domingo Ť 29 Ť abril Ť 2001
Néstor de Buen
Primero de mayo
La asamblea de la Segunda Internacional, celebrada en París en 1889, acordó constituir como el día de fiesta de los trabajadores el 1o. de mayo, en homenaje a los mártires de Chicago, que se habían manifestado tres años antes por la exigencia de una jornada diaria de ocho horas. Fueron, sustancialmente, trabajadores de origen alemán los que encabezaron la manifestación que produjo, nunca se supo exactamente por qué, la muerte de un agente de la policía. Se condenó a muerte y se ejecutó a la mayoría de los dirigentes.
Hoy la jornada de ocho horas en seis días parecería un tema sin importancia. En Europa hace tiempo, sobre todo en Alemania, donde la jornada semanal se ha reducido de manera notable para quedar en 37 o 38 horas. En la iniciativa de Ley Federal del Trabajo del PAN se propuso la reducción a 40 horas, no por otorgar mayores descansos sino con la intención de abrir nuevos espacios al empleo.
La próxima celebración del 1o. de mayo seguramente no tendrá como objetivo la reducción del tiempo semanal de trabajo. Los propósitos oficiales parecen ser otros. Ha dicho el presidente Fox que no estará en el balcón de Palacio Nacional y que presidirá un acto de celebración en el Museo de Antropología. De paso, ha dejado en libertad, como si hiciera falta que lo hiciera, a los sindicatos que quieran manifestarse en el Zócalo.
Me temo que el Presidente se ha equivocado. Su predecesor, Ernesto Zedillo, cometió antes el mismo error de encerrar en un edificio a los representantes del sindicalismo corporativo, no les fueran a decir cosas feas si desfilaban, y quienes ganaron las calles fueron, precisamente, los sindicatos democráticos. Daría la impresión de que una fiesta que debe ser al aire libre, el Presidente pretende convertirla en pieza de museo. Quizá porque piense, nueva cultura laboral de por medio, que ya no son de estilo las protestas de los trabajadores, y que si protestan, no deberían contar con su presencia. Mal hecho.
Ahora, sin embargo, los corporativos tendrían mucho que decir en la calle y no en el museo. Porque no creo que se conformen con el rechazo jurisprudencial a sus cláusulas de exclusión que están poniendo en serio predicamento su subsistencia. La previsión de un abandono masivo de los sindicatos cómplices de la destrucción de los salarios no es descabellada.
No tengo la menor idea de cuáles puedan ser los planes de la UNT, principal baluarte de los sindicatos democráticos. Pero dudo que se dejen convencer de que contemplando nuestras viejas culturas en el hermoso Museo de Antropología se puedan plantear sus problemas reales. No es el lugar más indicado. El 1o. de mayo obliga a salir a la calle, a gritar las inconformidades con los muy serios problemas de desempleo que la crisis estadunidense ya está provocando entre nosotros; a exigir que se acaben los contratos colectivos de protección; a reclamar que se respete el derecho de huelga; a garantizar la estabilidad en el empleo, a poner en manos del Poder Judicial y no de los Poderes Ejecutivos, vía Juntas de Conciliación y Arbitraje, la solución de los conflictos laborales y, sobre todo, a cancelar cualquier intervención del Ejecutivo en la fijación de los salarios mínimos.
En el proyecto del PRD de nueva LFT, que lamentablemente nunca fue presentado en la Cámara de Diputados, con toda razón se plantean dos cosas fundamentales: la abolición del apartado B del artículo 123 constitucional, hoy puesto a sufrir por las ejecutorias de la Suprema Corte que han rescatado la libertad sindical (excepción hecha, conste, de la relativa a las cláusulas de exclusión, y no insisto en decir por qué) y la constitución de un instituto de salarios mínimos y participación en las utilidades cuya integración dependa de la Cámara de Diputados y no del Poder Ejecutivo federal. Los salarios mínimos exigen una determinación democrática e inteligente y el Ejecutivo no tiene por qué fijarlos de manera vertical.
Hoy todos los sindicatos, del color que sean y cualquiera que sea su historia, deben abandonar -los que la han ejercido con puntualidad absoluta- su lealtad perruna con el Estado. Los inconformes de siempre porque no hay motivos para cambiar. Los viejos aliados desde el vergonzante Pacto de la Casa del Obrero Mundial, porque esa alianza ya no les sirve para nada. Y todos porque no deben olvidar su papel, puntualizado en la LFT, de que su misión es el estudio, mejoramiento y defensa de los intereses de sus agremiados.
Si los trabajadores se pueden separar -y qué bueno que lo hagan- de los sindicatos que no defiendan sus intereses, la única alternativa es que defiendan esos intereses. Habrá que capacitar a esos sindicatos para que logren una productividad social y política aunque la necesidad, que tiene cara de hereje según una bella frase cervantina en el entremés de Los habladores, será la mejor escuela de sus nuevas tendencias. Pienso, incluso, en una alianza entre el Congreso del Trabajo y la Unión Nacional de Trabajadores. No para restablecer cláusulas de exclusión, sino para hacer frente, cabalmente, a la feroz ofensiva neoliberal que en todo el mundo pretende acabar con la tutela legislativa y administrativa a favor de los trabajadores. Y no sería la menos importante de las consignas la que repitiera el viejo lema del Manifiesto de 1848: "Proletarios de todos los países: uníos". Porque, además, es indispensable volver a la antigua y hoy en trance de renuevo, solidaridad internacional.