JUEVES Ť 26 Ť ABRIL Ť 2001

JAZZ

Antonio Malacara

Verónica Ituarte, en concierto

Después de medio año de no presentarse en el Distrito Federal, Verónica Ituarte dio un concierto el pasado martes 24 en el teatro Benito Juárez, el cual se mostró repleto de gente y ansiedad. Fue la presentación de su tercera grabación, Jazzentiste, acompañada por el trío de Juan José Calatayud, responsable directo de que esta notable vocalista haya tomado, hace dieciséis años, los rumbos del jazz. Volvieron a estar juntos y la química se convirtió en magia.

La Ituarte es una romántica confesa. Después de Alucinaciones (1998), donde mostró una faceta mucho más espesa y bebopera junto al piano y los arreglos de Francisco Téllez, hoy regresa con lo que más la identifica su público, con un puñado de canciones en español, donde lo mismo encontramos la obra amorosa de Mario Ruiz Armengol y Luis Demetrio, que la nostalgia de La Llorona, Bonita o Alfonsina y el mar. Todo, obviamente, aderezado con la naturalidad del scat que esta mujer ha traído desde siempre en las venas.

La mayoría de los asistentes sabía a lo que iba y todo el tiempo fue pródiga con los aplausos. Aunque el concierto se inició con cierto nerviosismo que hacía que la batería no se soltara o que por momentos la boca de Verónica se acercara demasiado al micrófono. Un viento sampleado sopla desde las bocinas y Arturo Luna pulsa el contrabajo para introducir La Llorona; la voz canta por unos instantes tras bambalinas, el piano de Calatayud y los platillos de Alejandro Pinocho López integran lenta y discretamente sus propias voces hasta que Juan José descarga el swing que evidencia que, ante todo, esto es un concierto de jazz.

"Estas canciones dicen mucho de lo que he vivido -comenta Verónica plantando en el escenario la hermosura interior y exterior, el porte que acostumbra-. Ahí les van las intimidades". Y empiezan a desfilar las canciones de Luis Alcaraz, de Iván Linz; Augusto empieza a retorcerse en la butaca, como todo buen joven rockero que no sabe bien a bien por qué está aquí, sin entender del todo las diferentes dinámicas de la buena música. Pero llega la presentación de los músicos y el pianista dedica Las Mañanitas en un regio y desencajado arreglo barroco al Pinocho López, es su cumpleaños.

Augusto se reintegra a la noche. El chacoteo continúa. Juan José le quita el micrófono a la vocalista para contar, con lujo de detalles, cómo se conocieron en un Festival Mozart y cómo se le cayeron los calzones al escuchar la voz de la Ituarte. Después del choro, y ya con sus mañanitas encima, Alejandro despierta y nos receta con un impresionante groove para introducir Dónde, de Mario Ruiz Armengol; el arreglo combina con energía los ritmos caribeños y el swing, la sensibilidad y el scat de Verónica están al máximo (al menos eso pensamos en el momento) y la gente se contagia de inmediato.

Llegan a Apóyate en mi Alma. La artista se sienta para acariciarnos con la voz, el piano sólo esboza retazos armónicos para acompañarla, y aunque al llegar al solo parece incurrir en sorpresivos dedazos, sale del atorón improvisando un blues hiperintimista que es fuertemente ovacionado. Las canciones continúan una tras otra y después de cada una un necio, con voz de ebrio, pide Misty, hasta que Juan José la inicia para que la voz cante sobre ella (sobre Misty) la melodía de Cómo fue; luego intercambian las líneas, el piano se va a Cómo fue, la voz le llega a Misty, se le olvida la letra, canta entonces Te vi Pasar, los patrones armónicos se prestan para ir de una canción a otra, aparecen Seguiré mi Viaje, Esta Tarde vi Llover, la improvisación parece a punto de caer en un caos deshilachado, pero la cantante retoma Misty, remata con increíble poderío y convierte una potencial catástrofe en una catedral de quince segundos que la gente aplaude a rabiar.

Parecía que no podían llegar más alto, pero todavía faltaba Birkƀs works, de Dizzy Gillespie, que aunque no aparece ni en el disco ni el programa de mano, fue el momento cumbre de la noche; los diálogos entre voz y piano, entre voz y contrabajo son de antología, Verónica Ituarte se suelta totalmente, alcanzando ese extra vocal que sólo los grandes maestros (las grandes maestras) pueden lograr; canta grita, se pasea por todos los rincones del scat, inventa nuevas rutas, dibuja su propio sonido con las manos... el teatro hierve... El Pinocho se anima y se avienta el primer y único solo de batería.

Evidentemente, la gente no los dejaba ir.

Regresaron con Summertime y con Santo Tomás. Los hubieran detenido por mucho más tiempo, pero eran ya dos horas de concierto y las luces se encendieron para anunciarnos que, con todo y emoción, teníamos que encaminarnos a la salida, con la sonrisa y el scat de la Ituarte flotándonos en los adentros.