UNA LEY INAPLICABLE
Pocas cosas pueden ser tan contradictorias en el trabajo
legislativo como el consentimiento de una ley que en sí misma invalida
su aplicación en la práctica. En la Ley de Derechos y Cultura
Indígenas aprobada ayer en la Cámara de Diputados se reconoce
el derecho de los pueblos y las comunidades indígenas a la libre
determinación y a la autonomía, pero no se establecen los
mecanismos y las formas que lo hagan posible en la práctica. Se
trata de un derecho constitucional impreso pero inaplicable en los hechos.
Al margen del contrasentido implícito en la aprobación
de esta ley, lo que a nadie sorprende es que hayan sido los diputados del
PAN y el PRI quienes, una vez más, se hayan unido para votar a favor
de una iniciativa con la que, según ellos, se comienza a pagar la
deuda histórica que tiene México con los pueblos indígenas,
y con la que pretenden animar al EZLN a regresar a la mesa del diálogo.
Panistas y priístas doblaron las campanas por una
ley distante --en fondo y forma-- a la iniciativa emanada de los acuerdos
de San Andrés, y que de poco o nada servirá como el paso
--que pudo haber sido-- tan importante para avanzar hacia la pacificación
en Chiapas.
Si bien no es novedad que el PRI y PAN se unan en decisiones
legislativas cruciales para el país, lo que brinca a la razón
es que el PRI --urgido de credibilidad-- no haya dado muestras de solidaridad
con el pueblo, en particular con los indígenas, que alguna vez dijo
defender.
Bajo una argumentación inmediatista de mantener
la unidad nacional, que nadie pone en duda, los diputados del PRI --con
excepción de los que se cuentan con una mano-- respaldaron una propuesta
del PAN que, aunque ya festejada por el presidente Fox, no les ayuda para
promover un hecho primordial de justicia histórica. La posición
del PRI nos hizo recordar los innumerables apoyos legislativos de Acción
Nacional a las iniciativas emanadas de los gobiernos priístas.
Aprobar una ley inoperante puede poner en duda la inteligencia
legislativa, pero lo que es en verdad perverso es el hecho de promoverla
como una ley "superior" a los acuerdos de San Andrés y a la iniciativa
de la Cocopa, y, peor aún, pretender utilizarla ante la opinión
pública como acierto en la reanudación del diálogo
con los zapatistas.
Es posible suponer, y así lo ha manifestado el
Congreso Nacional Indígena, que la representación de los
10 millones de indígenas mexicanos que apoyaron la demanda zapatista
de cumplimiento a los acuerdos de San Andrés como requisito para
el diálogo, se opondrán a esta ley que en lo fundamental
no refleja el espíritu de la iniciativa de la Cocopa. Dar venia
a una ley que define a las comunidades indígenas como entidades
de "interés público" y no de "derecho público", es,
en consecuencia, no reconocer los derechos de los pueblos indios.
Con la aprobación de esta cuestionable ley por
parte de la Cámara de Diputados, ha quedado de manifiesto que el
único cambio alcanzado en materia de derechos y cultura indígenas
es la forma de desconocer, de no ver ni escuchar, las demandas legítimas
de los indígenas.
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