Ť Círculos, novela de la escritora editada por Alfaguara
Debo seguir la vereda para que circule la sangre: Pettersson
Ť La mujer actual labora, ''pero la falta de atención persiste''
Ť Autora del poemario titulado Enmudeció mi playa
RENATO RAVELO
Cuando Aline Pettersson escribió su novela Círculos, en 1977, no se imaginó el impacto que tendría en los hombres, a pesar de tratarse de la descripción detallada, pausada y profunda de un día en la vida de una mujer casada, con su rutina, con el recuerdo abrazado. En estos años al menos dos periodistas le han dicho: ''Yo soy Ana'', la protagonista. Fue el escritor Salvador Elizondo quien primero celebró los méritos estéticos de la novela.
Pettersson pertenece a una generación que se empezó a abrir oportunidades. Todas las mujeres entre los 18 y 22 años, cuando ella aspiraba acercarse a la medicina, se casaban. En 1977, después de un pequeño derrotero, con el aval de Elizondo, publicó su novela que ahora edita Alfaguara.
El sentido de la palabra conversar, acompaña siempre las entrevistas con Pettersson. Cero grabadora. Simplemente se inicia, por ejemplo, con aquel día que nevó en la ciudad de México. Se habla con saña del doctor aquel, que un día le dijo: ''Es usted una mujer inteligente''.
Es como si las dos palabras no se encontraran comúnmente por lo que había que celebrarlo cuando sucediera, se deduce del planteamiento que hace Pettersson de la anécdota, en la que ella no quiso quedarse con el halago que le dijo el ginecólogo y se molestó, y ahora sale a colación cuando se le pregunta qué ha cambiado para la mujer en estos 24 años.
En todo caso lo único que ha cambiado para la mujer, dice Aline, ''es que ahora la situación económica ha terminado en términos prácticos, para las clases medias, con la posibilidad de que un hombre mantenga una familia''.
Cuando la editorial le consultó justamente si quería hacerle algún cambio a la novela para su nueva edición, Pettersson razonó: ''Esa novela corta responde a un tipo de mujer que existía en los años setenta, con la cual conviví. El cambio es aparente, la mujer ahora trabaja pero la falta de atención persiste''.
Si se lee a Aline Pettersson las palabras parecen un pretexto, no un fin en sí mismas. Las junta como polvos con aromas diversos y al amasarlas otro aroma, diferente, novedoso, se emite.
''Se suscita una discusión. La odio. Quiero comer en paz. Las voces suben de tono ¡Cállense! Pero no hablo, Cállense, mi marido no se inmuta, no quiere reprender. ¡Estoy cansado!, los veo poco. Y debo ser yo. ¿Por qué yo?, estoy cansada de ser yo'' (pág. 55).
Caminar para escribir
Cuando conversa no es así, le pone casi devoción a las palabras y a los silencios: ''Caminar me ayuda a escribir, pero nunca me gustó trepar, desde que era chica. Para mí, andar por donde no hay camino me resulta poco atractivo. Necesito seguir la vereda para pensar, para que circule la sangre''.
Escribe desde que lee, es decir desde niña, cuando escuchaba hablar de la guerra. Ahora lo hace con el Ajusco como paisaje, y de entre lo más reciente que ha hecho hay una reflexión acerca de los últimos 100 años, en 14 capítulos. En un capítulo, por ejemplo, explora lo que sucede en la ciencia actual, porque ella tiene constantes conversaciones con los científicos, por lo que está de acuerdo en que quienes se dedican a la ciencia trabajan a veces más, o eso parece, y no tienen el reconocimiento público que puede por ejemplo tener un escritor con otro tipo de esfuerzo.
Con Aline la conversación se extiende como un camino que se recorre y hay pasajes que suenan familiares: ''Me resulta gracioso e inexplicable pero con dos periodistas me ha pasado que en algún momento, cuando hay cierta confianza si es que se logra, porque no siempre pasa, me dicen que se sienten identificados con Ana. Yo soy Ana, me dicen'' y Pettersson ríe, se pone de pie y regala otro café.
En lo que ella regresa, uno busca con la mirada por el cuarto el siguiente hilo de la conversación. Objetos de una belleza sobria, que hablan de que son antiguos, pero que no dan pista alguna, como podría ser alguno en especial relacionado con el mar, que llevara a una historia de piratas.
Cuando regresa, y como si leyera la mente empieza a platicar de su abuelo, José Ferrel, que vivió en Sinaloa y estuvo varias veces en la cárcel de Belén, ''por causas del orden de lo político, porque era oposicionista y trabajó mucho tiempo junto a Joaquín Clausell''. De hecho, Ferrel se viene a México con Clausell y su puesto lo ocupa en El correo de la tarde Amado Nervo.
Aquí fundan, cuenta Pettersson, El Demócrata en la calle de Balderas. Del balcón de esa casa, que era también la residencia de sus abuelos, salió por cierto Madero a saludar al pueblo, cuando nadie estaba dispuesto a prestarle un foro.
Hay cartas de por medio en esa historia, porque eran momentos en que lo público era también epistolar: ''En estas se confrontan cómo se abordaban las cuestiones políticas en relación con las de ahora, desde otro nivel. Se nota un compromiso apasionado en relación con la política''.
En la conversación se concluye que era un época en que el periodismo y la política estaban ligados de manera sana, o por lo menos abierta, antes de que el periodismo estadunidense trajera a colación el asunto de la objetividad de la nota y se hicieran túneles entre el poder y las redacciones de periódicos.
Aline cuenta de su poemario, que acaba de publicar el año pasado con la Galería López Quiroga, con ilustraciones de Gilda Castillo, pero siempre será mejor la muestra del trabajo, porque la poesía no se platica. Dedicado a su padre, quien murió hace 13 años, guardó mucho tiempo el material, para luego decantarlo, que es acción de ''pasar un líquido de un recipiente a otro sin que se caiga el poso'' y hacerlo público. Se lee en Enmudeció mi playa, este fragmento titulado ''Agonía'':
En la tibia humedad de la materia,/
en la blanca reciedumbre de los huesos,/
en el brillo del ojo enardecido,/
cómo duele/
tu danza vertical y tu mesura./
Duele más que un galope desbocado,/
que los vientos que desgajan
las techumbres,/que la hoguera que consume la ceniza./
Es tu manso discurrir tan doloroso,/
es el tiempo de la espera,/
la inminencia que apunta/
tu llegada.
Dos horas han pasado de conversación y de referencias a su nieta Renata, que ya es famosa por ser protagonista de los cuentos para niños que hace Pettersson, donde por cierto no hay aspirantes a piratas, como el que seguramente espera ?en algún puerto seguro en esos momentos? a que alguien salga de una entrevista y se pregunte: ¿De qué demonios voy a escribir?