Carlos Monsivais
Vallenato y cumbia se nacionalizan mexicanos
En Monterrey un viernes (un sábado), (un domingo) la multitud compuesta mayormente por chavos y chavas (son las que tienen más tiempo almacenando en su favor, más tiempo corporal, más tiempo festivo), recibe al grupo de Celso Piña y su Ronda Bogotá. Como suele o solía decirse, los chavos están bien prendidos, los ilumina el gozo que anticipan, continuador del ya disfrutado en otras ocasiones, vienen a oír música y a bailar. No vienen a fundir música y danza en una sola entidad, donde el oído y el movimiento son lo mismo. Celso Piña y su grupo son artistas populares, y el adjetivo retiene y especifica la maestría artística, pero también conducen el regocijo y la fatiga de los bailarines, que en algo recompensa y equilibra los sucesivos cansancios del trabajo o de la busca de...
Es notable el destino metacolombiano de la cumbia y el vallenato. Música muy propia de las regiones diezmadas por la violencia rítmica de fiesta de pueblo del que se queda y del que emigra, la cumbia y el vallenato, van de Bucaramanga y Cali y Cartagena a Bogotá, calman las plazas coherentes y dan identidad la del corazón y la de los movimientos. Y gracias a las grabaciones, la globalización artística, la cumbia y el vallenato se esparcen por América Latina y en México arraigan y se "nacionalizan" a niveles antes sólo registrados cuando la llegada del danzón cubano y del rock.
Los jóvenes populares (el adjetivo registra a las especialidades adquisitivas y a las costumbres) encuentran en esta música un alimento de primer orden, Su poder de convocatoria desborda las plazas, las dancing, las reuniones, las calles cerradas súbitamente, los callejones, las azoteas. Y la música se insinúa se expande, se eterniza, guiada por un ritmo sin desembocaduras acrobáticas pero francamente sensual. La cumbia y el vallenato son a la vez espejos del corto perfecto y del virtuosismo coreográfico. Se baila con tal de presenciar el acto sexual y de explorar las posibilidades anatómicas. Los chavos se lanzan hasta la cámara de televisión, esté o no presente y le regalan el semblante triunfal que también incluye el agradecimiento.
Celso Piña es un conductor de tribus, si estuviesen en tiempos medievales seria calificado de "acordeonista de Hamelin", en memoria del rencoroso que al tocar la flauta sedujo a los jovencitos que lo siguieron hasta no saberse mas de ellos.
"Acordeonista de Hamelin" o, como quieren los conductores y locutores, Rebelde del acordeón y Emperador del Cerro de la Campana. Celso Piña disfrutó un día especial de la música colombiana y decidió hacerla suya y en el camino de la apropiación el vallenato se le volvió personal y barrial y regional y nacional , sin perder por eso su esencia no otra que la invitación a la plenitud del cuerpo popular. ¿Por qué popular? Porque resiste la moda, porque confía en el gusto que prevalece radiante mientras otros gustos lo desprecian. Desde hace años en Monterrey en la vasta zona del norte de México, Celso Piña y los suyos hacen música, demuestran su talento, enardecen y logran lo envidiable, los asistentes a las tocadas y los espectadores y actores de sus grabaciones los han oído y bailando a tal punto que sólo se les ocurre empezar de nuevo.
Celso Piña, es un fenómeno social como bien dicen, y un fenómeno musical como bien se oye.