jueves Ť 3 Ť mayo Ť 2001
Sami David
Cultura política sin simulaciones
México necesita consolidar el proceso de reforma del Estado para fortalecer lo avanzado por la voluntad ciudadana. La única vía posible consiste en vigorizar a los partidos políticos para evitar el riesgo de dispersión en los asuntos públicos, que en los hechos alcance la atonía o la mediatización del país.
Urge, entonces, un nuevo pacto para asentar las bases de cultura política y así anular las expresiones que pretendan socavar las libertades de la ciudadanía. Y es que como manifestación de la sociedad, los partidos representan un elemento fundamental en el desahogo democrático.
La presente discusión sobre la reforma tributaria y la aprobación de los derechos y cultura indígenas han exteriorizado la exigencia de ampliar los cauces y fortalecer la pluralidad política en nuestro país para respetar las diferencias.
Por lo mismo, es válido utilizar la política para evitar que se socave el proceso de estímulo sociopolítico. No son prudentes las expresiones ni las actitudes de desánimo; tampoco la burocracia de continuidad que prevalece en partidos como el Revolucionario Institucional o la incongruencia y falta de identidad de Acción Nacional; ni siquiera la incapacidad para avanzar del Partido de la Revolución Democrática, demostrada recientemente en Zacatecas.
En una sociedad tan plural y diversa como la nuestra hay, ciertamente, coincidencias y discrepancias. Pero también un organismo cotidiano que sanciona los actos públicos más allá de los partidos. Según nuestra Constitución política, éstos son entidades de interés público, que buscan impulsar la participación de la comunidad en la vida democrática para contribuir a la integración de la representación nacional. Como organizaciones de ciudadanos hacen posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo, de acuerdo con los programas, principios y fundamentos que postulan.
Todos los partidos políticos, independientemente de su peso específico y su orientación ideológica, tienen el carácter de organismos de propensión pública. Lamentablemente no todos han estado a la altura de este imperativo constitucional, pues han posado su mirada más hacia adentro que hacia fuera, más hacia sus intereses particulares que conforman cotos de poder que hacia la ciudadanía.
El reto mayor de las sociedades democráticas como la mexicana es fortalecer, o en su caso perfeccionar, su sistema de partidos.
Con sus matices y modalidades, el desafío común es garantizar un entendimiento civilizado entre fuerzas políticas que tienen el rango necesario para restituir o robustecer la credibilidad del sistema ante los ciudadanos. Atender ese mandato y fortalecer el procedimiento que los rige, reclama de los partidos una nueva cultura política fincada en el intercambio respetuoso y en la clarificación y el enriquecimiento de sus ofertas políticas. Suma de visiones y compromisos distintos, la política hace viable la convivencia social mediante un pacto de civilidad que respete las diferencias y aliente las coincidencias para encontrar un necesario punto de equilibrio.
Urge entonces superar el círculo vicioso de presiones o de planteamientos de grupos o partidos a decisiones soberanas de Congreso y pasar a un círculo virtuoso de unidad ideológica y congruencia política en atención a la conformación de la representación nacional. El trabajo legislativo merece respeto. Toda iniciativa de ley presentada ante el Congreso de la Unión se discute y se vota. A conciencia. Esa y no otra es la tarea parlamentaria. Los representantes populares plantean, analizan, argumentan. Y el resultado debe ser para el bien común, para que los caminos institucionales se amplíen y marchen por el sendero que todos deseamos. El debate razonado, el ejercicio de la voluntad política, son los cauces inherentes.