domingo Ť 29 Ť abril Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Malos usos, peores costumbres

El debate político abierto por el presidente Fox con su propuesta fiscal sigue su curso, pero cada vez se le angostan más sus cauces. Con el Congreso a punto de concluir su periodo ordinario de sesiones, al gobierno no le queda sino seguir la pelea en los periódicos, los spots y las prédicas, pero el foro natural y obligado para decidir cerrará sus puertas por lo pronto.

A punto de aprobarse, la reforma constitucional sobre los derechos y la cultura indígenas servirá de difícil pedagogía democrática, a medida que se busque volverla ley secundaria para la Federación y los estados. Será entonces que empezaremos a aprender sobre las dificultades que toda reforma encuentra para volverse realidad positiva, una vez que toca tierra y es recibida, bien y mal, por los intereses y las visiones de la sociedad local o regional. Es ahí donde reside el diablo y donde sus travesuras suelen quitarle la paciencia al Job más pintado.

Los usos y las costumbres se interponen tramo por tramo en el rumbo de la política moderna, y las normalidades democráticas que tanto buscó y presumió el ex presidente Zedillo se asoman apenas. Sigue dueña de la escena la política mayor, constitucional como la llamase Dahrendorf, pero no por vicio constitucionalista sino por estricta necesidad.

Llegamos a la terminal democracia en el tren pluralidad, pero nadie se preocupó demasiado por definir sus coordenadas, sentar sus cimientos, empezar a hacer sus paredes. La estación de este tren es terreno casi baldío, salvo por una aduana desvencijada donde de pronto se aparece el representante de "los mercados" para advertirnos sobre lo mucho que no hemos hecho y los peligros que se ciernen sobre nosotros en caso de no poner, ya hoy, manos a la obra.

Esta es la circunstancia que rodea el drama fiscal. Más que la penuria ingente de recursos para pagar deudas y poner en marcha obras y programas, lo que angustia a la baja finanza federal es la presión de la alta finanza mundial que se niega a darle a México el "grado de inversión" que lo haría tierra más confiable para los inversionistas y sus rebaños que están, de nuevo, en punto de estampida ante la tragedia argentina y los tumbos de Brasil. Poco se ha dicho sobre esto, supongo que por pena, pero la premura y ese jugarse todo a la reforma como está y aquí y ahora, parecen provenir de la exigencia externa, más que del redescubrimiento de los hoyos fiscales que, sin duda, no tienen tapadera, y sólo cuentan con la ventaja de los tiempos legales del presupuesto aprobado. Ralo consuelo, porque el servicio público se deteriora y desgasta a diario, porque no se contrata a nadie y poco se puede echar a andar en el terreno material.

Los usos y costumbres que nos aprietan no son los que le han quitado el sueño a los liberales adánicos con que México inicia milenio y democracia. Esos ahí están, sin duda, pero poco tienen que ver con los que nos heredó el presidencialismo que se niega a morir, sobre todo cuando de vicios y no de virtudes políticas se trata. Fue en clave presidencialista que se propuso la reforma y fue en el mismo código que se le rechazó airadamente pero sin opción seria. Así, también, se llevó a la práctica el no debate fiscal y así se mantiene su perspectiva, jugando todos a la mentirosa, ahora so pretexto de que descubrimos a los pobres y no queda otra que su defensa a ultranza, pero sólo con discurso y gestos y sin consideración alguna por la política concreta, la que arriesga alternativas y busca acomodos para ir creando la verdadera normalidad de la democracia, que es la del conflicto y el acuerdo.

Llegamos al final de esta fiesta legislativa con un logro en la reforma constitucional indígena, cuya saga sólo ha empezado. Pero el criterio que impera en la política democrática es el de confundir los deseos con la realidad, el pensar que porque la propuesta se considera buena y necesaria es realidad obligada y no terreno para la controversia y la búsqueda de soluciones negociadas, de compromiso para avanzar. Si la reforma fiscal se considera buena e indispensable, desde la convicción y la buena fe, reforma hay, del mismo modo como se corrigen y vuelven a enmendar proyecciones macroeconómicas o se afirma que como lo conveniente es crecer más así tendrá que ser.

Más que democrática, esta es la política de la ilusión, a la que no puede sino seguir la frustración y la espera resignada por el mesías. Más vale que partidos y congresos se apuren, porque la polvareda está por venir y nos puede cegar a todos, empezando por los que hacen punta.