan triste memoria. Ironías de la vida. Con el tiempo y un ganchito las guitarras dejaron de ser tristes. Sin embargo, las canciones siguieron siendo revolucionarias. Fue lo que experimentaron los papás de estas criaturas. Inventaron una música mestiza, sin nada de gaitas, con toda clase de tambores, metales y guitarras eléctricas.

Siendo así sus jóvenes padres, estos niños nacieron al otro lado de la barrera del sonido, ya borrada la estridencia patria que los nuestros abandonaron en su peor momento. De allá usted viene, señor Sabás. Y mire que, aguante, tiene. Concedido. Está más viejo que nadie que yo conozca, y todavía se toma su avioncito para cruzar el hemisferio y venir a echarles un ojo a sus negocios por acá que como todo mundo sabe, marchan espléndidamente.

ƑQue si lo juzgo? ƑA usted? Qué va. A gente como ustedes ya los juzgó la historia, y les dio para abajo. Yo nomás le digo que su dichoso Comité Pro Dignificacion de la Gaita, aquí no tiene ningún futuro. No hallará clientela en este suelo, así que invéntese otra manera de evadir impuestos.

Permítame recordarle. Un momento. Sí. Usted es el que llamó, el que pidió la cita y el que viene a sentarse aquí para decirnos que la gaita, los orígenes, la madre patria, toda esa chifladera. No, dispense, no puede decir que en esta casa se le ofende o provoca. Somos nosotros los que podríamos sentirnos ofendidos con su presencia.

Si mi padre o mi abuelo vivieran, no podrían creer que algún día alguien como usted llegara a pisar esta sala. Ahora que, si lo recibimos fue, déjeme decirle, por curiosidad. Resultó un evento, Ƒeh? Los niños algo escucharon que dije a mi mujer, y rápido empezaron a preguntar a sus papás, Ƒcuándo viene el fascista? ƑVamos a conocer un fascista, mamá? En vista de lo cual mi mujer y yo, que somos pensionados y por tanto nos sobra tiempo, optamos por impartirles un rápido curso de antropología, para despertarles interés en el especímen que conocerían. Desde que llegó usted, así como los ve allí en el patio, los sobrinos, los nietos y los primos de los vecinos, en medio de sus juegos y vaivenes no han dejado de observarlo.

Olvídese de las gaitas, hombre, antes diga que no han venido a reírsele en la cara. En cuanto usted cruce esa puerta tendremos una velada familiar para comentar los pormenores de su visita. Pierda cuidado, no echaremos en saco roto sus muy ilustrativos ofrecimientos. Nos servirán de botana antes de la merienda. Mi mujer y mi nuera calientan ponche y tostada dulce para los niños, ya ve a esa edad cómo tragan.

Vaya, por una vez comparto su opinión, señor Sabás. Yo también creo que es hora de que se marche. Al mal paso, darle prisa. No ha sido un gusto pero sí interesante conocerlo. Para salir, jale la cadena de la reja, no echamos el candado. Ahí se ve, caballero.

Tranquilo, el perro no muerde. Nada más cierre atrás de usted. Ya con eso.