viernes Ť 27 Ť abril Ť 2001
Horacio Labastida
ƑUna fase superior del monroísmo?
Después del discurso que pronunció ante el Congreso en mayo de 1922, sobre el expansionismo norteamericano, el presidente estadunidense Monroe al rendir su informe anual a los legisladores, en diciembre de 1923, hizo la unilateral declaración del imperio que Estados Unidos había decidido ejercer en el Nuevo Continente, dejando así establecida la doctrina de manos fuera para Europa y manos dentro para los Estados Unidos. La consecuencia sine qua non fue la configuración de la lógica impositiva norteamericana que desde entonces sufren los pueblos del hemisferio. Por supuesto, tal lógica implica una teoría y una práctica política dogmáticas y totalitarias: nuestro sistema, pensaba la generación monroísta, es perfecto como democracia y como única vía para alcanzar libertad y felicidad, en los términos del federalismo representativo sancionado en la Constitución de 1787, alrededor de diez años después de la jeffersoniana Declaración de Independencia.
Afirmado el principio imperial en manos de la nación que fundara Washington, las cosas se desataron con cierta rapidez. Pronto México sufrió sus efectos durante la guerra que concluyó con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848) y la pérdida de más de la mitad del territorio legado por la Colonia. Este atraco internacional se había cultivado antes, cuando la Guerra de Texas y la fundación de la República de la Estrella Solitaria. Houston premió con la vida a Santa Anna por su colaboración en la derrota del ejército mexicano y por suscribir los bochornosos Tratados de Velasco (14 de mayo de 1836). La lógica imperial que desvelara el quinto presidente estadunidense, ayudado eficientemente por el sucesor Adams, se vio enriquecida con abundantísimos tesoros arrebatados en tierras ajenas, logrando un primer punto estelar en la Primera Guerra Mundial, cuyo fin resultó en la entrega al presidente Wilson de la corona de mando sobre el mundo occidental. Wilson, que ordenó la invasión de Veracruz en 1914 y en el juego de la diplomacia germana e inglesa decidió oponerse al Estado criminal de Victoriano Huerta, explicitó en el ambiente versallesco que respiraban los políticos y generales victoriosos, el sentido que para la Casa Blanca adquiría en las nuevas circunstancias la lógica imperial acunada en 1923. "El programa de paz del mundo, exclamó Wilson en 1918, es nuestro programa... el único programa posible", expulsando con su radicalidad las otras ideas de paz distintas a la imaginada por la elite estadunidense. Una vez más el dogmatismo totalitario escondido en la acostumbrada retórica sobre paz y libertad, fue escuchado con enojos internos y sonrisas externas por quienes en el fondo rechazaban la subordinación a los señores del dinero. El mensaje de la lógica imperial es obvio: mi democracia, mi libertad y mi paz es exclusiva de cualesquiera otras democracias y libertades; en caso de conflicto, los opositores serán destruidos por la fuerza de las armas y el estrangulamiento económico.
La Segunda Guerra Mundial y la caída de la Unión Soviética ampliaron y profundizaron la marcha de la regla imperial, a pesar de que en lo íntimo de su conciencia el Tío Sam reconoce, según se probó en Corea y Vietnam, que ninguna potencia puede subyugar al mundo, y que en la lógica de la subyugación está implícito por necesidad el sacrificio de la libertad. Las rebeliones de estudiantes y maestros (1963) en el campus de la Universidad de Berkeley, confirmaron la sabiduría de las declaraciones que hizo Eisenhower dos años antes, al reconocer que los contratos del gobierno con las universidades cancelan el compromiso de éstas con la libre busca de la verdad y el bien. Cito estos ejemplos porque muestran cómo el poder imperial propicia la transformación del hombre crítico en hombre unidimensional.
Ahora bien, siendo ésta la atmósfera prevaleciente en la tercera cumbre de los presidentes latinoamericanos, con la excepción de Cuba, celebrada en Quebec, Canadá, resulta aceptable concluir que los acuerdos de los presidentes y singularmente la ignominiosa cláusula democrática, objetada únicamente por Venezuela, no son más que una fase superior del monroísmo. ƑAcaso cabría pensar lo contrario?